Víctor de Currea-Lugo | 23 de junio de 2014
Una de las magias del lenguaje es que nos hace bromas. Cuando una palabra tiene dos acepciones y cada interlocutor piensa en lo que significa para sí, el malentendido está servido.
Así pasa con la palabra jihad (o yijad, si lo prefieren). Hay dos jihad. Uno, el de la lucha interior: el esfuerzo por ser mejor persona en el camino hacia Alá, y dos, la defensa del islam, incluso por medios violentos, la que sería la guerra santa contra los infieles.
Si preguntamos a un musulmán si está de acuerdo con la jihad, su respuesta será un sí rotundo emanado de su fe, pues él piensa en su “esfuerzo por ser mejor musulmán”. Mientras aquel que traduce jihad sólo como “guerra santa” confirmará en ese sí su islamofobia nacida de la ignorancia.
Además hay palabras juguetonas que se encargan del resto: todo, nada, siempre, nunca. Si ya es complicado decir “todos los saudíes”, resulta aún muy difícil decir “todos los musulmanes”, para darles una característica que los haga homogéneos. Hay musulmanes de diferentes corrientes religiosas (suníes, chiíes) y dentro de las chiíes hay vertientes (zaidíes, alauíes). Además hay otras expresiones: los sufistas que, si me lo permiten, serían el ala más “nueva era” de los musulmanes; mientras los salafistas (seguidores de los salaf) son los que plantean “el regreso a los orígenes” y lo expresan en su fundamentalismo doctrinario.
De esta última doctrina se alimentan algunos grupos como Boko Haram (el que secuestró las niñas en Nigeria), Al Shabbab (milicianos de Somalia que a veces atacan en Kenia), los talibán (tanto de Afganistán como de Pakistán), ISIS (el grupo que actúa en parte de Siria y norte de Irak) y Al Qaeda. Sin que pertenezcan a una misma estructura, se caracterizan por su marcado rechazo a Occidente, la negación de derechos a las mujeres, el uso de la violencia armada, el control de la vida social y la aplicación estricta y a su manera de la sharía, la ley islámica.
La trampa de homogeneizar: caso de la jidah
Si bien es cierto que estos grupos no están articulados en una red internacional, sí hay cercanías discursivas y hasta operacionales. Boko Haram habría recibido entrenamiento de Al Shabbab y los talibán lucharon codo a codo con Al Qaeda ante la ocupación de Estados Unidos en 2001. Pero también hay disputas entre ellos. Me contaban en Afganistán que hay grupos talibanes opuestos a Al Qaeda, en Siria el ISIS ha chocado con Al Nusra (que es la rama de Al Qaeda), etc.
La trampa está en inventar unidades en donde no las hay y homogeneizar a los grupos. Los rebeldes del Ejército Libre Sirio han combatido a los grupos pro Al Qaeda por lo menos desde 2012, según me decía uno de sus responsables hace dos años. Los tuaregs en Malí chocaron con Al Qaeda. Hizbolá, el grupo armado de Líbano, es enemigo a muerte de Al Qaeda.
Los 1.300 millones de musulmanes no pueden ser reducidos a un grupo armado; sería como reducir los cristianos al que mató más de 70 personas en Noruega en nombre del cristianismo. Reducir el Corán a un manual de Al Qaeda es como reducir la Biblia a la frase: “No he venido a traer la paz, sino la espada” (Mateo 10,34) y a las magias del lenguaje.