Víctor de Currea-Lugo
¿Hay una mejor manera de emprender un viaje a Babilonia que en un carro modelo 85, sin cinturón de seguridad y con un conductor ebrio que maneja al estilo iraquí?
Voy con mi amigo Yassir, suní nacido en Bagdad, y con el conductor: Abu Salam, nombre que traduce “el padre de Paz”. Él conduce tarareando canciones en árabe por una ruta que hasta hace pocos años estuvo bajo control de milicias de diferentes banderas y todavía a su vera tiene partes de carros destruidos por la guerra de 2003.
Babilonia fue la ciudad del Rey Hammurabi, creador del código que lleva su nombre; del bíblico Nabucodonosor; la ciudad de los jardines colgantes y de la Torre de Babel; residencia del Rey Jerjes de Persia y la ciudad que vio morir a Alejandro Magno.
La ciudad, que yace a orillas del río Éufrates, es también llamada en el Apocalipsis la “Gran Ramera” y fue el sitio de adoración del dios Marduk. Las ruinas de la ciudad sobreviven como un pálido reflejo de su gloria milenaria, que se remonta al siglo VII, antes de Cristo. Hoy Babilonia, no existe como ciudad habitada sino como un gran museo; a pocos kilómetros queda Hillah, donde sigue la vida.
El viaje al pasado empieza en la Puerta Azul o Puerta de Ishtar, entrada al Camino de la Procesión y ruta hacia la Torre de Babel. Allí, el visitante es escoltado por relieves de animales mitológicos en las paredes: seres con cuerpo de pez, cola de serpiente, cabeza de dragón, y piernas de león y de águila.
La ciudad fue célebre por sus bibliotecas: colecciones de tablillas en lenguaje cuneiforme, algunas conservadas en Bagdad, que reflejan las mismas angustias y esperanzas de hoy: obtener el amor, alejar las desgracias, proteger la familia y agradar a los dioses. Hay cinco milenios de historia entre esas tablillas y este artículo de prensa, pero las pasiones humanas permanecen.
Allí encontramos una fuente ya sin agua destinada a lavar los pecados de las mujeres, dejándolas puras para el matrimonio. Cerca del sitio en que murió Alejandro Magno hay un laberinto para confundir a los enemigos y exponerlos a los guerreros que desde lo alto de las torres los atacaban fácilmente. Y finalmente, nos encontramos al león que representa a Babilonia, una mole de piedra que muestra a la fiera sobre un hombre sometido que a su vez simboliza los demás pueblos.
Las ruinas de las paredes permitieron una reconstrucción iniciada por Sadam Husein en los años setenta, haciendo de la ciudad una mezcla entre un parque temático y un centro histórico. Nabucodonosor marcó su nombre en algunos de los ladrillos, Hussein hizo lo mismo en su intento de reconstrucción. Incluso, cerca de las ruinas del Palacio del Norte, Sadam decidió construir su propio palacio.
Recuperar Babilonia es hacer justicia a la zona del mundo que vio nacer la escritura, las bibliotecas, y donde se inventó un calendario anual de acuerdo a las cuatro estaciones, que todavía usamos.
En sus calles ya no está el Código de Hammurabi para que la gente lea las normas que debe seguir, pero en la vía de Bagdad a Babilonia prevalecen los carteles de “se busca” con fotos de supuestos terroristas. El Código está en París y la Puerta Azul está en Berlín. Algunos relieves originales de leones, dragones y toros están ahora en museos de Estambul, Nueva York y Boston. Y la réplica de la puerta de Ishtar estuvo aquí por años bajo la mirada de la 155 Brigada del Ejército de Estados Unidos, que acampaba dentro de las murallas de Babilonia, luego de 2003.
No queda nada de los jardines colgantes, es más: su historia mezcla la fantasía y la realidad. Lo único colgante son los dátiles a la orilla de la ruta, cuya producción ha decaído fruto de la guerra y las armas químicas usadas por Estados Unidos.
El resentimiento contra los babilonios por haber arrasado Jerusalén se expresa en la versión bíblica en la que Babilonia es la gran pecadora y la fuente de todos los males. Su torre más alta fue definida como un desafío a Dios: Babel. Me resulta curioso que el conocimiento y el pecado aparecen tan juntos en los libros sagrados.
Babilonia ya no existe. No es esplendor ni lupanar, es solo aire de nostalgia. Y a pocos kilómetros de allí, transcurre la guerra entre milicias kurdas y chiíes contra el Estado Islámico. Como dice el Apocalipsis, escrito por quienes solo vieron el lado oscuro de la ciudad: “aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego”. De Babilonia queda la sombra de su gloria y el mito de su maldición de estar condenada a no resucitar.
Esta ciudad esconde muchos secretos que sintetizan la historia de la humanidad: el conocimiento y el dogma, la fe y la desesperanza, la esclavitud y la libertad, todas las angustias y esperanzas humanas desde el Código de Hammurabi hasta el carro modelo 85 que Abu Salam conduce medio ebrio.
Publicado originalmente en Las 2 Orillas