Víctor de Currea-Lugo
(Dedicado a ciertos oenegeros y ciertos académicos).
El triángulo de las Bermudas es un lugar donde, dice la leyenda, las brújulas no sirven y la gente pierde el norte o la ruta o aquello que lo guía. Eso le pasa a veces al movimiento solidario internacional, hoy en día transformado en las ONG, que en su afán por los medios se olvidaron del fin: la solidaridad internacional.
Las ONG tiene su origen en dos cosas: la solidaridad y el internacionalismo. La Cruz Roja nace pensando en las víctimas de la guerra, Save the Children nace en Inglaterra, en 1919, pensando en los huérfanos, y el Comité de Socorro de Oxford (Oxfam) empiezan su batalla contra la hambruna, especialmente la hambruna de Grecia en el marco de la Segunda Guerra Mundial.
Pero en los felices años sesenta y setenta, el mundo ve el nacimiento de nuevas voces de solidaridad internacional: Médicos Sin Fronteras (MSF) es una división del Comité Internacional de la Cruz Roja, luego de que este último optara por el silencio en la crisis de Biafra; MSF apuesta por la denuncia.
Años después Médicos del Mundo (MDM) nacería de una tensión similar al interior de MSF. Esta nueva oleada de organizaciones “sin fronteras” aparecen en el marco político internacional de grandes movilizaciones y grandes sueños colectivos: desde Mayo del 68 hasta los Beatles, pasando por el Che, las movilizaciones contra la guerra de Vietnam, Woodstock, la primavera de Praga y un largo etcétera. Los comités de solidaridad de las luchas de los pueblos fueron los embriones de muchas ONG de hoy en día: la solidaridad con Nicaragua y El Salvador, con Vietnam, con Palestina, etc.
Pero el muro de Berlín cayó y varios de los otrora militantes de izquierda huyeron a tres ámbitos: los derechos humanos, el ecologismo y el feminismo, pero algunos de los que llegaron allí, sin mucho conocimiento, han hecho más daño que beneficio a tan nobles causas.
Así mismo, otros (algunos de los que renegaron) junto con otros (que no renegaron porque nunca estuvieron a la izquierda) fundaron ONG y entraron al mundo de la cooperación internacional que empezó a crecer y a consolidarse en los perdidos años noventa. La carrera por las ayudas financieras, el afán por mantener las oficinas abiertas y la angustia por lograr la rentabilidad que diera para, por lo menos, mal comer, hizo que algunas ONG perdieran el norte.
El donante, a su vez, se tecnifica, ya no se dan recursos por simple simpatía sino por rentabilidad política. Además, el discurso neoliberal de la eficacia y la eficiencia invade todos los demás discursos incluyendo, por supuesto, el de la solidaridad internacional. Y esto hace que aparezcan nuevos elementos para confundir más al cooperante de a pie: la tecnocracia como guía del a solidaridad.
La tríada compuesta por la dictadura de la factura, la tiranía del indicador y la lotería de las ayudas financieras, ha hecho a muchas ONG locales e internacionales simples contratistas de los donantes. La dictadura de la factura desvía esfuerzos, descentra la solidaridad hacia los papeles, hace que la relación con las contrapartes esté mediada por el ejercicio de poder tener los recursos financieros y hace que la responsabilidad social (no confundir con la “corporativa”) desaparezca.
Los indicadores no necesariamente significan calidad, especialmente los de eficacia y eficiencia, parámetros muchas veces incompatibles con la ayuda a los más pobres, ayuda incompatible a su vez con políticas de salud como la recuperación de costos. Las donaciones implican muchas veces la aceptación (implícita o explícita) de ciertas normas o políticas de los donantes, cierta agenda oculta o pública que determina, quiérase o no, la acción solidaria.
La experiencia muestra que en muchos casos los proyectos desmovilizan, casos que vi en Palestina y en Bolivia. Ya no queremos construir justicia sino que la moda es peace building. Un sujeto político y social, realmente solidario, tiene que dejar de pensar en peace building y pensar en justicia social, necesitamos menos fuerzas de paz y más realidades de justicia. De igual manera, la cooperación está llena de nombres como capacity building, empowerment, conflict prevention, conflict resolution, peace culture o confidence building, sin que las ONG puedan precisar exactamente de qué se trata todo eso. Por tanto tienen razón quienes acusan: cuando no queremos hacer política, hacemos “cooperación al desarrollo”.
En el ámbito de los principios hay consecuencias: mientras el principio de humanidad nos empuja a priorizar a las víctimas, la dinámica financiera nos llama a ceder ante el donante; mientras la imparcialidad nos empuja a atender a las víctimas priorizando las más afectadas, la eficiencia nos exige disminuir costos; mientras la neutralidad nos demanda ser neutrales para acceder a las víctimas, la práctica nos enseña a ser neutrales para acceder a los recursos.
Así, algunas ONG de cooperación han enterrado al Ser internacionalista, ese que abanderando el internacionalismo proletario, que peleó en la Guerra Civil española, es ahora reemplazado por un cooperante que no piensa en clave política sino en proyectos, que reemplaza el análisis de la coyuntura política por el “Ciclo del Proyecto”, que no hace política sino que únicamente reparte arroz; la tecnocratización de la solidaridad ha llevado a una fe mítica en los instrumentos de gestión, sin entender que hay vida más allá del Marco Lógico.
Cuesta trabajo pensar qué hubiera pasado si Napoleón, Bolívar o Mandela, en vez de tomar decisiones de fondo se pusieran a formular el Árbol de Problemas; si Jesús se hubiera puesto a formular indicadores a la hora de la distribución de peces y de panes.
Este triángulo mencionado produce a su vez otros fenómenos dañinos, uno de ello es la construcción de un cooperante sin derechos, sin horarios ni tiempo libre, franciscano, entregado a la causa, a veces incluso chantajeado a nombre de la causa; el otro extremo está el cooperante-funcionario que cierra la ventanilla cuando suena el reloj; aunque son polos opuestos ambos comparten un mismo origen, ambos se alimentan de ese triángulo que los ha construido. Otro ejemplo de la misma distorsión es la transformación de los movimientos sociales en organizaciones “para hacer proyectos” (como en Palestina, Sahara, Colombia, etc.).
El triángulo citado es a veces más peligroso para el movimiento social que los grupos armados, porque este enemigo dentro de la casa, como una quinta columna entre la urgencia de las facturas y la prisa del informe para el donante, no deja ver el daño que produce.
En esa tensión, el espacio solidario pierde espacio, por los nuevos actores armados (como en el caso de Darfur e Irak), por la incapacidad de las ONG de leer la realidad y posicionarse adecuadamente (como le pasa a muchas en el caso palestino), frente a una ONU que es cada vez más otra ONG, frente a los ejércitos y su deseo de mezclarse en tareas “sociales” que no son de su naturaleza, frente a los Estados que en vez de garantizar un mínimo de justicia social se portan como ONG (como en el caso colombiano). Las tareas no son fáciles: recuperar el espacio solidario, defender la autonomía del espacio social y popular.
No se trata de cerrar los ojos ante el inminente desembarco de chalecos de ONG en las zonas del mal llamado posconflicto, sino de decidir, desde ya y con valentía, si dejamos que el movimiento social se ponga al servicio de los chalecos o los chalecos al servicio del movimiento social.
Adaptado de revista Viejo Topo número 242, Madrid, marzo de 2008, donde se publicó una versión previa bajo el título “El triángulo de las Bermudas y la cooperación internacional”
Publicado originalmente en Las 2 Orillas