Víctor de Currea-Lugo | 12 de septiembre de 2022
Algunos amigos de izquierda y de la llamada sociedad civil están preocupados porque no logran del todo ubicarse frente al Gobierno de Petro. Unos consideran que este ya es un Gobierno de izquierdas y que, por tanto, su defensa es un asunto de principios. Otros, dicen que Petro simboliza tan solo un paso hacia la socialdemocracia.
Petro no es marxista, así lo diga Ted Cruz en Miami u otros, llenos de igual veneno y de igual ignorancia, en el parque de la 93 de Bogotá. La guerrilla en la que se formó políticamente Gustavo Petro, el M-19, no era marxista-leninista, ni predicadora de la lucha de clases.
Pero eso no quiere decir que Petro sea más de lo mismo. Cuando se mira en serio la situación del país no es difícil concluir que estamos tan mal que la simple concreción del llamado “Estado social” dentro del capitalismo sería un cambio sustancial en Colombia. Claro, inmediatamente hay que acotar que eso no es suficiente para garantizar la dignidad humana, pero es que el punto de partida nuestro no es Suecia ni Holanda, sino Chocó y La Guajira.
Entonces, si creemos que Gustavo Petro es el fin de la lucha, pues me parece que esperamos poco; y si entendemos que es el primer gobierno progresista al que deberían sumarse otros, entonces me parece que empezamos a poner el hoy en perspectiva histórica.
¿A las calles?
Entonces ¿Petro sí o no? ¿nos callamos y lo dejamos hacer o salimos ya a exigirle que no nos falle? Creo que, por paradójico que le suene a algunos tibios, lo mejor que puede hacer el movimiento social es estar en las calles, por varias razones.
Primero, porque lo que llegó al Gobierno fue un sector del movimiento social, pero no todo: ni son todos lo que están, ni están todos los que son. Así que es sano que el movimiento social siga manteniendo sus banderas y, aunque el Gobierno las comparta, no debería tratar de cooptar a la dirigencia social.
Segundo, porque el movimiento social no puede ni debe ser un apéndice del Gobierno. Eso lo entiende mejor Petro que algunos petristas. La sociedad debe seguir manteniendo su autonomía y desarrollando su propia agenda.
Tercero, porque algo que sin duda necesita el Gobierno es gente que, honestamente, le indique sus errores para que corrija. No se puede llamar al silencio con la excusa de que «toda crítica es uribista». Si las críticas las aprovecha la derecha, la verdad es que no es culpa de los que critican, el “papayaso” lo da es el Gobierno y debe corregir.
Cuarto, porque como enseñó la experiencia de El Salvador, verter todo el movimiento social en el Gobierno significa sacrificar años de construcción en comunidades, burocratizar las luchas y atrapar en las dinámicas del Estado a la sociedad crítica y organizada.
Quinto, porque dejar las calles es dejarles un espacio a la derecha y a la extrema derecha, pero, además es un paso hacia el aislamiento del Gobierno. Pastrana y Uribe sacaron a la sociedad a marchar, impusieron agenda, generaron odios y amores. Alfonso Prada tiene toda la razón cuando llama a defender las reformas en las calles.
Sexto, una sociedad crítica en las calles es la salvaguarda para Petro, para que no termine encerrado en los círculos de poder sin oír a la gente y, principalmente, porque es el pueblo el que lo va a defender (y nadie más) si esto se polariza hasta el extremo.
Trampas para decir sí
En ese mismo sentido creo que hay una serie de situaciones que no deben seguir pasando y hay que tener en cuenta. Lo primero es que el movimiento de la sociedad civil encarnado en ONG tiene que sacudirse de la tiranía del indicador y de toda esa lógica de la cooperación internacional impuesta por los donantes, quienes quieren decidir qué puede y qué debe hacer la sociedad organizada.
Segundo, entender que no toda la sociedad ni todo el movimiento social están ni se sienten representados en el Gobierno, y eso no está mal, es una realidad que debemos reconocer y respetar. El estalinismo ya tuvo su cuarto de hora para repetirlo ahora en el trópico.
Tercero, ya algo dicho por muchos años: la sociedad organizada por un país mejor no es solo la que vive en Bogotá. Petro ha acertado en los diálogos regionales vinculantes, pero ese acierto no resuelve el problema del centralismo dentro de las mismas organizaciones de la sociedad civil.
Cuarto, no es un momento para la elucubración sino para la acción. La sociedad que votó por Petro y se siente representada en este Gobierno (ni la que no lo hizo pero que espera algo mejor) se van a conformar con palabras y buenas intenciones. Dicho de manera descarnada, se acabó el tiempo para el análisis y hay que pasar a los hechos. Los que están en el Gobierno no tienen derecho a excusas.
Quinto, no todo es paz total. Esa muy plausible iniciativa es valiosa, pero hay tantas agendas pendientes que la paz no resuelve. Claro, en medio de la guerra algunos cambios que se necesitan no podrán avanzar, pero también hay que entender que otras respuestas no dan espera, que están fuera de la paz.
Sexto, no perder las esperanzas de cambios de fondo. Sabemos la cantidad de trabas jurídicas y fácticas para hacer una reforma agraria, pero no por ello debemos conformarnos con que no haya reforma. Igual pasa con el debate sobre la salud: sabemos lo tramposas y poderosas que son las EPS, pero esa no debe ser razón para renunciar a esa lucha.
A Petro, a pesar de construir una coalición (más allá del Pacto Histórico) para hacer posible el Gobierno, no le van a perdonar fácilmente que sea de izquierda y que haya llegado al Gobierno. El poder real sigue intacto y por más nombramientos de centro, de tibios y de neoliberales, nada indica que le van a dejar gobernar en paz, así nombre a todo el gabinete de derechas. Así, Petro no va a ganar mucho con inclinarse a la derecha más allá de frenar su propia agenda y, en cambio, inclinarse a la izquierda le permitiría desenmascarar y confrontar el poder real.
Hoy, el paramilitarismo en todas sus formas sigue vivo y matando. Los enemigos de la paz vienen haciendo con más intensidad lo que más saben hacer: matar y promover la violencia. No hay tiempo para aprender ni para perder. Fin del comunicado.