Víctor de Currea-Lugo | 23 de mayo de 2007
El mercado de medicamentos contra el HIV/sida es confrontado por la decisión de Brasil de producir medicamentos sin tener en cuenta la propiedad de las patentes. ¿Sería este un ejemplo por seguir?
Brasil dio el primer paso, es el primer país en el mundo que anuncia usar un mecanismo ya acordado sobre la posibilidad de producir medicamentos contra el HIV/sida a bajo costo, desconociendo las patentes por motivos de “emergencia nacional”, mecanismo que se conoce como “licencia obligatoria”. En 2001, en la conferencia de la Organización Mundial del Comercio, realizada en Doha, se aceptó tal medida, pero desde entonces las farmacéuticas han influenciado negociando bilateralmente con cada país pobre cierta rebaja de precios para impedir la activación de tal mecanismo, pero toparon con Brasil.
Hace pocos años, 39 empresas multinacionales habían iniciado una demanda contra Suráfrica para obligarlo a anular que haya modificado las leyes sobre patentes permitiéndose la producción local de fármacos contra el VIH y accesibles a las personas afectadas. La administración del “buen” Bill Clinton (ahora con una fundación que lucha contra el sida) en su momento amenazó a Suráfrica con sanciones comerciales si optaba por la producción local de estos medicamentos. Ahora llega el caso brasileño, la decisión fue tomada luego de una tensa negociación entre Brasil y la farmacéutica, allí el medicamento es 150 por ciento veces más caro que en otros países.
Después del 11 de septiembre de 2001, el gobierno de Estados Unidos, alegando una situación de emergencia por la supuesta amenaza de bioterrorismo, violó las regulaciones sobre patentes para garantizar la distribución masiva de Cipro, un medicamento que serviría para combatir tales amenazas. La lógica de la seguridad nacional y el argumento de la protección de la salud de las personas justificó tales medidas. ¿Por qué tal lógica no es válida en el caso de los países de África que literalmente están muriendo de sida?
La consecuencia de la protección de las patentes implica la prohibición del acceso a los medicamentos a gran parte de la población infectada por VIH; no estamos ante un debate sencillo ni de consecuencias superfluas: cada 5 minutos una persona muere de Sida en el mundo. En Botsuana, el 35 por ciento de las mujeres embarazadas son seropositivas y más del 40 por ciento de los jóvenes entre 20 y 34 años están infectados. En 2003, 700.000 niños contrajeron VIH. En Kenya, más del 50 por ciento de las camas hospitalarias están ocupadas por pacientes con sida; durante la primera década del siglo XXI el sida matará más personas en el África subsahariana que todas las guerras del siglo XX. Para 2004, se calcula que hay 40 millones de personas infectadas, de los cuales 25 millones viven en África subsahariana. En 2003, más del 50 por ciento de los infectados son menores de 25 años. Se calcula que menos que un 2,5 por ciento de los pacientes de HIV en países pobres reciben tratamiento; pero en ellos se hacen muchos de los estudios sobre sida en el mundo.
El mayor poder empresarial en salud es la industria farmacéutica, conocida como el “Gran Farma”. Detrás de ella, está la práctica de métodos poco éticos y poco científicos para probar nuevas sustancias, como el reclutamiento de voluntarios en países pobres o estudios en pacientes de hospitales universitarios a cambio de lo cual los docentes reciben honorarios de las casas farmacológicas. Algunos medicamentos pediátricos han sido comercializados sin pruebas en menores de edad. En años anteriores Bayer recibió 5.700 demandas por un medicamento anticolesterol; sospechoso de haber causado un centenar de decesos. En España, durante seis años, el gobierno retiró del mercado 26 medicamentos, algunos de ellos antibióticos. En los últimos años, casi todas las farmacéuticas han pasado por tribunales de los Estados Unidos por prácticas fraudulentas.
Probar en humanos so pretexto de la ciencia no es novedad. Entre 1956 y 1970, en la escuela pública de Willowbrook (Estados Unidos), 800 niños con retardo mental severo fueron infectados para probar la eficacia de un nuevo fármaco. Así mismo, en un hospital de Nueva York, a finales de los 60 y comienzos de los 70, a 20 jóvenes en estado terminal se les contaminó con bacterias para probar nuevos antibióticos, y entre 1932 y 1972, 500 pacientes negros presos con sífilis no recibieron tratamiento alguno para observar el curso natural de la enfermedad. Este último estudio fue financiado por el gobierno federal de los Estados Unidos. Incluso, la nueva tendencia es inventar “enfermedades” para luego vender el tratamiento, es el caso de la “disfunción sexual femenina”.
El argumento más manido para defender las utilidades de la industria farmacéutica ha sido la necesidad de garantizar la financiación de nuevas medicinas, sin embargo se ha demostrado que sólo un mínimo porcentaje del presupuesto se invierte en nuevas investigaciones y la gran mayoría en comercialización de los productos. Incluso, los monopolios de las casas farmacológicas han concertado acuerdos secretos para pactar los precios de los medicamentos, lo que produjo millonarias multas de la Comisión Europea. Parte del pacto incluía el precio de vitaminas, que no son producto de ninguna investigación reciente ni están protegidas por patente alguna.
Muchas de las investigaciones médicas son subsidiadas por los Estados sin que las empresas devuelvan de alguna manera a las sociedad tales apoyos financieros; las farmacéuticas tienen ganancias superiores a los bancos comerciales pero pagan menos impuestos; gracias a la producción de genéricos en la India fue posible producir tratamientos más baratos, rebajando el precio anual de 10.000 euros a 250, pero ahora la ley fue modificada en la India con lo cual los genéricos indios no pueden ser vendidos en países pobres. Luego de la declaración de Brasil, la farmacéutica Merk llamó a tal decisión “ expropiación de propiedad intelectual” que “afecta la investigación”.
La lógica de la industria farmacológica ha sido siempre la rentabilidad y las invocaciones al derecho son meramente instrumentales. Entre 1990 y 1997 se lanzaron al mercado 1.223 medicamentos, de los cuales sólo 340 eran verdaderas innovaciones terapéuticas y sólo 11 (menos del 1 por ciento) eran para el tratamiento de las mal llamadas enfermedades “tropicales” (léase enfermedades de la pobreza) que afectan casi a la mitad de la humanidad. De estos 11, seis fueron obtenidos por casualidad. 20.000 personas mueren al día por sida, malaria o tuberculosis, por no tener acceso a medicamentos. En 2000, un proyecto de producción de un antimicótico fue abandonado por la farmacéutica Aventis tras evaluar que “el potencial comercial sería de ‘solamente’ 400 millones de dólares. Se necesitaban 500 para obtener la bendición de los analistas”. El negocio de las farmacéuticas no es hacer medicamentos, es hacer dinero.
Recientemente, la OMS ha sido asociada con las multinacionales del Gran Farma. La directora de la OMS planteó en el Foro Económico de Davos que “debemos proteger los derechos de las patentes (…) para garantizar que la investigación-desarrollo nos brinde herramientas y nuevas tecnologías”. En una carta de renuncia de una funcionaria ésta dice que la OMS habría abandonado su objetivo en beneficio de los países más poderosos y de las empresas farmacéuticas.
La campaña por el acceso barato de medicamentos a los infectados con VIH no descarta el negocio, ni las ganancias de las transnacionales farmacéuticas, ni la libertad de mercado, ni la propiedad intelectual, simplemente considera que el negocio tiene un límite en los derechos humanos. En estos tiempos parece que a cada paso que se habla de derechos humanos se debe subrayar que no hablamos sólo de la propiedad intelectual y de la libertad de mercado y del derecho de poseer sino, ante todo, de dignidad.
En agosto de 1982, México anunció al mundo su incapacidad de pagar su deuda externa, varios días después Argentina haría lo mismo y luego toda la región. Fidel Castro dijo algo así como que si yo le debo 100.000 dólares al banco yo estoy en problemas, pero si le debo 100 millones de dólares, es el banco el que está en problemas. Fidel Castro propuso que América Latina negociara en bloque, pero la banca internacional hizo acuerdos bilaterales, como hoy hacen las farmacéuticas. Brasil anuncia producir medicamentos contra el HIV/sida desconociendo las patentes ¿le seguirá algún país?
P.D.: soy médico, rechazo el negocio de las farmacéuticas, la complicidad de algunos de mis colegas en este mercadillo y el uso abusivo de medicamentos, pero no por ello desdigo de las ventajas de la ciencia y de la tecnología, no corro por ello a abrazar las esencias florales ni a buscar la salud en el color de las paredes. La solución es cumplir con un principio elemental de los derechos humanos “los Estados reconocen el derecho de toda persona a gozar de los beneficios del progreso científico y de sus aplicaciones”.
Publicado en Semana: https://www.semana.com/on-line/articulo/de-empresas-farmaceuticas-otros-demonios/86132-3