Víctor de Currea-Lugo | 14 de agosto de 2015
Desarmar a alguien no solo es, literalmente, quitarle las armas, sino también, metafóricamente, quitarle los argumentos (y en esa pugna por argumentos, digo aquí lo que creo que piensa el ELN, como una contribución a la paz).
Los representantes de Amnistía Internacional suelen decir que les gustaría cerrar sus oficinas porque ya no haya más violaciones de derechos humanos. Es decir, la mejor manera de “acabar” a las ONG de derechos humanos no es asesinando a sus integrantes, sino previniendo vulneraciones a la dignidad de las personas.
El ELN ha dicho, con sus palabras, que obedecerá a la sociedad y reconocerá la voluntad popular. Esa declaración es la clave para destrabar el proceso con este grupo y para garantizar su éxito final. ¿Estará el ELN dispuesto a obedecer?
Por su parte, el Estado dice que el modelo de negociación pasa por la dejación de armas a la firma de los acuerdos, porque “esa es la tendencia”, pero no hay un modelo estándar de cómo tiene que hacerse la paz y puede innovarse en la medida en que el proceso demande.
La participación política
La participación política no es una bandera exclusiva de la insurgencia: está en la Constitución de 1991 y en las causas del conflicto. Lo que hoy se pacta con las Farc sobre ese tema no va más allá, esencialmente, de la Constitución. El problema de la participación no es de reconocimiento jurídico, sino de condiciones materiales reales.
Cuando el ELN dice que quiere tutelar, desde las armas, ciertos espacios políticos, no es porque crea que la gente es inmadura políticamente, sino porque sabe que a la gente la matan por hacer oposición y ellos se erigen como sus defensores, pues consideran que una de las garantías es conservar las armas mientras no cambien las condiciones.
Los informes sobre la presencia del paramilitarismo (y/o de sus herederos políticos) en las próximas elecciones son alarmantes; es decir, se mantiene un esquema dentro del cual la guerra no es la continuación de la política (como diría Carl von Clausewitz), sino que en Colombia estas dos dinámicas se acompañan, en una perversa combinación de formas de lucha que se conoce como parapolítica.
Los paramilitares siguen siendo un poder local relevante, un instrumento todavía vigente en la administración de la polis, lo que es precisamente la política. Y esos paramilitares y sus líderes no parece que vayan a respetar una propuesta de participación política del ELN.
Asimismo, las capturas realizadas en Bogotá parecen más una cacería de brujas que busca enviar un mensaje de persecución a la izquierda legal (como pasó en decenas de casos en Arauca, bajo el gobierno de Uribe), mensaje que es leído como la criminalización del ejercicio de la política por parte de opositores y que, en últimas, desinfla las esperanzas en una paz que abra la puerta a la participación sin armas.
Las transformaciones
Cuando el ELN dice transformaciones necesarias para la paz, no creo que solo esté pensando en el puente de tablas sobre el río de la vereda, ni el acueducto municipal. Para esas soluciones, mediáticas y pequeñas, estaban los consejos comunitarios de Uribe: repartir cositas.
Resulta peligroso el tan seductor discurso de la paz territorial que esconde, entre otras cosas, la división de las tareas de la paz en pequeños estancos llamados regiones, sin recursos para implementar lo acordado, con el consecuente problema de que lo local tiene que asumir el acueducto municipal, mientras que la política nacional energética (que no se toca en lo local) no se discute porque “la paz es cosa regional”.
Si las transformaciones son solo de pequeñas obras, por demás que hacen parte de la deuda social del Estado y de mínimos vitales básicos, pues no se entiende siquiera el significado mismo de la palabra transformación. Lo social reducido a hacer cositas y no a una política integral que recupere la noción del Estado Social, es exactamente lo que se expresa en el Plan Nacional de Desarrollo, que va en dirección contraria a lo que las comunidades entienden por paz.
Las armas
Las armas son un elemento de tensión en todo proceso de negociación. Y la tendencia general, observada en casos como El Salvador o el M-19 en Colombia, es de que solo al avanzar en el proceso se reconsidera la postura inicial de no querer hacer dejación de armas.
Hay un error que es querer cerrar en la fase preliminar lo que es más propio de la mesa formal. Eso, en el contexto de la dejación de armas, llevaría a que el Gobierno sugiera que el ELN entregue las armas antes de las reformas, mientras que el ELN diría que primero las reformas. Hay varias velocidades dentro de un proceso de paz y se trata de que se acompasen.
Un mínimo de transformaciones (que el ELN debería decirle claramente al país cuáles serían) garantizaría un espacio de construcción de confianza para que las armas dejen de ser un inamovible. Lo necesario es ofrecer, de manera seria, un relevo a esa verificación, pasando de un ELN armado a un acompañamiento internacional y/o de la sociedad local, con capacidades reales de supervisión y control de lo firmado.
Concluyendo
Todo esto implica que aspectos como las garantías reales de participación política no pueden reducirse a declaraciones ni a normas. El mensaje para desarmar al Eln podría pasar por algunos temas como el paramilitarismo, la doctrina militar, los crímenes cometidos por la Fuerza Pública, la protección de líderes comunitarios, la parapolítica, etc.
En 2011, Mohamed VI, rey de Marruecos, tuvo una impresionante capacidad política frente a la naciente revuelta árabe en su contra, superando en sus reformas las propuestas de la oposición, dejándola sin banderas y desarmándola. Las élites podrían desarmar al ELN de esa manera, y ganaría el Estado, ganaría la sociedad y hasta el ELN. Decía Sun Tzu, en El arte de la guerra, que “los verdaderamente hábiles en la guerra, someten al ejército enemigo sin combatir”, pero la arrogancia de las élites colombianas no permite entender esto.
Irónicamente, podemos decir que esa vieja idea de la doctrina de la seguridad nacional de quitarle el pez al agua, sería eficaz si las élites entendieran que el agua no es la población civil, sino sus agendas de insatisfacción.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/paz/desarmar-al-eln-articulo-579066