Para la izquierda colombiana: cómo (no) fracasar al llegar al poder

Víctor de Currea-Lugo | 11 de abril de 2021

El proceso de cambio chileno, del muy bien intencionado médico Salvador Allende, se vio afectado por fenómenos como la escasez y la inflación inducida; dinámicas que desaparecieron a los pocos días del golpe militar de Augusto Pinochet. La pregunta es: ¿Hubiera podido Allende hacerlo mejor? De cara a las elecciones de 2022 ¿la izquierda colombiana puede aprender de otras experiencias y fracasos?

En 1979 triunfó la Revolución sandinista y 11 años después, la gente votó en contra, dando por la vía electoral un golpe certero a lo que se había ganado con la lucha armada. En eso tuvo que ver la creación de los “contras” por Estados Unidos, las medidas económicas y hasta la colocación de explosivos en los puertos nicaragüenses para afectar su mercado. Sin embargo, también influyeron, y hay que reconocerlo, los errores en la administración y la mala gestión que tuvo el sandinismo en esos años, pese a los esfuerzos heroicos de algunos.

Fue hasta hace poco, en el último congreso del Partido Comunista Cubano, donde su líder Raúl Castro manifestó que los principales problemas de la Revolución de Cuba ni siquiera estaban por fuera, sino que estaban dentro del país. Se refería a la burocracia y a la corrupción; es decir, el líder tuvo la capacidad de autocrítica para reconocer lo que mucha gente murmuraba en las calles, pero que si lo hubiera dicho otro y en un tono alto, sonarían como contrarrevolucionarios, traidores e impuros.

Cuando visité Indonesia una de las cosas que me recalcaba Fachrul Razi Mip (principal vocero del Partido de Aceh de 2009 a 2014), era la falta capacidad de gestión de los rebeldes de allí, ahora convertidos en partido político. Si bien habían logrado un espacio de autonomía, su capacidad de gestión no era la adecuada para enfrentar los retos.

Hablando con líderes maoístas en el poder en Nepal, luego de varios años de lucha armada y de un proceso de paz, me contaban que el esfuerzo fundamental del posconflicto era crear una Constitución que les demoró nueve años. No obstante, mientras perdían apoyo popular, insistían en priorizar leyes para federalizar el país en vez de tocar ya mismo la realidad de la sociedad.

Una de las cosas que es central, por lo menos en mi observación directa de la experiencia venezolana, son los graves errores de gestión; por ejemplo, ante las fábricas cerradas por los dueños y ocupadas por los obreros. La consigna que se puso de moda fue “fábrica cerrada, fábrica tomada”. Después de visitar algunas de estas fábricas, llegué a la conclusión de que, en su mayoría, la administración de los obreros fue un fracaso; que la consigna realmente fue al revés: “fabrica tomada, fábrica cerrada”.

La culpa no siempre es del enemigo

En resumen, todo proceso de cambio tiene enemigos y no hay enemigos pequeños. Al proponer un proyecto, sea de izquierda o de derecha, sea nacionalista o maoísta, los enemigos van a responder con cualquier tipo de trampas para las cuales hay que prepararse. No se puede negar esta realidad, ni esperar algo diferente.

Recuerdo que en Túnez el ministro de Asuntos Sociales, Khalil Zaouia, me decía que se veían obligados a conseguir recursos y el único prestamista dispuesto, el FMI, les pedía privatizar y ahondar el modelo neoliberal a cambio de créditos; eso era (más o menos) vender la revolución para salvar la revolución.

El caso tunecino nos enseña claramente algunos momentos en los que debemos tomar decisiones y que, como dice el refrán, “un abismo no se puede cruzar dando saltitos”. Ese tipo de decisiones radicales requiere varias cosas:

1- La primera obligación es entender cuáles elementos son fruto de errores internos y cuáles son inducidos, como una hiperinflación o un desabastecimiento.

2- Prepararse frente a bloqueos internacionales, medidas económicas y a un gran desprestigio como lo sufrieron todos los grandes procesos transformadores en la historia frente a los imperios, incluyendo a Gandhi y a Mandela.

3- Entender que no podemos explicar los problemas solo y únicamente por la actitud rastrera del bloqueo internacional. Como diría Marx: “no basta decir, como los franceses, que su nación fue sorprendida”, sino que es obligación prever dicho intento de sorpresa.

Yo siento que la izquierda colombiana está repitiendo la vieja consigna que decía El Quijote de que: “hay gente dispuesta a arriesgar los dos ojos, con tal de sacarle uno al enemigo”. El problema es que en este caso ni siquiera es el enemigo, es el contradictor y potencial aliado.

Camilo Castellanos, que en paz descanse, afirmaba que la izquierda nuestra es pura, dura y solitaria; porque la pelea por una coma de un texto que nadie releerá es lo fundamental, porque no entendemos la diferencia entre la táctica y la estrategia, los aliados y los enemigos, lo ideal y lo posible, y entre lo público y lo privado del debate político.

Queremos un candidato perfecto o nada (claro, reservándonos el derecho de decidir quién es perfecto). La burguesía siempre se ha preparado para mandar: saben hacer cuentas, embolatarnos con números, acomodar presupuestos, evadir respuestas y jugar con la ley. Saben hacer leguleyadas y trampear; a pesar de todo eso, pueden fracasar, como en el caso de Iván Duque, fundamentalmente porque son incapaces de gestionar.

Es curioso que los pueblos perdonan a la derecha que gestiona mal, fíjense el caso de Jair Bolsonaro o de Donald Trump, pero no perdonan los errores de la izquierda, los miden con otro rasero, los miden con otra lógica. Por eso las críticas brutales contra los errores de Lula o de Evo; es cierto que ambos cometieron errores, pero también hicieron cosas positivas.

También se acostumbra dentro de la izquierda tildar de traidores a quienes se atrevan a decir que, por ejemplo, Evo y Lula cometieron errores, porque la capacidad de autocrítica es nula. Se repite dentro del manejo de la administración de los gobiernos de izquierda un modelo y una lógica estalinista: “puros, duro y solitarios”.

Esa negación de la autocrítica, ese estalinismo criollo, es profundamente peligroso, porque no deja reconocer a tiempo los errores, porque maquilla las realidades y porque genera un control vertical incluso de la verdad.

Ese control de la verdad permite la elaboración de discursos acomodados, de contradicciones  principales que se convierten en únicas, de explicaciones sesgadas y del manejo de los medios de comunicación (dizque alternativos y populares) como altavoces de discursos totalitarios que no permiten ni la crítica ni el debate democrático.

La cotidianidad como legitimidad, reto de la izquierda

En estos días de cuarentena mi querido Tommy tuvo problemas gástricos y lo que necesitaba en ese momento no era un discurso sobre la alimentación balanceada, sino una buena persona que ejerciera la veterinaria. Pienso que no hay que perder lo estratégico, pero las salidas tácticas son fundamentales porque salvan vidas. Así que una buena veterinaria le resolvió su problema de salud, sin discursos altisonantes.

A veces la ciudadanía espera una respuesta inmediata al suministro de agua o de energía, a la gestión de un hospital, a la consecución de un empleo o a la distribución de verduras. Y no le satisface una explicación de variables económicas que no se pueden entender y que son profundamente ajenas a su cotidianidad.

Los gobiernos de izquierda prometen ser diferentes.  Solo por esa promesa y por su pretensión ética de cambio no pueden responder con las mismas herramientas clientelares, tramposas, neoliberales y corruptas que se esperan de la derecha (aunque no porque se esperen, se justifican).

¿Qué hacer frente a ese escenario? ¡Prepararnos! Se necesitan buenos epidemiólogos para manejar la pandemia y no solamente opinadores que reciten números que se inventan; necesitamos científicas que contribuyan al desarrollo de vacunas y no solamente charlatanes que se dediquen a citar el RNA mensajero sin saber lo que es; necesitamos liderazgos que escuchen y resuelvan, sin evadirse en magias jurídicas o de disquisiciones semánticas o citas de grandes autores que muy poca gente ha leído.

Si en el año 2022 gana un gobierno alternativo en Colombia, no pasarán 24 horas para que los enemigos de adentro y de afuera, de la extrema derecha y de la derecha, de las ovejas que se quitarán sus máscaras y mostrarán su cara de lobos, empiecen a atacarlo. Así que prepararse para el poder en el 2022 no es solamente una serie de juegos electoreros burocráticos, de alianzas acomodaticias y de egos en la pasarela, sino de demostración real.

Lo que está en juego no es solamente vencer al uribismo, no basta con tomar el gobierno, sino con consolidar el poder (como decía Evo) y eso requiere una capacidad real de gestión. La pregunta no es si el país debe cambiar, es más bien si estamos preparados para asumir dicha responsabilidad.

PD: Alguien podría tomar esta columna y empezar a cuestionarla párrafo por párrafo para buscar el error, con lo cual solo consolidaría mi tesis. Como alguien me dijo: “Cuando un sabio señala la luna, un tonto se queda mirando el dedo”. Por supuesto, yo no pretendo ser el sabio, pero tampoco quiero ser el tonto. Fin del comunicado.