Víctor de Currea-Lugo | 12 de septiembre de 2012
En el undécimo aniversario del 11 de septiembre, una nueva película contra el Islam y su profeta fue el detonante de una jornada de protestas contra los Estados Unidos, especialmente en Egipto y Libia.
Desde la publicación de las caricaturas de Mahoma por el periódico danés Jyllands-Posten, en 2005, ha habido una larga serie de actos de islamofobia como la quema de copias del Corán por orientación del pastor Terry Jones en EE.UU. en 2011 y en bases militares estadounidenses en Afganistán este año. El debate de estos siete años ha girado entre dos posturas: la defensa de la libertad de expresión a cualquier precio versus el respeto a un credo religioso. El problema central es que en ambas posiciones hay una cuota de mentira y manipulación.
Los que defienden la libertad de expresión excluyen deliberadamente de su análisis la responsabilidad social de dicha libertad y sus límites, negando que los derechos humanos contengan en su propio desarrollo límites para su ejercicio. Los que abogan por el respeto debido a los credos religiosos no son menos oportunistas: en 2008 el parlamentario holandés Geert Wilders, conocido por su islamofobia, publicó el video Fitna, traducido por muchos como “fragmentación”. Muy pocos de quienes participaban en las protestas habían visto el video, pero bastó el llamado hecho desde las mezquitas para enardecer al mundo musulmán.
Las dos posiciones coinciden en lo mismo: darle la razón a Samuel Huntington, autor tristemente célebre de un alegato de los años noventa, que intenta definir el mundo actual como un “choque de civilizaciones” en el cual la línea de fractura entre éstas es fundamentalmente religioso. Este argumento se nutrió de los ataques del 11 de septiembre de 2001, así como de la respuesta de los Estados Unidos y sus aliados en Afganistán e Irak, más toda la noción de “guerra contra el terror”. También este 11 de septiembre, Al Qaeda hizo público un video exhortando a la guerra.
Lo demás es fácil de seguir: pierden la tolerancia, las revueltas árabes y el proceso democratizador. Ganan los islamófobos y los salafistas (y los seguidores de Al Qaeda): dos extremos que se unen para recrear un mundo de acuerdo al tamaño de sus odios, mientras se alimentan de dogmas y de respuestas simples frente a realidades complejas.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/choque-de-civilizaciones