Mitos sobre la protesta en Colombia

Víctor de Currea-Lugo | 5 de mayo de 2021

¿Qué pasa en Colombia en medio de la protesta? ¿Hay protesta en Colombia? ¿Dónde queda Colombia? La pregunta depende de la cercanía. Pero hay algunos que estamos muy cercanos geográficamente, pero muy lejanos políticamente. Esta es una lista incompleta de mitos, hecha para ayudar a entender lo que se dice en torno al paro nacional que inició el 28 de abril.

1. El mensaje de que la reforma tributaria ya fue retirada y, por tanto, el paro debe finalizar. Esto en el fondo es un reconocimiento implícito a la injusticia de la reforma y a la capacidad de la calle, pero una trampa porque a la sociedad colombiana ahora mismo no solo le duele la reforma tributaria, sino las otras reformas en curso como las de la salud, la laboral y la de pensiones.

2. Se trata de vandalismo. Siguiendo el mensaje en Twitter del expresidiario Álvaro Uribe Vélez, los manifestantes son vándalos y los vándalos son terroristas. Según esta lógica, el vandalismo incluye un gran número de acciones, desde bloquear una calle hasta arrojar piedras; es decir, toda forma de protesta podría ser vandalismo.

Esto permite justificar la represión, pero, además, ofrece un nicho ideal para los timoratos y los oportunistas: decir que toda violencia es igual, sacar de contexto las protestas en Colombia y llamar a la calma, sin asumir prácticamente ninguna postura.

3. El discurso de que los militares están en las calles para “preservar el orden público”, aunque hay denuncias de ataques a civiles incluyendo fusilería y helicópteros. Los militares en Colombia están formados para la guerra y como tal se están portando en las zonas urbanas, como se ha visto en el caso de Cali.

4. La acción de las fuerzas militares se exalta como una guerra contra “terroristas infiltrados”. Esto se acompaña de dos mensajes: que las Fuerzas Armadas actúan en estricto respeto de los derechos humanos y que las violaciones que se demuestren son casos aislados, las famosas “manzanas podridas”.

Se niega así la sistematicidad en la violencia contra los civiles. Como dice el Centro Democrático en su reciente comunicado: “Se trata de un macabro plan de la izquierda radical y criminal, financiada por el narcotráfico para desestabilizar la democracia colombiana”.

5. Desde hace décadas es un lugar común decir que una protesta que no “altera el orden público” ha sido un fracaso, pero si esa misma protesta genera alteraciones, entonces, estamos frente a una infiltración de grupos terroristas. Se cuentan por cientos los acuerdos con las comunidades sistemáticamente incumplidos por el Estado, y luego se pasa a descalificar la rabia de la gente.

Es muy fácil desacreditar la protesta entrevistando al azar algunos de los manifestantes y haciéndoles una pregunta muy técnica sobre, por ejemplo, el proyecto de reforma a la salud. La indignación de la gente no puede medirse solo en argumentos académicos y tecnocráticos. Nadie sale a la calle, literalmente a hacerse matar de la policía, por puro placer.

6. El desabastecimiento. Es de esperar que si hay bloqueos en las carreteras, la afectación al transporte, por supuesto, disminuya el flujo de alimentos. Pero el mito está en inventarse un desabastecimiento inmediato y total con el fin de sembrar pánico y lograr que un sector de la sociedad se oponga a las manifestaciones.

7. El Gobierno insiste en una reforma tributaria. Bastaría aplicar controles a la evasión y a la corrupción para obtener recursos cuatro veces equivalentes a los que se proponen; dejar de comprar aviones de guerra y de favorecer a los bancos y otras empresas privadas como la Aerolínea Avianca, también sería útil.

Una reforma significa un cambio, pero lo que hay sobre la mesa son propuestas para ahondar en lo mismo. Tratan de sembrar el pánico sugiriendo que estamos al borde de la banca rota al mismo tiempo que se sigue despilfarrando dinero, por ejemplo, aumentando la burocracia en la Procuraduría.

8. Es usual encontrar en los medios de comunicación balances detallados de las pérdidas causadas por las protestas. Pero estas pérdidas son ínfimamente menores si se comparan con los escándalos de corrupción del país o con los impuestos que los ricos dejan de pagar. Escándalos como los de Hidroituango, Odebrecht y el proyecto Chirajara pasan desapercibidos.

9. Una característica de la ley 100 de 1993 es la cantidad de palabras pomposas con que envuelven, como si se tratara de un dulce envenenado, la privatización. Eso es parte de la cotidianidad leguleya colombiana, por ejemplo, la reforma tributaria se presentó con el nombre de Ley de Solidaridad Sostenible.

Parte del manejo mediático está en hacer énfasis en discursos grandilocuentes, sin mencionar, deliberadamente, la letra pequeña en la que, como dice el refrán, está el diablo. El Centro Democrático en su reciente comunicado llama a la austeridad, a la lucha contra la pobreza y a que los ricos paguen más impuestos. En fin, la hipocresía.

10. Nos bombardean con mensajes de que la riqueza la producen los empresarios y, por eso, el Gobierno debe darle un trato especial en materia de impuestos y de ayudas. Se les olvida una premisa sencilla: la riqueza la produce el trabajador.

En el mismo sentido, nos hacen creer que los empresarios invierten todas sus ganancias en Colombia, cuando muchos tienen su dinero en paraísos fiscales, y tratan de vendernos la idea de que esos empresarios, que dizque producen riquezas y que dizque reinvierten todo su capital en Colombia, pagan unos salarios justos.

11. La gente no sabe de reformas y protesta desde la ignorancia. Los embelecos y discursos de la tecnocracia buscan negar la propia realidad. Recuerda cuando al exministro de Salud Alejandro Gaviria se le exigía que garantizara la atención básica en salud y contestó que todos los enfermos querían comer langosta en los hospitales. Como la gente no sabe, pide disparates.

12. Trata de imponerse una forma de protestar que sea por el andén, los domingos en la mañana, sin levantar la voz, en una especie de procesión de Semana Santa que no incomode a nadie. Por eso, la estúpida propuesta de crear “protestódromos”, como una especie de parque de diversión, donde la gente juegue a las manifestaciones (propuesta que hizo el actual ministro de Defensa). Esto se acompaña de presentar la protesta como una causa y no como una consecuencia.

En el mismo sentido, hay un sobredimensionamiento de la protesta virtual; las redes sociales son un espacio importante, pero no son las calles; los muertos son reales y no virtuales. El triunfo ha sido de las manifestaciones, fundamentalmente, y no de las etiquetas en redes sociales.

13. Relacionar temas altamente sensibles con las protestas. Por ejemplo, se subraya la demora que producen en el personal de salud para llegar a sus sitios de trabajo, pero no se menciona que la policía habría usado uniformes de la Cruz Roja para detener personas en Pasto, allanado hospitales en Popayán y herido personal médico en Cali.

14. Tratar de achacar a las marchas al aire libre todos los nuevos contagios de Covid-19. Lo cierto es que la curva ascendente empezó mucho antes del primero día de protesta en Colombia, que el riesgo de contagio es mayor en el transporte masivo y que la represión policial puede ocasionar más contagios que las marchas. Las marchas per se no causan heridos que necesiten cuidados intensivos, pero la represión sí.

15. El uso de un lenguaje edulcorado que no dice nada, como: confusos hechos, materia de investigación, respeto al derecho de la protesta, investigación exhaustiva, según fuentes confidenciales y muchas otras. Todas estas frases elaboradas buscan desviar los debates, poner en duda lo evidente o justificar discursos oficiales.

16. La machacona comparación con Venezuela. Si bien son ciertos los mensajes en las redes sociales del presidente y la vicepresidente de Colombia que pusieron en el pasado sobre Venezuela y que ahora se les devuelven; la comparación entre ambos países no deja de ser un simplismo reduccionista y una asociación laxa. Venezuela no puede servir de estigma ni de consuelo y mucho menos cuando no se tiene un conocimiento serio sobre los dos países.

17. El oportunismo político. Una protesta es, en esencia, un acto político y es esperable que haya fuerzas política a favor o en contra. Pero la identidad de una fuerza política con el paro no puede llevarnos a decir, automáticamente, que el paro le pertenece a un partido determinado.

Si un partido guarda silencio se le acusa fácilmente de estar a espalda de la lucha, pero si se expresa también fácilmente se le puede acusar de ser oportunista e instigador. Esto es lo que se dice de, por ejemplo, Colombia Humana, tratando de responsabilizar a Gustavo Petro de las protestas. Claro que hay oportunismos, la pregunta es si ese partido se pone al servicio de la calle o si trata de poner la calle al servicio de su agenda partidaria.

18. Protestar no sirve para nada. La corrección política, el discurso de las múltiples verdades y la narrativa posmoderna en la que todo es válido, nos empuja cada vez más a querer negar las contradicciones y a creer que los conflictos se dan por cosas simbólicas que se resuelven con abrazos. Sergio Fajardo decía antes del 28 de abril que “no era el momento para grandes manifestaciones”.

Posar de neutral frente a una injusticia, como decía Desmond Tutu, es ponerse del lado del victimario. Ahora, el retiro del proyecto de la reforma tributaria y la renuncia del ministro de Hacienda fue el resultado directo de las movilizaciones que muchos criticaban, que otros matizaban y al comienzo pocos apoyaban. Vale mencionar entre esos oportunistas a los que querían convertir un debate ético en un debate estético.

Comentario literal de Mandela: “Empecé a sospechar que las protestas legales y extra-constitucionales pronto serían imposibles. En India, Gandhi había estado tratando con una potencia extranjera que en última instancia, era más realista que con visión de futuro. Ese no fue el caso de los afrikaners en Sudáfrica. La resistencia no violenta pasiva es eficaz siempre que su oposición se adhiere a las mismas reglas que usted tiene. Pero si la protesta pacífica se enfrenta con la violencia, su eficacia termina. Para mí, la no violencia no era un principio moral sino una estrategia, no hay bondad moral en el uso de un arma ineficaz”.

Comentario literal de Martin Luther King: “No alcanza con que me pare delante suyo esta noche y condene los disturbios. Sería moralmente irresponsable que haga eso sin que, al mismo tiempo, condene las condiciones intolerables y eventuales que existen en nuestra sociedad. Estas condiciones son las que hacen que las personas sientan que no tienen otra alternativa que participar en rebeliones violentas para llamar la atención. Y debo decir esta noche que los disturbios son el lenguaje de los que no son escuchados”.