Carta a un judío sionista

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Marcha contra la ocupación israelí de Palestina, en Túnez. Foto: Víctor de Currea-Lugo

Víctor de Currea-Lugo | Escrito en Gaza, 2008.

 Poco puedo decirte que no sepas. Que tu sangre le debe doler a todo convencido de la vida, como duele la sangre de los palestinos. Que tus hijos tienen derecho a jugar en un parque, a beber agua limpia, a caminar despacio, como los hijos de los palestinos.

Que tus padres merecen una casa limpia y decente que no la echen abajo como las casas de los palestinos. Que el muro de tus lamentaciones debe ser respetado tanto como la Mezquita de Omar o el Domo de la Roca.

Pero no seamos políticamente correctos, seamos sinceros. Tú, que vas cada año a empuñar las armas en los checkpoints y en los controles sin rehusarte: ¿te piensas nada responsable? Tú, que vives cómodamente en un asentamiento en tierra ajena, ¿te crees ajeno a las causas de la guerra?

Tú, que enseñas una falsa democracia y pones la boca de tu fusil en la espalda del otro y en la cara del otro y en el vientre del otro, meditando en la última página leída del Torá, ¿te ves irresponsable?

Claro que tengo amigos judíos, una de ellas me enseñó más que algunos palestinos, cuando me dijo: “Soy ocupante, vivo en un país que no es mío, soy una visita que se adueñó de la casa ofrecida”.

No soy tan ingenuo para pensar que mañana, después de la última casa palestina demolida, te levantarás, mirarás por la ventana a tu vecino y juntos saldrán cogidos de la mano a la calle a decir: ¡Qué malos hemos sido!

No, déjame decirte que eso no lo creo por una sola razón: ustedes cortaron esa esperanza en mí, ustedes me enseñaron que Israel sólo entenderá lo que es la paz cuando no le quede otra salida. Y ahora mismo, Israel tiene el mundo de su lado, ya sea porque el mundo no sabe, ya sea porque el mundo calla, ya sea porque el mundo teme.

Tu Estado no es moderno, luego no es Estado. Tú no sabrás lo que es la democracia mientras persistas pensando en superiores e inferiores. Y esa definición de Estado religioso (sic) te evita ser moderno.

Sólo podrás ser moderno porque comas McDonald’s pero no porque entiendas a Voltaire, serás moderno porque haces elecciones para creyentes, pero no porque tengas las ideas de Rousseau, serás moderno porque usas aviones de combate F-15 y fusiles M-16, no porque hayas leído a John Locke alguna tarde.

Has construido el miedo en tus vecinos. Tu sociedad está unida en buena parte por el miedo, como la mía por la trampa y la mentira. Sin miedo no eres más parte del grupo. Sabes muy bien que la tolerancia mata al temor; sin temor no hay necesidad de ejército y sin ejército no hay posibilidad para el Estado Israelí. El miedo no te condena, te salva, te permite ser colectivo. ¿Qué harías si no tuvieras enemigos?

Lástima que tú no puedas ver que, a la larga, la paz es mejor negocio que la guerra. Entiende que la paz depende de la ocupación y no al revés como pretendes. Entiende que tú ya no eres más víctima de un Holocausto, sino victimario de una ocupación. ¿Qué víctimas del holocausto pueden ser tus nuevos vecinos, judíos recién convertidos, venidos de Rusia y de Perú? ¿O ese etíope que prefirió la inmigración al hambre?

Tienes miedo de cómo crecen los palestinos día a día, parecen no acabarse, y desesperado importas gentes de Bolivia y de Tanzania. Tú David se convirtió en Goliat y no te has dado cuenta. A propósito, ¿cual es la comida judía?, ¿la que viene de Buenos Aires o de Varsovia?

Nunca justificaré tus civiles heridos, ni tus muertos inocentes, pero me cansé de llorar sobre tus muertos del pasado y olvidar los asesinatos del día a día. Lloré en la casa de Ana Frank, pero también en Jenín. Nunca he dudado que eres persona como yo, como los palestinos.

No me creo lo de la Tierra Prometida, especialmente porque esta tierra la han ocupado todos y no creo pues que haya otra tierra más propiedad de todos: ustedes ocuparon desde 1967 y antes los británicos, antes los otomanos y sus hombres, antes los mamelucos, Saladino el turco un poco antes, y antes los cruzados y sus cruces, y antes los musulmanes y sus lunas, y antes Constantino y sus cristianos, antes los romanos de Tito, los ptolomeos de Egipto, el mismo Alejandro Magno y sus tropas, el bíblico rey babilónico Nabucodonosor, antes Salomón y antes David, y antes muchas tribus de nómadas pastores como los cananeos, padres de los filisteos, de donde viene la palabra Palestina.

Tal vez ya no me lees, no me oyes, por “security reasons” frase que me han dicho tus soldados en cada control militar de la Palestina histórica que he pisado muchas veces. Tal vez ya no me lees, no me oyes, por “security reasons”. Así que me despido con un viejo
poema que escribió un cubano sobre los campos nazis y la memoria de los pueblos. Y si algún día quieres, estaré por aquí para tomarnos algo pero sólo entre iguales. Y pensar que hay cosas simples, como la vida misma, que valen tanto como las piedras de tu muro. Te dejo, pues, con el poema:

“Recorro el camino que recorrieron 4.000.000 de espectros.
Bajo mis botas en la mustia, helada tarde de otoño cruje dolorosamente la grava.
Es Auschwitz,
la fábrica de horror que la locura humana erigió a la gloria de la muerte.
Es Auschwitz, estigma en el rostro sufrido de nuestra época.
Y ante los edificios desiertos, ante las cercas electrificadas,
ante los galpones que guardan toneladas de caballera humana,
ante la herrumbrosa puerta del horno
donde fueron incinerados padres de otros hijos,
amigos de amigos desconocidos, esposas, hermanos, niños que,
en el último instante, envejecieron millones de años,
pienso en ustedes, judíos de Jerusalén y Jericó,
pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sion,
que estupefactos, desnudos, ateridos,
cantaron el último batikvab en las cámaras de gas;
pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso camino
desde las colinas de Judea
hasta los campos de concentración del III Reich.
Pienso en ustedes y no acierto a comprender
cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno”.

(Luis Rogelio Nogueras)