Víctor de Currea-Lugo | 22 de julio de 2014
Según el derecho internacional, deber ser castigado tanto el genocidio como “la instigación directa y pública a cometer genocidio”.
Esto es precisamente un resultado —en lo jurídico— del terrible holocausto nazi contra gitanos, homosexuales, judíos, inmigrantes y otras minorías.
Recientemente, una parlamentaria israelí, Ayelet Shaked, llamó al asesinato de las madres de los palestinos para evitar el nacimiento de “pequeñas serpientes”. Recordemos que en el genocidio de Ruanda los tutsis eran llamados cucarachas y durante el Holocausto los judíos eran llamados piojos. Shaked también llamó a mancharse las manos de sangre palestina.
Pero eso no es un caso aislado. En 2012, el hijo de Ariel Sharón llamó a “aplastar Gaza” de la misma manera que fue destruida Hiroshima, mediante el uso de bombas atómicas (que Israel ya tiene). En 2005, un asesor del gobierno israelí recomendó recortar el acceso de alimentos a Gaza y dijo, burlonamente, que no se trataba de producir hambre sino de “ayudar a los palestinos a hacer dieta”.
En el curso de la actual operación militar contra Gaza, un comandante israelí, Givati Brigade, llamó a la guerra contra los que difaman a Dios. Escribió en su mensaje a las tropas que “la historia nos ha escogido para ser el filo de la bayoneta de la lucha contra el enemigo terrorista de Gaza, que maldice, difama y abusa del Dios de las batallas de Israel”. Nada que envidiar por parte de los radicales suníes del Califato que avanza en Irak.
No se trata sólo de frases sueltas sino de expresiones públicas de personas con responsabilidades sociales y con gran eco en Israel. Pero la cosa no para ahí. Una reciente revisión del Twitter de jóvenes israelíes demostró como gran tendencia llamar al exterminio de los árabes.
Durante los primeros bombardeos a Gaza, hace pocos días, la periodista Diana Magnay, de CNN, informaba de la invasión y a su lado había grupos de israelíes con sillas playeras y en ambiente de quien ve un espectáculo de cine, aplaudiendo cada vez que un cohete estallaba en Gaza.
Varias encuestas han demostrado que la arabofobia dentro de la sociedad israelí no es un asunto anecdótico ni minoritario. Las ideas del pueblo elegido, de la eterna víctima y de la tierra prometida han hecho tanto daño en la sociedad israelí que celebra un genocidio en curso sin el más mínimo gesto de humanidad. La limpieza étnica de la que hablaba el israelí Ilán Pappe se repite una y otra vez con la complicidad de la sociedad.
¿Qué dirían los sionistas y sus amigos si alguien sugiere bombardear Tel Aviv, llamar de nuevo piojos a los judíos, decir que los campos nazis eran buenos para adelgazar o aplaudir los campos de concentración? Estas no son preguntas ingenuas, son preguntas peligrosas.