Víctor de Currea-Lugo | 12 de agosto de 2024
Hoy regreso a Irak, 5 años después de estas entrevistas y 10 años después del genocidio de los yazidíes. Cuando llegué en 2019, al norte de Irak, para hablar con las víctimas de este genocidio hubo un momento de confusión, ellos se referían a la población de Shengal y al grupo religioso de los eizidíes.
Yo andaba buscando a los yazidíes de Sinjar. La ciudad y la religión se llaman de estas dos formas, dependiendo si se mencionan en árabe (Sinjar y yazidí) o en kurdo (Shengal y Êzidî).
En la sede del Partido Eizidí Libertad y Democracia (PADE), me reciben varios líderes de esa comunidad. Fakir, de la dirección del PADE, cuenta que su religión tiene más de 4.000 años. Era la fe más común entre los kurdos, pero se convirtió en minoría cuando hubo el proceso de islamización. Se cree que son más de 800.000 en todo el mundo, la mayoría en el norte de Irak. El sheik Jamal me explica que para ellos todo es sagrado: la tierra, el agua, el sol.
La ciudad de Singal cayó en manos del Estado islámico en agosto de 2014, aunque allí hay cristianos y musulmanes, la inmensa mayoría de sus habitantes son kurdos yazidíes. Antes de este control, ya los yazidíes habían sufrido la persecución de Sadam Husein, quien los puso en campos después de destruir sus pueblos, en los años setenta. Y antes habían sufrido la represión del imperio Otomano, me explica el sheik Jamal.
Cuando entraron las milicias del Estado Islámico, detenían kurdos, pero no árabes. “Eso fue el 3 de agosto de 2014. Antes teníamos excelentes relaciones con los árabes, incluso nos dijeron que nos defenderían de los islamistas, que solo teníamos que mostrar una bandera blanca y convertirnos al islam”.
“Nosotros no aceptamos esa propuesta. Lo cierto es que varios vecinos árabes le dieron nuestra información al Daesh, nos traicionaron. A muchos los arrestaron y otros huyeron a las montañas”. Esta es una mezcla de frases de varios de los entrevistados, de Abel, de Leyla, de Jamal y de Fakir. Mi traductor las dice en ráfaga, con los ojos llorosos.
Antes había 12.000 Peshmerga de Barzani, que prometieron protegerlos, pero que los abandonaron. Los del Daesh mataron a todos los hombres y niños, y tomaron secuestradas a las mujeres y a las niñas.
Violencia sexual contra las yazidíes
Abel, que ha estado callado buena parte, empieza a contarme que las mujeres y las niñas, fueron vendidas como esclavas en el mercado de Mosul. “Una niña de seis años era vendida por cuatro dólares entre los miembros del Daesh, pero también entre gente que venía de Arabia Saudita o hasta de Afganistán”. Las milicias kurdas liberaron a algunas de esas mujeres en Siria, pero todavía hoy, hay 5.000 mujeres y niñas desaparecidas.
Muchas mujeres kurdas quedaron embarazadas, fruto de las violaciones en grupo. Algunas que lograron huir, abandonaron a sus hijos, porque “no eran hijos de ellas, no sabían siquiera quién era el padre”, dice Jamal.
El consejo espiritual de los yazidíes orientó a la comunidad para que recibieran de la mejor manera a las mujeres que habían sido víctimas, al regresar a su pueblo. Pero el daño estaba hecho, me dicen que hay unas que llevan desde el día de su liberación sin hablar. Además, han encontrado 73 fosas comunes. Todos los hombres mayores de 15 años fueron asesinados.
Ese genocidio no ha sido reconocido como tal por el Gobierno Federal kurdo del norte de Irak, ni por el Gobierno central de Bagdad. Para recuperar la ciudad, cosa que estuvo fundamentalmente bajo su propia responsabilidad, crearon las “Unidades de Resistencia de Sinjar”.
Ellos, más organizaciones kurdas como el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), las Unidades de Protección Popular (YPG) y las Unidades Femeninas de Protección (YPJ), expulsaron al Daesh.
Sheik Jamal insiste en la necesidad de un tribunal internacional para este genocidio, que además investigue la suerte de los desaparecidos. Incluso, las fuerzas internacionales, como Turquía, en vez de facilitar el retorno de los desplazados, lo ha dificultado.
No quieren olvidar, no quieren migrar ni disolverse en otros países. “Si no fuéramos iezidíes, no nos hubieran abandonado”. Pregunto por el impacto del escándalo que hubo en los medios de comunicación sobre ese genocidio, que ocupó las principales páginas de los diarios más leídos del mundo.
Este problema de la falta de impacto en el terreno de la andanada mediática merece una mayor reflexión. ¿Qué tipo de disociación estamos cultivando entre las redes sociales y la realidad?
No bastó informar en los medios de comunicación, ni tampoco hacer una cadena en las redes sociales (cada vez más parecidas a una cadena de oración) para tocar, así sea mínimamente, la realidad de los masacrados. Las víctimas nos recuerdan, de nuevo, el fracaso de la militancia del Twitter y del Facebook pues, que yo sepa, simplemente darle “like” a una publicación no ha resuelto las grandes preguntas de la guerra.
Crónica publicada en 2019, y parte del libro: “Kurdistán, la nación soñada” (Periferia, 2000) que puede descargar de manera gratuita en el siguiente link: Kurdistán,la nación soñada