¿Esperaban algo diferente de Israel después de la tregua?

Víctor de Currea-Lugo | 1 de diciembre de 2023

Especial desde el Líbano para Le Monde Diplomatique – Colombia

¿Era posible esperar un cambio en el libreto de Israel tras la finalización de la tregua pactada con la Resistencia Palestina? Por supuesto que no. Eso sería un acto de ingenuidad perversa.

El problema central no es solo que los dirigentes israelíes repiten la matanza, y hasta es secundario que la sociedad israelí, mayoritariamente, aplaude las masacres. Lo central es qué es Israel. No es un problema de «voluntad política» del gobierno de turno sino de su naturaleza de Estado judío.

Es un Estado con una agenda precisa, creado bajo una propuesta política excluyente y supremacista llamada sionismo. Por eso hoy, que reanudaron las hostilidades, dolorosamente no se podía esperar otra cosa de Israel, ni de sus gobiernos aliados, ni de los tibios prosionistas.

Israel no es un Estado pensado para ciudadanos, personas iguales ante la ley, sino para un tipo específico de personas que se definen en cuanto creyentes. La aplicación de los pactos internacionales de derechos humanos lo llevaría a la configuración de un Estado moderno y democrático que sería, por definición, la negación del Gran Israel.

En ese Estado sionista no hay ciudadanos, esa categoría es secundaria; los derechos no dependen de la relación Estado/persona sino de la relación Estado/creyente, lo cual es la negación de la democracia.

Israel, según el judío Michel Warschawski, “ya no es en absoluto un Estado, sino una comunidad chauvinista religiosa que se lanzó a una guerra a muerte, una guerra tribal, sin brújula y sin conciencia, sin normas jurídicas, sin criterios éticos y sin un ápice de racionalidad”.

El sueño sionista de Israel

El sueño sionista necesita ocupar palestina y nombrarla propia, y necesita mantener políticas segregacionistas para controlar la realidad demográfica, como el traslado masivo de judíos de todos los países posibles para ocupar los trabajos que no son ofrecidos a los palestinos o normas como la promulgada ley que niega la posibilidad de que un matrimonio palestino-israelí genere ciudadanía israelí a la persona palestina.

El sionismo necesita hacerse a la tierra, pero no a las personas que la poseen, como en Sudáfrica durante el Apartheid. Asumir las personas como tales, poseedoras de derechos, es una amenaza al proyecto sionista.

Esto no disculpa a Israel, al contrario: lo condena plenamente. La naturaleza de alguien que comete un delito (máxime cuando esa “naturaleza”, como en el caso en discusión, es artificial y premeditada) puede ayudar a la explicación de la lógica que subyace al delito, pero de ninguna manera puede ser base para la impunidad. Como el escorpión de la fábula, Israel actúa así porque es parte de su naturaleza sionista.

Por eso, la ilusión Estado de derecho y a la vez “Estado judío” es un imposible jurídico. Por lo mismo la figura de “sionista de izquierdas” es otro imposible. Parafraseando a Roque Dalton, no hay que olvidar que los menos sionistas, dentro de los sionistas, también son sionistas.

La tarea no es pues que el escorpión abrace a la rana y convivan como en los cuentos de hadas, sino redefinir la naturaleza de ese escorpión artificial llamado Israel y, si ha de ser Estado, que asuma la naturaleza del Estado: moderno y democrático.

Hay dos anécdotas que ilustran esta afirmación en nuestro caso: un sionista en la Haya nos dijo: “poblar Israel es una orden de Dios” y otro, ante el debate sobre el sionismo como forma de racismo, dijo: “pues si el sionismo es racismo, no me lo explique a mí, explíqueselo a Dios”.

Un Estado basado en la fe entierra no solo el sueño palestino de un territorio, sino incluso se arriesga el propio sueño de un pequeño sector judío de un Estado democrático reconocido por sus vecinos y con fronteras seguras. El sionismo odia la democracia y el Estado de derecho.

Primero el muro, ahora más violencia tras la tregua

Es claro que la promesa de seguridad para Israel a través de la construcción del muro o de sus incursiones militares es una mentira, pues la paz no depende de tales medidas sino del fin de la ocupación y la aceptación israelí de los derechos de los palestinos.

La construcción del muro ha buscado la expulsión forzada de los palestinos por sus condiciones de vida insostenibles. “El muro por tanto creará una nueva generación de refugiados o de desplazados internos”, dijo John Dugard. Y los ataques a Gaza de hoy, y de los últimos años, buscan exactamente lo mismo: la expulsión de los palestinos y la apropiación de sus tierras para el proyecto sionista.

El sistema de derechos humanos existe parcialmente como consecuencia del Holocausto y de otros crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Paradójicamente, el sistema de derechos humanos es irrespetado por los herederos de las víctimas del Holocausto y sus normas son rechazadas por los herederos de los sobrevivientes del exterminio nazi.

Resulta difícil acusar a los derechos humanos y a los Convenios de Ginebra de antisemitas, precisamente cuando fueron creados en parte para proteger (entre otros) a los judíos. Pero de lo que no hay duda es de que los derechos humanos son, también por naturaleza, antisionistas en cuanto antirracistas.

En palabras del poeta palestino Mahmud. Darwish:

La comunidad internacional no puede seguir cerrando los ojos frente a lo que está ocurriendo hoy en la tierra de Palestina, como hizo en el año de la Nakba. La ocupación israelí continúa con la destrucción de la sociedad palestina, y por ello la asedia. Continúa matando y asesinando, con cada medida de fuerza que estime oportuna, usando su armamento contra un pueblo aislado que defiende lo que queda de su existencia e identidad amenazadas, defendiendo lo que resta de sus demolidos hogares, defendiendo los restos de sus cultivos…

El interés de los países de todo el mundo, y de sus pueblos, en el enfrentamiento que hoy se desarrolla en Palestina, y su apoyo al pueblo palestino -un pueblo que se ve privado de una vida normal y ordinaria- es una prueba de catadura moral que revelará hasta qué punto los valores de justicia, libertad e igualdad tienen credibilidad”.

Esto lo dijo el poeta en 2005, es decir, hace 18 años y es aplicable para 1948 y para 2023. Esa es parte de la tragedia, porque una parte de la humanidad recién se entera de dónde queda Palestina y a otra parte ni siquiera le importa.

Puede estar en el poder Ben Gurion, Moshé Dayan, Ariel Sharon, la despiadada Golda Meyer, el solapado Ehud Olmer o el corrupto Benjamin Netanyahu, Israel siempre será Israel mientras sea sionista.

Los palestinos han logrado sobrevivir a la ocupación, a la instrumentalización de los líderes árabes y a la falta de solidaridad de sus vecinos. Egipto, por ejemplo, ha aceptado un limitado y triste papel de policía de fronteras, abandonando la discusión central sobre la ocupación.

Ellos han logrado sobrevivir a la Guerra Fría que les empujaba a alinearse, a la falta de desarrollo económico, a los acuerdos de paz que niegan sus derechos, a la ineficacia de la ONU, al lobby sionista, a las políticas de los Estados Unidos. Ojalá que a esta lista no se sume el silencio del mundo.