La última canción en Quibdó

Quibdó
Jóvenes víctimas de la limpieza social en Quibdó.

Víctor de Currea-Lugo | 25 de agosto de 2015

Flagelos como las casas de tortura no son ajenos a esta región, mientras tanto sigue siendo una zona receptora de desplazados y las bandas criminales agobian a una población temerosa.

 “¿Ve esta foto?” me mostró una señora, “pues de ese grupo de muchachos ya todos están muertos”. Así empezó una serie de relatos sobre la violencia en Quibdó. Me dejaron escribir, pero “no vaya a grabar, por favor, ni a decir nuestros nombres”.

La situación empeoró hace tres años, cuando se dispararon los índices de homicidio y de desaparición forzada. La Diócesis de Quibdó y otras organizaciones denunciaron el asesinato de más de 40 personas, la mayoría jóvenes entre 14 y 25 años. En 2013, según Medicina Legal, Quibdó tuvo una tasa de 93,68 homicidios por cada 100.000 habitantes, una de las cifras más altas del país.

“Ahora está más grave, por el cambio en la administración” y no entendí a qué se referían los entrevistados, si a las próximas elecciones o a algún escándalo por corrupción, pero me aclararon: “están saliendo (los grupos paramilitares de) los Rastrojos y las Águilas Negras y está entrando el clan Úsuga”, también conocidos como los urabeños.

En Quibdó funcionan combos que son más exactamente bandas armadas, compuestas por “cientos de jóvenes”. Los urabeños los han reorganizado para asegurar su control social y político. Hay gente muy joven, “entre 11 y 21 años”. Las causas de la incorporación a los combos son variadas: pobreza, desempleo, deserción escolar, delincuencia juvenil pero, sobre todo, las drogas.

Las bandas tienen control territorial de varios barrios en el norte de la ciudad, a donde han llegado miles de desplazados, a vivir hacinados. Barrios como Casablanca, El Obrero y el Reposo sufren la violencia y el estigma. Los 31 barrios del norte, me explican, tienen un solo colegio: el Pedro Grau y Arola, que además vive de donaciones.

En el sur, también hay zonas bajo control de las bandas. “La policía y el ejército tienen zonas donde no van ni siquiera a recoger los muertos, lo que les toca a los propios familiares”, afectando el valor jurídico de las pruebas. En esa dinámica han asesinado muchos jóvenes en la ciudad, principalmente con disparos en la cabeza.

Los sicarios son, en su inmensa mayoría, menores de edad. Las muertes son selectivas “van por el que van” afirma un señor de unos 60 años. “No son muertes aisladas, sino un trabajo en red”. A veces matan a los jóvenes que deciden cambiar de combo, “pero hay algo extraño, yo nunca he oído de que se metan con la familia, eso es como una regla entre ellos”.

Casas de torturas

“Aquí no estamos tan lejos de Buenaventura, no tenemos casas de pique pero tuvimos casas de tortura”. Hace dos años la Policía capturó a Tin-Tin, un sicario y jefe de una banda al servicio de los Rastrojos, de tan solo 15 años (otros sostienen que no tenía más de 13). “Aquí todos pagan vacunas, si no me cree pregunte en los negocios y hasta en las tiendas pequeñas”. La consigna dada a los muchachos era simple: “ustedes tienen un porcentaje de plata y un nivel de respeto de acuerdo a lo que cobren”. Uno de los comerciantes no quiso pagar y “Tin-tin mató a su hija de 13 años con un tiro en la cabeza”.

Tin-tin parece haber sido el responsable de una casa de torturas en el barrio Las Margaritas. Allí había un grupo de jóvenes criminales, todos menores de edad. “Lo que sé es que el menor de todos tenía 8 años”. Es el último eslabón de una serie de responsabilidades en la red de delincuencia, “de campaneros pasan a transportadores, luego a custodia y después tienen que demostrar que de verdad son malos”.

El mercado del microtráfico es también controlado por estos combos. “nos tocó un país un poco feo” señala un anciano, mirando por la ventana. Tin-tin fue capturado junto con Figurita, otro sicario. La captura se debió a la presión de la prensa “si no pues ni los tocan” porque el rumor general era que “Tin-tin era informante de la policía”.

En las casas de tortura, en los combos y hasta en las masacres hay una macabra distribución de tareas que, me dicen, refleja los oficios legales en Chocó: “el que manda es un paisa o alguien del interior, el que hace el trabajo sucio es un negro”, en una región con un 87% de la población negra y un 12% indígena. La mano de obra barata e ilegal está impulsada con un índice alto de necesidades básicas insatisfechas que afecta, según, el DANE, a más del 89% de la población de Quibdó.

Mataron a mi familiar

Hace varias semanas circularon unos volantes firmados por “La mano que limpia” y que dicen: “Sabemos que abran (sic) viudas y madres dolientes pero todo es por un mejor vivir del barrio…”. Después de esto aumentaron los asesinatos, uno de ellos de un joven decapitado del que me muestran las fotos.

Hubo un grupo de raperos: “New Saga”, ganador del Festival de Música Joven en 2011. El último de ellos también fue asesinado hace poco: John Franciis Karambolow Klinger (así firmaba en su Facebook). Él había compuesto un tema de rap llamado “la última canción” en homenaje a otros jóvenes muertos. John Franciis había estudiado varios semestres de veterinaria en Medellín.

En sus últimos días le manifestó a un familiar “la gente cree que nunca la van a matar”. En su entierro sus amigos repitieron una frase cada vez más común: “te fuiste primero, yo te sigo”, en una especie de no-futuro.

“Aquí hay administración, pero no hay autoridad, nadie ha hecho políticas para los jóvenes, simplemente no hay esperanza”. Ante las amenazas la gente opta por “no salir a la calle, no meterse en nada, guardar silencio”. ¿Qué hace la sociedad chocoana frente a esto? La pregunto al familiar entrevistado que con lágrimas en los ojos y me dice “nada”.

Balance negativo

Fueron varias charlas en varios sitios de la ciudad, todas bajo la misma regla del anonimato. Quibdó sigue siendo receptora de desplazados, sede de invasiones, lugar de explotación y hogar de corruptos.

La desmovilización del Bloque “Elmer Cárdenas” no significó el fin del paramilitarismo, pues muchos volvieron a las armas bajo varias denominaciones, como las Águilas Negras y Los Rastrojos. Hoy expresiones armadas herederas de ese paramilitarismo se pelean los barrios de Quibdó.

Finalmente me atreví a preguntar por la acción de la Fuerza Pública y por su aparente implicación en varios asesinatos de jóvenes. Uno de los entrevistados sonríe y y sólo atina a preguntarme: ¿Usted qué cree?

Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/nacional/ultima-cancion-quibdo-articulo-581643