Victor de Currea-Lugo | 28 de septiembre de 2025
Dice la leyenda que Enrique IV, con tal de quedarse con el reino francés, decidió cambiar de religión y volverse católico. E inmortalizó ese momento con la frase: “París, bien vale una misa”. Bueno, podemos decirlo de una manera diferente: “Gaza, bien vale una visa”.
Por supuesto que la frase y el contexto en que lo planteaba Enrique IV eran de un vulgar oportunismo político y nada comparable con lo que en su momento dijo Felipe II: “Prefiero perder mis estados a gobernar sobre herejes”. Es posible que el presidente Petro lo haya pensado también de esa manera: “Prefiero perder mi visado a dejarme gobernar por genocidas”.
Más allá del debate sobre las formas jurídicas y políticas, lo cierto es que hoy hay una discusión en Colombia que muestra, en parte, el nivel real de compromiso político no solo con la causa palestina, sino con el proyecto del cambio.
Por un lado, he recibido numerosos comentarios de personas —la inmensa mayoría— que agradecen el gesto del presidente porque saben, primero, que no es un calentón de las calles neoyorquinas, sino el fruto de una gran cadena de sucesos que implica: romper relaciones diplomáticas con Israel, no vender más carbón, no comprar más armas, participar del proceso contra Israel por genocidio ante la Corte Internacional de Justicia, establecer visa a los israelíes, enviar ayuda humanitaria y un largo etcétera.
La mayoría de estas personas agradecen que Petro dijo aquello que todo el mundo quiere que alguien diga, pero que nadie se atreve. En ese sentido, es único. Lo doloroso, sin que esto implique contradicción alguna, es que el presidente está diciendo lo obvio: que está mal matar a un pueblo, bombardear escuelas, atacar hospitales. En este mundo de la corrección política, la cosa es tan grave que decir no a un genocidio parece ya una cosa demasiado heroica.
El segundo bloque es el de los que estaban estancados en las formas. Su problema era si la traducción que yo hice en mi inglés de Palestina Bosa (al lado de Roger Waters) era exactamente lo que dijo el presidente; si el escenario era el adecuado, o si el adjetivo escogido por Petro obedecía a una razón de Estado y a una gran meditación previa. No estamos haciendo un libro de historia jurídica ni un debate conceptual, sino que estamos frente a una realidad apabullante.
Y esa realidad apabullante no puede seguirse diluyendo en esas técnicas posmodernas, típicas de la cultura woke, en las que lo importante es la forma y no el contenido, en las que lo central es discutir la valía del adjetivo y la importancia del número en vez de la realidad.
A mí, en lo personal, me costaría mucho trabajo decirle a mi amiga Shayma Abualatta, que ya completa 16 desplazamientos forzados en Gaza, que el problema tiene que ver solo con “cómo definimos el mundo de lo palestino desde una narrativa posmoderna subjetiva de autopercepción” y otras cosas similares.
Los que creen que Gaza no vale ni una visa
Por supuesto, también están quienes están absolutamente asustados y entonces corrieron a llamar porque su gran preocupación es perder la visa. Dicho en sus palabras: ¿cómo es posible que yo no pueda volver a visitar Miami ni ir a Disneyland por culpa de que a Petro le preocupen unos muertos lejanos?
Y el fetiche de la visa, como si fuera gran cosa, se vuelve la prioridad incluso de algunos camaradas que dizque son del cambio, donde su principal preocupación no es una matanza en pleno siglo XXI, sino únicamente la posibilidad de ir a visitar la Quinta Avenida a comprar baratijas a precios elevados.
Es entendible que quienes tienen negocios en los Estados Unidos y no se han enterado todavía de que Miami no es la capital de América Latina y de que el mundo es ancho y ajeno, estén realmente compungidos.
Y claro, no faltan quienes se sienten agraviados no por las bombas que llueven sobre Gaza, sino por una frase incómoda lanzada en Nueva York. Que el presidente critique a un poder extranjero es “irresponsable”, dicen. Pero cuando esos mismos gremios han callado o financiado gobiernos asesinos para mantener negocios, eso es “prudencia empresarial”. En Colombia la moral selectiva es un arte muy bien cultivado.
Basta mirar cómo reaccionan los gremios económicos y empresarios al acto del presidente: firmaron una carta pública para rechazar sus declaraciones en Estados Unidos, calificándolas de “irresponsables” por incitar a la rebelión contra un gneocidio.
También en las redes digitales se multiplican los señalamientos de que “el gran pecado” no fue el bombardeo de ayer en Gaza, sino que ahora Colombia ha puesto en riesgo su relación comercial y diplomática con Trump.
Mientras tanto, algunos medios publican con horror que ciertas declaraciones podrían afectar la relación diplomática con Estados Unidos. Se alarman por lo que se dice, no por lo que se hace. Porque cuando los muertos son lejanos, la indignación es abstracta; lo urgente es que no se afecte la tasa de cambio, ni que la moral internacional pierda valor de mercado.
Algunos preocupados por la visa estaban también preocupados por la descertificación del país. A ellos les da igual la realidad de, por ejemplo, las incautaciones de drogas y se centran solo en aquello que digan los grandes medios. Es de esperar, entonces, que la decisión de Washington les duela; aunque la verdad es que esta descertificación no pasa de ser una cosa bastante posmoderna: es decir, simbolismos vacíos de contenido.
Por supuesto, no me extrañaría que en ese grupo de gente compungida esté la misma que rechaza que dejemos de vender carbón a Israel, pero que se peleó porque no se cobraran impuestos adecuados a esa venta de carbón en el pasado.
Los mismos que nos acusan de antisemitas y de cualquier cosa con tal de descalificarnos a la hora de evaluar un genocidio; los mismos que invocan las formas de la diplomacia internacional y del protocolo cuando, como dijo el presidente Petro, la diplomacia ha demostrado su inutilidad.
En Gaza, la diplomacia ha muerto
La diplomacia no ha muerto porque Petro lo decrete, ha muerto porque lo han decretado Estados Unidos, con sus ya 51 vetos en el Consejo de Seguridad a favor de Israel. Si después de esta realidad todavía creemos que el derecho garantiza automáticamente las respuestas, estamos siendo ingenuos hasta el límite.
Era muy difícil hablar de los Convenios de Ginebra —especialmente del tercero, sobre prisioneros de guerra— después de Guantánamo, y ahora es muy difícil hablar de la Convención contra el Genocidio después de lo que está pasando en Palestina. ¿Queda alguna ventana abierta para hablar de los derechos de la niñez? ¿O queda alguna esperanza de hablar de la distinción entre civiles y combatientes?
Uno de los asuntos centrales del presidente Petro es que cuestiona seriamente a la ONU. No es esperar a que la ONU se reforme para, una vez reformada, atender Gaza; es atender Gaza para obligarla a reformarse. Yo no sería capaz de decirles a los del gueto de Varsovia que se dejen matar que, en poco, vamos a fundar la ONU.
No es la cosa ortodoxa de “unidad, organización y lucha”, sino de volver a barajar esas fórmulas y mirar por dónde avanzamos. Definitivamente es muy doloroso que quienes dirigen ejércitos de ocupación y de genocidio sean aplaudidos en la ONU, mientras que quienes hablan de ejércitos de salvación sean rechazados.
La historia, más allá de lo que dicen los pacifistas furiosos y furibundos —algunos de ellos pacifistas por cobardía—, demuestra otra cosa: ni el genocidio de los hutus contra los tutsis, ni el de Camboya, ni el de la Segunda Guerra Mundial, que tanto nos enrostran, fueron detenidos ni por grupos de Facebook ni por marchas de banderas blancas.
Desafortunada y dolorosamente tuvieron que recurrir al uso de la fuerza. Lo que el presidente Petro ha dicho no es una propuesta delirante, sino una constatación histórica. Entonces, si la constatación histórica nos obliga a buscar caminos eficaces, tenemos que recordar a Mandela cuando él decía que “es moralmente reprensible utilizar medios ineficaces”.
Condenar el llamado de Petro es tan torpe como negar aquello que movía al mundo articulado en las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española, o en la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, una resistencia que debemos revisar pensando en Gaza.
Obvio, esperaba de una derecha sionista y de una prensa igual salieran a decir lo que han dicho, pero no de algunos “compañeros de lucha”, dentro de los que hay quienes amenazan que por la justicia estarían dispuestos a dar la vida, pero la verdad es que no están dispuestos ni a dar la visa.
El discurso de Petro en la ONU confronta la ineficiencia del derecho internacional versus la realidad de un genocidio. Es el momento de tomar partido. Las tibiezas solo sirven a los genocidas. Pero en el país todavía discutimos si la coma o el adjetivo es lo importante, cuando la realidad es la que llama a la puerta.
PD: Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente del autor y no reflejan necesariamente la posición de la institución para la cual trabaja. El autor es el asesor presidencial para Oriente Medio, del gobierno colombiano.