Víctor de Currea-Lugo | 28 de septiembre de 2020
Hay cosas que, tercamente, una y otra vez, evaden volverse realidad en la historia de Colombia. Una de ellas es la paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). De hecho llevamos 29 años de acercamientos, documentos y procesos que no han dado como resultado un acuerdo final.
Uno de los principales problemas ha sido la invención de un ELN del tamaño de los sueños de sus simpatizantes o de los miedos de sus detractores. Es decir, el ELN que existe en la realidad de las regiones de Colombia dista mucho del que los gobiernos se imaginan para la negociación. Eso hace que estos lleguen con una cantidad de supuestos que no contribuyen a una negociación real.
La construcción mítica de ese ELN es el fruto de una creación colectiva en la que han aportado desde el propio ELN, al no reconocer sus falencias, hasta el gobierno, que lo magnifica o minimiza de acuerdo con sus necesidades, pasando por los académicos, que lo estudian a partir de otros textos que escribieron otros que también lo estudian a partir de otros textos. Y la negociación solo será posible cuando decidan sentarse sabiendo qué es el ELN.
La segunda tendencia es desconocer que el ELN no está dispuesto a un modelo de diálogo que conduzca, en la teoría o en la práctica, solamente a la desmovilización de la guerrilla. En el caso de las FARC, es claro que había una agenda sustancial que incluyó temas como la política agraria, la participación política, los cultivos ilícitos y el reconocimiento a las víctimas.
En el caso del ELN, por más etérea que a algunos les parezca, hay una agenda con implicaciones concretas. Esperar que el ELN se porte como otras organizaciones que negociaron solo en términos de desarme y desmovilización es no solamente un acto ingenuo, sino una gran irresponsabilidad en el sentido de no entender la realidad que rodea al ELN.
Y más grave aún, cuando se intenta esperar que el ELN se porte como las FARC o que desconozca por completo la sarta de errores, inconsistencias y desaciertos de la implementación del reciente proceso. Creer que el ELN de hoy va a olvidar la histórica tendencia de las élites de firmar acuerdos para incumplirlos es desconocer la propia realidad nacional.
Un tercer elemento para entender ese ELN real implica mirar más a los elenos y menos a los elenólogos: ese conjunto de personas que se han ido especializando en la especulación sobre cómo negociar con el ELN. Elenólogos fue, realmente, una palabra acuñada por el comandante Pablo Beltrán para referirse de manera despectiva a todas aquellos que creían conocer al ELN. Incluso, en cierta ocasión, Nicolás Rodríguez Bautista dijo con ironía que los elenólogos sabían más del ELN que el propio Comando Central.
Podríamos decir, sin exagerar, que también existen los elenófilos: personas que son incapaces de observar los errores y violaciones al Derecho Internacional Humanitario por parte del ELN, como en los casos del secuestro o de la voladura de oleoductos. Se limitan a idealizar a dicha guerrilla y desconocen también, por ejemplo, los graves fallos que ha tenido en su interlocución con las comunidades donde hace presencia.
Pero, también, existen los elenófobos: personas a las que, de manera machacona, no les sirve ninguna de las interpretaciones, actos, explicaciones o argumentos que dé el ELN. Personas de este tipo, que abundan en el Gobierno y que también existen en los grupos amigos de la paz, son profundamente reactivas y, parece, condenan cualquier comunicado del ELN, incluso antes de leerlo.
En ese sentido no se distinguen, metodológicamente, de los elenófilos, aquellos que mitifican y engrandecen las acciones de la insurgencia. Los elenófobos explican el todo a partir de una parte y, como el ELN tiene un comportamiento bastante heterodoxo, siempre tendrán un ejemplo para justificar ese todo, que invitan a condenar de manera absoluta.
Lo cierto es que ese ELN real, con el que hay que negociar, tiene un grado de unidad mucho más elevado que el que tenía antes de su V Congreso; hay una total aceptación de Nicolás Rodríguez Bautista como su máximo comandante, tiene tensiones internas, como toda organización humana, pero eso no significa que haya varios ELN o que su Dirección Nacional esté fragmentada o enfrentada; como toda estructura de un orden nacional, tiene dinámicas regionales y locales propias, pero eso no significa, , que entonces en el equipo negociador del ELN no esté representado el ELN en su conjunto.
En el caso de los elenófilos, se busca negar las tensiones, algunas veces graves, entre la población civil de ciertas regiones y las estructuras militares de la insurgencia; o se minimiza el impacto ambiental de algunas de las acciones cometidas. En ese sentido, desconocer que ha habido prácticas degradantes, crímenes de guerra y vínculos con el narcotráfico no sirve para entender de manera certera las posibilidades reales de avanzar hacia un proceso de paz.
Ese ELN real tiene una línea roja para la negociación: la participación de la sociedad. Sobre eso, hay demasiadas propuestas y enfoques concretos para creer que se trata de una utopía irrealizable, como plantean algunos a la hora de descartar rápidamente dicho requisito.
Pero no basta con tener algunos mecanismos preestablecidos y reconocer al actor armado con el que se plantea el diálogo, si no hay la voluntad política: El debate para algunos es si hay un vaso medio lleno o medio vacío, pero la pregunta adecuada es si existe un vaso y llamemos “vaso”, en este caso, a la voluntad política.
Lo que se ha observado en los primeros dos años del Gobierno de Duque es que no hay un interés real, concreto y efectivo de avanzar en una negociación con el ELN, ni siquiera, de manera oportunista para tratar de mejorar la popularidad, para mantener unos vínculos con la comunidad internacional o para presumir ante la ONU de tener dicha voluntad.
Durante estos 2 años, ha habido una lista importante de mensajes, comunicados y llamamientos a la paz con el ELN, a retomar la mesa de negociación y a restablecer el proceso; pero, todo eso ha sido inviable. Y ha sido inviable no por cosas pequeñas o circunstanciales, sino que hay una clara decisión política que hace imposible el avance.
Incluso, hay quienes han planteado partir de cero y volver a una fase exploratoria, pero esa no sería la solución, no solamente porque implica desconocer y botar a la basura un proceso avanzado, sino, fundamentalmente, porque eso tampoco llevaría a abrir la mesa, como no lo han hecho las treguas, ni las liberaciones adelantadas unilateralmente por el ELN.
Las treguas hechas por el ELN, las liberaciones, los gestos por parte de la sociedad civil, los llamados del Papa a un cese al fuego en mitad de la pandemia y hasta los de las Naciones Unidas no han tenido eco en el Gobierno. Curiosamente, los elenófobos han logrado establecer una narrativa en la que, ante cada propuesta que el Gobierno incumple, tienen un argumento para responsabilizar al ELN del fracaso por el intento de avanzar en el restablecimiento de la mesa.
¿Qué queda, entonces? Pues, visto el panorama actual, lo máximo (dolorosamente) a lo que podemos aspirar es a la humanización de la guerra. Es decir, a desempolvar las viejas banderas de hace más de 30 años sobre la aplicación de los Convenios de Ginebra, para proteger a las personas civiles poniéndolas por fuera de las hostilidades.
Lo anterior es, exactamente, lo que han perseguido el Acuerdo Humanitario ¡Ya!, del Chocó; la propuesta Mínimos Humanitarios, de Arauca, o el proyecto Desminado Humanitario, de Nariño; tres propuestas en zonas de influencia del ELN.
El Gobierno de Duque y el ELN comparten un mismo error, que es el reemplazo del discurso político, por la acción armada. Eso, no solamente lleva a un aumento de las hostilidades, sino que genera un problema de fondo: una negación de un espacio más político para el intercambio de ideas, el fortalecimiento de una sociedad amiga de la paz y la búsqueda de caminos de negociación.
A la par con la invocación de las normas humanitarias, se impone el fortalecimiento de una sociedad civil que acompañe la paz, la revisión de propuestas para el cómo de una negociación y una mirada crítica, pero informada, sobre la naturaleza misma del ELN.
Eso implica estudiar al ELN como un todo y no definirlo a partir de una de sus partes. También, ser capaces de reconocer la falta de voluntad del Gobierno de Duque para avanzar en el proceso. Además, una discusión crítica sobre como la sociedad amiga de la paz percibe al ELN, pues, es imposible querer ser facilitador válido de un proceso, sin reconocer en el ELN su unidad y su voluntad de paz y sin otorgarle credibilidad, en general. Pedir gestos unilaterales o sacar documentos buscando, únicamente, lo que una activista decía en una reunión: “hacerle una encerrona al ELN” es, además de ingenuo, inútil.
Los elenófilos tienen, también que contribuir para que esa guerrilla entienda que una negociación de paz, como se había planteado en Ecuador, no buscaría derrotar a las élites en la mesa, sino ganarse a la sociedad en la actividad política. Y eso implica ser un actor político, no únicamente un actor militar.
Por eso, aplaudiendo todos los esfuerzos pequeños, medianos y grandes que se hagan para rehacer el proceso, el nudo no está en los esfuerzos en sí, sino en la voluntad política. Y esa voluntad política por parte del Gobierno no existe. A la vez, el ELN tiene que responderse, a su propio interior y no de cara a la galería, si ese mandato del V Congreso de “explorar la paz” sigue o no estando vigente.
Si no es así, se enfrenta a un problema estratégico: el futuro de su ideario en medio de una guerra que, claramente, no podrá ganar. Pero, si se mantiene el ideario de explorar la paz, esa sentencia debe ir acompañada de debates y convicciones que lleven a que le hablen al país, no solamente mediante las acciones militares, sino de propuestas más audaces.
Publicado en: El desgobierno del aprendiz. Autoritarismo, guerra y pandemia. Bogotá, 2020, pp. 320-323. English version avaiblable in: The Future of the negotiations between the Government and the ELN