Víctor de Currea-Lugo | 15 de diciembre de 2023
Especial desde el sur del Líbano, para Le Monde Diplomatique.
En el campamento de refugiados palestinos de Mar Elias, me entrevisto con varios dirigentes palestinos. Ese campamento fue fundado en 1952, cuatro años después de la expulsión de cientos de miles de palestinos de los territorios donde vivían. Hablando con ellos surge la pregunta ¿qué hay de nuevo en el genocidio que hoy se está perpetrando? De sus respuestas surge lo relatado a continuación.
Si comparamos entre el periodo después del 7 de octubre, día en que varios grupos palestinos atacaron al Ejército de Israel y el día anterior, toca preguntarnos ¿cuál es la diferencia esencial en la vida de los palestinos bajo ocupación, el asesinato crónico de su pueblo y el robo de sus tierras por parte de Israel? La diferencia esencial es: ninguna.
Ahora la intensidad es mayor, la frecuencia de crímenes en su contra es brutal y hasta las noticias empezaron a darle espacio al drama palestino, pero eso no es ninguna novedad para la familia de Gaza que en este preciso momento está falleciendo bajo los bombardeos, ni tampoco para los habitantes de Jenín (que no queda en Gaza, sino en Cisjordania) ametrallados cotidianamente.
Salvo la intensidad televisada del genocidio, todo es igual que antes del 7 de octubre. Así de simple. Miremos la realidad. Palestina está bajo ocupación en diciembre de 2023, como lo estuvo durante la pandemia, como lo estuvo cuando Gaza fue bombardeada en 2021, 2016, 2014 y 2008. Jerusalén, Gaza y Cisjordania están bajo ocupación desde 1967 y el resto de Palestina desde 1948.
Jerusalén continúa siendo parte del conflicto, y el deseo israelí de apropiársela es tan antiguo como el sueño sionista. Así lo han dicho después de asaltar el hospital Al-Shifa, también antes de bombardear casas gazetíes, como después de derrumbar 300 casas habitadas por sus respectivas familias en Jenín en 2002.
Un ministro israelí, el de Inteligencia, pidió en estos días el “reasentamiento permanente de palestinos en Gaza” pero fuera de Gaza, así como fueron reubicados muchas familias por la construcción del muro del Apartheid desde 2002, los refugiados de la guerra de 1967 y los cientos de miles de palestinos expulsados de sus tierras en 1948. La política es clara: echar a los palestinos de Palestina.
Ahora los gobiernos fariseos (dirían los lectores de La Biblia) se rasgan las vestiduras porque Israel viola el derecho internacional humanitario. Pero la verdad es que Israel viola el derecho internacional, así como las resoluciones de la ONU desde su origen, en 1948, cuando se declararon Estado en las tierras ganadas en la guerra y no en las dadas por la ONU en una resolución de 1947’.
La misma crisis, antes del 7 de octubre
Uno de mis entrevistados fue expulsado de Palestina a la edad de un año, llegó con su familia a Beirut y sigue esperando el retorno. Me dice que el riesgo más grande es “que los viejos se mueran y que los jóvenes se olviden” de la causa palestina.
No muy lejos de aquí, Gaza está destruida, pero demoler casas es parte de la cotidianidad palestina, incluso con orden judicial previa. Según el Comité Israelí para la Demolición de Casas, entre 1967 y 2010, más de 25.000 fueron demolidas por orden de un tribunal para castigar a un “sospechoso de terrorismo”, a él y a su familia.
Ahora, cuando algunos no sólo miran a Gaza sino también a Cisjordania, hay personas que recién se enteran del muro que construye Israel para crear guetos donde se pueden amontonar a los palestinos como ganado. Ese muro infame lo es desde que empezó su construcción hace 21 años y es ilegal, según fallo dictado hace 19 años por la Corte Internacional de Justicia.
También hay noticias recientes sobre la violencia contra los palestinos por parte de los colonos, los habitantes de los ilegales asentamientos israelíes en territorio palestino. Algunos de ellos llevan rutinariamente sus fusiles que usan para atacar palestinos, matar a sus animales y aterrorizar a sus niños. Pero eso sucede desde la fundación misma de los asentamientos, en 1967.
Hay quejas, justificadas, contra quienes intentan convertir el problema palestino en un simple problema humanitario que, por tanto, debe atenderse desde lo caritativo y no más; como si acaso la destrucción de Gaza fuera fruto de un tsunami o de un terremoto. Pero esos intentos por negar las políticas del ocupante no son nuevas, también las vivieron los palestinos durante la segunda Intifada –años 2000/2005–.
En medio de todo ello, como expresión de otro campo en disputa, los grandes medios han presentado la causa palestina como marcadamente vinculada a la violencia, al terrorismo, incluso a la amenaza islamista.
Pero eso tampoco es novedoso, lo han dicho desde que nació la Organización para la Liberación de Palestina –OLP– en 1964, a pesar de que en 1988 la OLP y en 2009 Hamas han hablado de crear un Estado laico. Claro, eso también desconoce que el 15 por ciento de los palestinos son cristianos a los que les han bombardeado sus iglesias, tanto antes como después del 7 de octubre pasado.
Algunos profesores de Derecho Internacional Humanitario –DIH– han salido ahora a recordar el respeto a los civiles –a propósito de captura de cientos de rehenes por parte de Hamas–, curiosamente poco o nada decían cuando los muertos eran civiles palestinos y casi nada han dicho ahora que se ha ido sabiendo que varios de los civiles israelíes muertos han sido sacrificados por su propio ejército.
Esos profesores también dicen que las normas del DIH son innegociables y son exegéticos en su lectura, salvo cuando se llega al tema del derecho a la resistencia armada que, tanto antes como después del 7 de octubre, no ha sido reconocido por la academia.
En medio de todo esto, no emerge nada esencialmente novedoso, ni los llamados a bombardear Gaza con una bomba atómica es algo “original” de estas semanas, ni las condenas de la ONU, ni la tibieza de los árabes, ni la pregunta por Hamas como si fuera la única variable de la guerra, nada es esencialmente nuevo.
Todo lo que está sobre la mesa de los diplomáticos y en las pantallas de los televisores ha sido una cotidianidad padecida por décadas por los palestinos: el asesinato de niños, el ataque a ambulancias, el daño a las fuentes de agua potable, la destrucción de carreteras, las detenciones masivas y, como siempre, la convicción de que Israel es la víctima y la única democracia de Oriente Medio.
La tregua, último punto, en medio de la cual se produce un intercambio de civiles detenidos por ambas partes, tampoco es nueva y cuenta con antecedentes. Se han hecho ya treguas en ofensivas previas a Gaza, así como intercambios de personas y de cuerpos de muertos en medio de la guerra. En eso tampoco hay novedad.
Después de cada crisis, Israel sale con un pedazo más del pastel del lado suyo y decimos “eso lo discutimos después, lo urgente es lo humanitario”. Y así hemos visto pasar intifadas, bombardeos de Gaza, detenciones y asesinatos hasta que todo fluye como parte del paisaje.
En esencia, no hay diferencia, simplemente que el 7 de octubre una parte del mundo empezó a mirar a Palestina. Y la esperanza de los refugiados de 1948 de regresar es tan fuerte que su símbolo es una llave de la casa de la que fueron expulsados en 1948.
Aquí y en todo el Líbano se conoce el drama palestino, pero no así en el resto del planeta. Algunos ahora los reconocen como parte del mundo, así sea con desconfianza, culpándola de todo y desconociendo la histórica ocupación que padecen.