Víctor de Currea-Lugo | 31 de mayo de 2021
Quizá muchos no sabemos si se dice envolatar o embolatar, pero caer en esa discusión es embolatarnos. Y eso es lo que hace el Gobierno colombiano cuando negocia el paro, cuando negocia los problemas de la pandemia y cuando negocia con las comunidades.
En otras palabras, el Gobierno engaña, miente, enreda, enmaraña, embrolla, demora, dilata, entretiene, extravía, desvía el debate; mejor dicho: hace trampa. Bueno, otra precisión semántica para salir de eso de las palabras y entrar al fondo del debate: los Gobiernos colombianos, en plural.
El general presidente Rojas Pinilla firmó la paz con las guerrillas de Guadalupe Salcedo y les incumplió. Desde esa época hasta hoy, todas las negociaciones con las guerrillas están llenas de trampas. De hecho, ya sobrepasan los 270 firmantes del proceso de paz FARC-Gobierno que han sido asesinados.
Trabajando en Catatumbo, los campesinos me contaron que tienen más de un centenar de acuerdos firmados con el Gobierno e incumplidos por las autoridades. Después comenté ese dato a los indígenas de Cauca y me dijeron que, en su caso, los acuerdos incumplidos superan el millar.
Pero tal vez la mayor embolatada fue al acuerdo más cercano a un contrato social: la Constitución Política de 1991, escrita en letras de molde y traicionada desde su no aplicación, su violación o simplemente su reforma.
La negociación del paro
El Gobierno colombiano ha usado las mismas gastadas estrategias: negar la legitimidad del paro y de sus agendas, criminalizar la protesta, tratar de resolver los conflictos sociales con policía, poner en duda las vocerías, y, en el mejor de los casos, enviar emisarios de tercera.
El Estado cuando se sienta trata es de dar una conferencia, de explicarles a los pobres lo que es la pobreza, de imponer requisitos para la negociación, de amenazar con el Código Penal. El Gobierno no quiere entender que negociar es ceder un poco, si no pues estamos es ante una claudicación que firma un derrotado; y las fuerzas del paro no están derrotadas.
El Estado tratará de dividir incluso apelando a agendas nacionales versus regionales; enfrentará legitimidades, tibios y radicales, sindicalistas y otros sectores, partidarios y contrarios a los bloqueos, jóvenes y viejos.
Hay muchas más cosas en el paro que bloqueos: hay marchas, cacerolazos, fiestas, desfiles, batucadas, obras de teatro, performance, conciertos, ollas comunitarias, campeonatos de fútbol, asambleas populares, arreglos de parques, velatones y un largo etcétera. El reto del sector popular es pasar de la poética a la política (sin con esto denigrar de la poética).
En mi opinión, hay dos cosas esenciales: uno, el barrio popular resurgió como espacio político, y dos, la gente ahora relaciona muy fácil el desempleo y las políticas. Ya el cuento de que “el pobre es pobre porque quiere” y de que “trabajo sí hay” quedó superado en un sector de la sociedad gracias a su capacidad de enlazar políticas neoliberales e inequidad. Con ese paro es con el que el Gobierno tiene que negociar y claramente no quiere hacerlo. Y la dicotomía que veo esta mañana de pesimismo es que tiene dos caminos: negociar o masacrar, y mi temor es que se esté inclinando seriamente hacia la segunda opción.
Por otro lado, resulta risible que quienes no han tenido coherencia manejando el Estado, sorteando los desafíos de la pandemia, gerenciando la desigualdad, administrando la represión y embolatando la negociación, salen ahora a pedirle a la sociedad lo que ellos no tienen, como si la sociedad tuviera que demostrar algo para exigir respeto a sus derechos.
En otras palabras, el cuento (sí el cuento) ese de: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”, frase del señor John F. Kennedy, es otra trampa porque los pobres que se están quejando son los que han construido el país (no los ricos como nos quieren hacer creer), porque al comprar cada pan de la esquina los pobres pagan impuestos. Y es un cuento porque los derechos humanos no incluyen un concepto de mérito: no hay que portarse bien para tener derecho a la salud, o para no ser torturado.
Por qué este paro no se puede negociar tan fácil
En Bogotá, desde noviembre de 2019 y más ahora, las marchas “se mandan solas”, la gente no va detrás de una única vanguardia, no. Es más, ya no se marcha, como en una procesión de Semana Santa, detrás de una pancarta principal, sino que cada persona hace sobre cualquier material un cartel con sus ideas.
En Cali, en mayo de 2021, llegué a un punto de resistencia donde me autorizaron entrar, pero debía pedir un nuevo permiso para el área conexa porque no hay un mando único, sino círculos interdependientes unidos más en la causa que en la estructura. Buscar una organización piramidal es simplemente no entender.
En otro punto de Cali, al preguntar quién era el coordinador me dijeron: “todos y ninguno”. No era sino una constatación de lo dicho: el paro no es una orden dada desde una estructura a un rebaño pasivo, sino una expresión generalizada de hartazgos.
En Medellín, en los barrios populares, se han dado desde conciertos hasta campeonatos de fútbol, pasando por reuniones de costura para hablar del paro y del país. ¿Alguien puede razonablemente creer que no tienen agenda propia o, peor aún, que obedecen como borregos a una conspiración?
Claro que el Comité Nacional de Paro representa una parte de estas agendas, pero no todas y tiene que entenderlo e interiorizarlo. Por eso, se tiene que ampliar o será rebasado, el comité tiene que entender que no se está discutiendo un pliego (eso ya se superó) sino que la gente está cuestionando el modelo mismo. Si no lo entiende, pues no podrá negociar lo que no le pertenece.
Esa complejidad no es culpa de la gente, sino del sistema. Esa larga lista de exigencias no son ganas de fastidiar, sino fruto de una lista igual de larga de incumplimientos. Esa demora en el paro no es por ganas de estar en la calle, sino porque el Gobierno no quiere entender de qué se trata, lo mismo podemos decir de los partidos políticos y la academia.
Repito lo que he dicho en varios escenarios, esto no es una marcha vieja con gente nueva, esto es algo nuevo per se. Si no entendemos esto, no entenderemos el resto.