Víctor de Currea-Lugo | 24 de agosto de 2019
El problema no es solo el incendio reciente del Amazonas, ni el oportunismo de Bolsonaro, es que el planeta no nos aguanta más. Como dicen en la película “El día que la Tierra se detuvo”: para salvar la tierra hay que poner en su sitio a los seres humanos.
Cada día más especies de animales se han extinguido. Desde el pájaro carpintero hasta el rinoceronte negro, pasando por el guacamayo azul. Y en riesgo de extinción está el oso polar y el gorila de montaña, el tigre persa y el oso pardo mexicano.
De base está el modelo de producción mundial, la pelea por recursos, el consumo de plástico y de petróleo, y otras cosas inherentes al sistema de producción, léase: el capitalismo. Según un informe publicado recientemente por Carbon Disclosure Project y Climate Accountability, desde 1988, el 71% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, es producido por solo 100 empresas, dentro de las cuales aparece Ecopetrol, en el puesto 53. Claro que hay que reciclar, pero de poco sirve llevar la bolsa al supermercado, si las empresas petroleras y carboníferas continúan haciendo lo que hacen y, sobre todo, cómo lo hacen.
Pero no solo es el desarrollo capitalista. Algunos pueblos indígenas suelen limpiar la tierra para los cultivos quemando el monte y esa es una práctica ancestral. Esto demuestra que cierto indigenismo no necesariamente ayuda a la respuesta.
Lo que sí es absolutamente cierto es que el capitalismo ha acelerado el daño a velocidades impensables, como lo demuestra la isla de plástico en el mar. Aún más, el peor daño posible del que pueda acusarse a las comunidades indígenas, no es comparable con la forma sistemática y generalizada en la que la sed de materias primas genera la depredación de la naturaleza.
Siempre hemos matado animales y hasta “por deporte”, pero no de manera tan extensa como se hace en nuestros días, al punto que el daño del hombre premoderno es una insignificante molestia al planeta comparado con lo que hace el hombre moderno. Y ese daño depende, entre otras, de dos variables: somos más y, gracias al desarrollo tecnológico, somos más dañinos.
El consumo exacerbado de carne nos hace girar de omnívoros a carnívoros. Y la crianza de animales para ese consumo explica buena parte de la contaminación. No sirve ser vegano, andar negando la naturaleza humana para pretender construir un “hombre nuevo” desde su dieta no solo es ingenuo sino, nutricionalmente, peligroso.
Claro que la producción mundial de alimentos es parte del problema y que la explotación laboral anexa es condenable, pero es sobre la realidad que somos que debemos actuar, no sobre utopías biológicas.
Una producción alimentaria sin que haya un solo eslabón de explotación de personas, así sea en condiciones del capitalismo moderno, es imposible. Pero una cosa es la producción industrial bajo derechos laborales y otra, distinta (aunque en el mismo sentido), el esclavismo asociado con la producción de alimentos en muchas partes del mundo.
Los cocodrilos del Amazonas ¿qué nos dirían?
¿Qué podemos hacer? Poco, pero no por eso debemos quedarnos quietos. Sin duda, no es una agenda local la que nos va a permitir avanzar, ni nacionalismos de nuevo cuño como el que levanta la derecha brasilera ante la crítica francesa (sin negar la historia imperialista francesa).
Tampoco veo respuesta en los “ismos” de todo tipo, ni mucho menos las redes sociales. No habrá un solo árbol que se salve si las quejas en Internet no pasan a la acción concreta y directa.
Vivir de otra manera. No se trata de regresar a las cavernas; la nostalgia por el pasado no sirve. Además, a muy pocos les interesaría renunciar de tajo a los beneficios del desarrollo. Podría buscarse un punto medio o un modelo progresivo, pero lo cierto es que el daño ambiental ya está hecho.
Los videos y los trabajos periodísticos parece que tampoco causan el impacto deseado y doy un ejemplo de esto: cuando se presentó la película “Diamantes de Sangre”, a pesar de lo gráfico de su denuncia, esto no afectó en nada el mercado de diamantes.
En Brasil es peor, no es que hayan mirado para otro lado, sino que votaron por un candidato que prometió precisamente una ofensiva contra el Amazonas que ahora el fuego hace: abrir la selva a nuevos megaproyectos.
El mismo que ahora rechazó los recursos de Noruega y de Alemania (el llamado Fondo Amazonía) para, entre otras cosas, prevenir los incendios del Amazonas asociados a la deforestación.
La respuesta no está tampoco en la hipócrita campaña de algunos empresarios que posan de defender la preservación de la naturaleza y, a la vez, apoyan el fracking y el glifosato.
Así como no creo que una revolución se defina con proyectos limitados y locales, por más nobles y bien intencionados, tampoco creo que el simple reciclaje nos salve, aunque no por eso debemos renunciar a hacerlo. Incluso, solo por su valor pedagógico, reciclar vale la pena.
Decía una figura que circulaba en Internet: “¿sabías que si cierras la llave del agua mientras te cepillas los dientes, puedes ahorrar hasta 12 litros de agua por minuto? Pero, ¿si luchas por sacar a Drummond del país puedes ahorrar hasta 51 millones de litros de agua al día?”
Según la Contraloría General de la Nación de Colombia, con el agua que gasta la empresa Cerrejón, se podrían abastecer 2 millones de personas. Este es un ejemplo de cómo un acto simbólico puede ocultar los problemas de fondo.
No se trata de que nos vayamos a sembrar árboles en el Amazonas, con que no lo destruyamos sería suficiente. En el Chocó colombiano, por ejemplo, el contrabando de maderas tiene una responsabilidad, las comunidades (que no tienen muchas ofertas laborales) también y más aún, el Estado. Las autoridades son responsables del conjunto de pobreza, extracción, daño ambiental y contaminación en Chocó.
Allí, como en otras regiones, el daño ambiental está asociado con la economía que sostiene a los poderes locales y regionales. Por eso no entiendo eso de llorar por el Amazonas sin darnos cuenta que, sin exageraciones, su incendio tiene una relación directa con el asesinato de líderes sociales ambientalistas, si entendemos que ambos fenómenos enfrentan poderes políticos reales y no maldiciones de los dioses.
Y en medio de esa complejidad, aparece la estrategia de las cadenas de oración. Algo así como: “comparte este extintor de la suerte para que no muera quemado otro árbol”. Una mezcla entre pachamamertos y New Ages que creen que el desafío climático se resuelve con actos simbólicos.
Eso no es más que la prolongación en extremo, de lo que se han convertido las redes sociales: un espacio para exorcizar la incapacidad social sin renunciar a la comodidad. Las campañas en las redes no han funcionado contra los políticos corruptos ni a favor de las víctimas de África ¿por qué serviría la estrategia del “like” frente al Amazonas?
Como decía irónicamente el tuitero Egonayerbe “no es con oraciones como vamos a salvar el planeta. Todos sabemos que es con #Hashtags”. Estoy esperando la twiteratón del caso.
El ecologismo hoy debe ser anticapitalista o no es ecologismo. Parafraseando a Max Horkheimer, quien no quiere hablar acerca del capitalismo debería callarse también respecto al cambio climático. Pero otro modelo económico diferente al capitalismo no es necesariamente menos dañino al medio ambiente, como sugiere John Gray.
La causa común a la extinción de especies animales, a los incendios forestales, a la emisión de gases de efecto invernadero y el calentamiento climático, es la acción humana. Como el extraterrestre de la película citada al comienzo, urge un proyecto salvador, una nueva Arca de Noé, pero salvar a las demás especies y al tiempo salvar a los humanos parece una contradicción.
La conclusión es que la acción humana como viene dándose hasta ahora, especialmente en el marco del capitalismo, es incompatible con el equilibrio ambiental. Como dice de manera célebre Gray: “si los seres humanos no se amoldan, el planeta los reducirá a un número menor y los condenará a la extinción”.
Las tortugas y los cocodrilos vieron crecer a los dinosaurios y desaparecer. El tiempo es como los cocodrilos: a veces lento y a veces rápido, pero siempre mortal. Nada dice que los cocodrilos no harán lo mismo frente a los seres humanos.