Víctor de Currea-Lugo | 15 de agosto de 2024
Partamos de que respeto cierto pacifismo, pero parte de su argumentación general está basada en falacias: que violencia solo genera violencia, que toda violencia es igual, que el ser humano es esencialmente pacifista, etc. No voy aquí a controvertir esto, sino a entrar en otro debate: qué pasa cuando el DIH cae en manos de ellos.
El famoso y vilipendiado DIH (derecho internacional humanitario) no prohíbe la guerra, así de simple; sino que la regula. Por tanto, no prohíbe el uso de las armas, ni la muerte de personas, ni el ataque a objetivos militares. No lleva necesariamente a la paz; aunque algunos pacifistas dicen otra cosa y para ello retuercen lo escrito con sus interpretaciones.
También reconozco que desconfío de los pacifistas que defienden el Estado (el que sea), porque los Estados son, por definición, el monopolio de la fuerza (lo que los lleva a una contradicción); entonces, me cuesta trabajo creer en un pacifismo que sí acepta un tipo de violencia, pero condena otra. Una propuesta que acepte una violencia legal no es pacifista, por más que la norma autorice dicha violencia.
La opción por la lucha armada no es fácil, ni es como en las películas. Tampoco es cierto que los que hacen la guerra sean estúpidos o dementes, y que los demás son solo intelecto y puridad. Recuerdo ese debate en Birmania, donde ante ese nivel de destrucción del pueblo rohingya, era no solo esperable sino lógico que ellos optaran por la lucha armada y no porque fueran dementes o estúpidos, sino porque no tenían otra salida.
Volvamos al debate. Decir “paz y aplicación del DIH ya” es una contradicción, algunas veces muy bien intencionada, pero contradicción al fin. El DIH, repito, no prohíbe la guerra. Eso implica la autorización de ataques, uso de armas, captura de enemigos en combate, etc. Es doloroso porque acepta la muerte, pero no la muerte de cualquiera y en eso radica su valor.
En el campo de los conflictos, el análisis de los medios de lucha no es un debate de estética, sino de eficiencia, de posibilidades reales; no busca ganar sino “hacer algo”. Pero los tiempos que corren nos impiden ver la historia, y el localismo nos impide ver el mundo.
De hecho, se ha ido reescribiendo la historia. El pasado diciembre, escuché a un viejo dirigente en Sudáfrica seriamente disgustado por el Nelson Mandela que han ido creando los nuevos tiempos. Nos invitaba a que dejáramos de pensar a Mandela como un viejito que hacía picnics y abrazaba a sus nietos, quitándole todo su pasado como combatiente.
Condenar es fácil, pero no necesariamente es justo. ¿Podríamos condenar a los judíos del gueto de Varsovia que se levantaron contra el nazismo y sin posibilidad alguna de triunfo? ¿Condenamos a los vietnamitas por haber usado la violencia para detener el genocidio en Camboya? ¿Y qué le diríamos a la resistencia francesa?
El caso palestino y el DIH
Tengo muy claro lo que hay detrás de la consigna propalestina “no es una guerra, es un genocidio”, pero en términos jurídicos, sí estamos ante un conflicto armado. Si no, pues no podemos hablar de crímenes de guerra, ni de ocupación; pero decir conflicto armado (o guerra) no implica, de ninguna manera, hablar de igualdad de partes.
El DIH deja claro que una ocupación es un conflicto armado, incluso si nadie levanta la mano contra el ocupante. Ahora, la CIJ explicó (en el caso de Sahara Occidental) que una ocupación no deja de ser ocupación porque no haya claridad sobre la naturaleza jurídica del territorio ocupado; basta que no sea parte del Estado ocupante.
Una ocupación, a su vez, autoriza a los ocupados a resistir, incluyendo la lucha armada como medio. Ahí vuelven a equivocarse los pacifistas: no me digan que hay que distinguir civiles de combatientes, sin decirme también que hay derecho a resistir.
No es una cosa menor. Por eso, en el falso pacifismo de los que citan el DIH creen que los Convenios de Ginebra son como una cena de barra abierta donde uno se sirve lo que quiere; no, el DIH es un menú que viene completo.
Las organizaciones de resistencia palestina son la materialización de un derecho y no, simplemente, una expresión de unos locos violentos, radicales e islámicos que quieren destruir todo y “borrar a Israel”. Hamas es uno de los grupos armados más calumniados por quienes no tienen ni la menor idea de su naturaleza.
Y ese derecho a resistir, legal y además legítimo, es la razón jurídica de ser de la resistencia palestina. La violencia de Hamas y de otros grupos, como lo afirma el gran Olivier Roy, es esencialmente antiocupación. Lo otro es creer que solo, por ejemplo, los ucranianos (rubios y cristianos) tienen derecho a resistir porque “toda violencia de un musulmán es terrorismo”.
¿Hamas ha cometido crímenes de guerra? Sí. Son reprochables, sí. Pero ¿de verdad Hamas es solo sus crímenes? Ni siquiera el fascismo ni el sionismo se pueden reducir solo a tales actos. La tendencia a reducir a Hamas a sus potenciales actos que vulneran el DIH apunta a una cosa: negar el derecho a la resistencia.
Decir que Hamas es igual al ejército israelí o que ambos tienen igual responsabilidad es un buen argumento, pero solo para un debate de cafetería. Los nazis que ocuparon Polonia no son lo mismo que los judíos que se levantaron en armas.
Las acciones de Hamas que respeten el DIH son tan legales como las que haga un Estado, así de simple. Pero la prensa, mayoritariamente, parte de que Hamas comete “solo actos de terror” y que “todos los actos de Israel son defensivos”. Pedirle a Hamas que respete el DIH es muy diferente a decir “no a la violencia de Hamas”.
Ahora, un genocidio no es menos genocidio porque haya una respuesta armada ante el genocida. Esto aplica a Camboya, Ruanda, Palestina, Birmania y muchos otros casos que se han calificado de genocidio y con presencia de una resistencia armada.
El problema es que la noción de guerra, genocidio, crimen de guerra, ocupación, no se rigen en el debate público sobre las categorías jurídicas que hay, reconocidas por los Estados, sino por las “narrativas” que las “deconstruyen” hasta vaciarlas de contenido.
Por mi experiencia, creo que saben más de DIH muchos militares (así no lo apliquen) que los abogados y las abogadas, pero el argumento de autoridad (tener un diploma de abogado) se impone. Así nos va.