Claves sobre la revuelta en Francia

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Foto de: Toufik-de-Planoise

Víctor de Currea-Lugo | 4 de julio de 2023

En 2005, vi en Francia la película “El odio»: una emotiva historia que anunciaba, 10 años antes, lo que podría ser una ciudad alimentada de inquina cada mañanita. Ese año, en noviembre, la ficción se volvió realidad y en una sola noche recuerdo que, en la revuelta, ardieron más de 800 carros en la ciudad luz.

Ahora, 18 años después de aquel levantamiento y 28 años después de la premonitoria película, arde París. La muerte de un joven, a manos de la policía francesa, encendió de nuevo la ciudad y las protestas luego se extendieron a muchas partes de Francia.

Más allá de Francia, el racismo ya es parte de la “cultura europea”, se ve en la boyante Suecia, en la rural España y hasta en los liberales Países Bajos, en todo lado; no por todos ni todo el tiempo, pero ya es parte de la cultura política.

Hay tres pares de claves que deberíamos tener en cuenta ante la situación: la migración y la violencia policial; la pobreza y la crisis social; y el más reciente: el nacionalismo y el fascismo en ascenso.

Migración y violencia policial

Dos verdades de a puño: Europa necesita obreros y los migrantes no van a dejar de llegar, así algunos mueran ahogados en el mar Mediterráneo. Y algunos de los que llegan a París vienen de antiguas colonias francesas o, si se quiere, neocolonias.

Años y años de violencia policial específica contra negros y árabes, contra musulmanes, no justifican, pero explica la violencia de las barriadas francesas. Eso lo sabemos hace décadas, pero Europa sigue creyendo que la migración es, ante todo, un problema policial.

Los que hemos sido migrantes de primera generación sabemos mucho menos que “somos ajenos”, pero la segunda generación, los que nacieron en Francia no se aguantan esa cotidianidad que los desgrana y los relega a ser franceses de segunda clase, que viven en las afueras y que son discriminados por llamarse Mohamed, por ejemplo. Los migrantes remplazaron a los “sans-culottes” de la revolución francesa.

Los guetos no son, necesariamente, una consecuencia inevitable de la migración sino de la política migratoria. Mientras los países receptores sigan con una política migratoria represiva, los guetos seguirán creciendo. En el caso de las afueras de París, lo guetos no son otra ciudad ni otro país, sino otro continente.

De poco va a servir controlar el orden público en Francia, si no se entiende el mensaje de la película citada de 1995; ni las revueltas de 2005, cuando murieron tres jóvenes africanos a manos de la policía; ni los 13 muertos en 2022 en situaciones similares. Este año, el detonante fue el asesinato de un joven de ascendencia argelina por parte de la policía. Ya sé que esa violencia es, digamos, “irracional”, pero no menos irracional que el racismo francés.

Pobreza y crisis social

La pobreza no es solo un asunto de migración, en Francia a los habitantes de calle, los homeless (en inglés), los llaman “sans domicile fixe”, como si los eufemismos lingüísticos resolvieran el drama de 300 mil de personas “sin techo” en todo el país.

Y esta crisis de desempleo juvenil, falta de futuro y gente malviviendo es el fruto de años de exclusión, políticas neoliberales y de xenofobia, que aumentaron durante la pandemia y ahora con la excusa de la guerra de Ucrania. Por eso fue tan masiva la participación en las protestas de octubre de 2022, en el marco de un llamamiento a la huelga general.

Al final de la pandemia, como en el resto del mundo, los ricos de Francia salieron más ricos que antes. Desde 2014, el riesgo de pobreza en Francia ha ido en aumento. Claro, esa crisis golpea con más fuerza a los migrantes, a los musulmanes, a los latinos y a los negros. Y no por cosas del azar.

La asociación de: negro igual a delincuente y árabe igual a musulmán se alimenta muy fácilmente de una sociedad a la que los medios de comunicación todo el día la bombardean con que: “nos están invadiendo”, “no serán nunca franceses de verdad”, “es la defensa del cristianismo frente al islam” y cosas similares.

Una política migratoria con olor a islamofobia no ayuda; la idea de que Francia va a ser islamizada es una de las banderas populistas de la extrema derecha para reforzar la exclusión social y la persecución al migrante, y así se han inventado un islam acorde con los miedos que necesitan perpetuar.

Nacionalismo y fascismo en ascenso

También como en otros países de Europa, la derecha y la extrema derecha se organiza.; pone el titular de que todos son saqueos de inadaptados que no quieren aceptar los valores franceses (creo que no se refieren ni a libertad, ni a fraternidad, ni mucho menos a igualdad).

Ya hay una larga estela de racismo francés, siendo Eric Zemour uno de sus voceros. Él llama a la mano fuerte y a la expulsión de migrantes, bajo la teoría conspirativa del “gran remplazo”: los franceses de verdad serán muy pronto remplazados por extranjeros y Francia como tal desaparecerá.

Un paso aún más preocupante es el desfile de civiles que salen a “limpiar” las calles a favor de un Estado que termina por dar un paso al costado y ceder a su consigna del “monopolio de la fuerza”. Esas formaciones, como los fascistas de la Italia de Mussolini, empiezan a ser aplaudidas desde una nacionalismo miope (aunque esto último es un pleonasmo).

Desde los descendientes de Mussolini ahora en el poder en Italia, pasando por Le Pen en Francia o el partido Vox en España, la extrema derecha crece. Se calcula que ha aumentado su influencia política en 16 de los 27 países de la Unión Europea, con lo cual la tensión no es entre excluidos y el Estado, sino entre los excluidos y un sector de la sociedad inmerso en la xenofobia.

Si Europa sigue pensando que va a resolver la protestas con policía y el flujo de migrantes con guardias costeras que deja morir a los migrantes en el mediterráneo, queda claro que Europa no ha entendido que la migración es, ante todo, una realidad.

Lo que se viene

Lo que narra la película “El odio” es, finalmente, ficción. No es una narración histórica, como sí buscaba serlo la película “La batalla de Argel” prohibida por años en Francia, la tierra de la libertad.

Lo de 2005 era un aviso manifiesto de la explosión de unas variables que ya se vivían en París, variables que las autoridades conocen, que los “franceses” de pura sangre evitan y que los migrantes y franceses “de segunda, sufren”.

Ahora, 18 años después, vuelve a suceder lo mismo. ¿Por qué? Porque el problema es, esencialmente, el mismo. Europa necesita miles y miles de obreros para mantener su economía, pero no quiere personas. Las tasas de natalidad en Europa están en grave descenso y se están extinguiendo los “franceses puros”.

Además, Francia produce más del 80% de su energía eléctrica con plantas nucleares, pero el uranio lo trae de Níger, el país más pobre del mundo. Francia quiere el uranio, pero no quiere que llegue ni un nigerino (salvo que sea millonario).

Si Europa, en general, sigue pensando en aumentar la mano de obra (para garantizar su productividad, así como su sistema de pensiones) pero no quiere personas sino obreros, cuando Francia se ilumina gracias al país más pobre del mundo, entonces creo que es necesario que repartamos las cargas de las responsabilidades, antes de cerrar filas, como lo hace la derecha francesa de “Francia para los franceses”.

Lo que más duele son los mensajes en las redes sociales que llaman a la caza del migrante, a levantar muros, a cerrar fronteras, a “detener las hordas”. Limitan la discusión a si el muchacho asesinado tenía o no antecedentes o a si el islam ha crecido.

Por esto, casi nadie se inmutó cuando la guardia griega disparó a un barco con más de 800 migrantes y este se hundió; vale decir que en esos mismos días el mundo lloraba la muerte de cinco millonarios en un sumergible en el que buscaban el Titanic.

No hay cercas, como las de Ceuta y Melilla entre España y Marruecos; no hay muros, como el que construye Polonia en la frontera con Bielorrusia; no hay guardacostas, como los que vigilan con lupa el canal de la Mancha y el Mediterráneo; no hay nada de eso capaz de detener la migración.

Se llama principio de realidad: Europa envejece, los migrantes seguirán llegando, como los venezolanos a Colombia, como los colombianos llegamos a España, como los españoles se fueron a Suiza y así eternamente.

El solo hecho de que los refugiados ucranianos (que merecen toda la protección) sean priorizados por Europa por encima de migrantes de segunda generación nacidos ya en Europa, pues no deja de ser llamativo. Los conflictos se deben enfrentar por sus causas y no solo por sus consecuencias. Por eso, creer que con policías van a detener el mundo, es cosa de “stupide”. C’est la vie.