Sobre el error del ELN de finalizar el cese al fuego

ELN
Fotografía: Víctor de Currea-Lugo

Víctor de Currea-Lugo | ‎10 ‎de ‎enero ‎de ‎2018

En diferentes entrevistas, entre 2014 y 2017, Nicolás Rodríguez Bautista, Antonio García y Pablo Beltrán, me manifestaron su deseo de dialogar en medio de un cese bilateral. Esa era una demanda explícita del ELN que logró conquistar en septiembre pasado, a pesar de las resistencias de varios sectores del gobierno. La pregunta es, entonces: ¿por qué finalizar lo que tanto habían pedido y que le ganaron al gobierno en la Mesa de diálogos de Quito?

El anuncio del fin no fue en comienzo explícito, fue dicho a la “manera elena”: un lenguaje críptico que tocaba traducir. Los dos comunicados del Comando Central de diciembre pasado, dejaban en todo caso un lugar a la esperanza, pero un comunicado del 8 de enero, del Frente de Guerra Occidental, despejó las dudas de la decisión.

Es curioso que el ELN se expresara, en primer lugar, a través de Uriel, que no es comandante de Frente, vocero del COCE, ni miembro de la Delegación de Diálogos. Él alega una serie de incumplimientos por parte del gobierno como fueron los ataques a dos campamentos del ELN en Chocó. Otras fuentes elenas pusieron de presente sesgos del Mecanismo de Monitoreo y Verificación, pues varios puntos incluidos en los protocolos como la criminalización de la protesta social (en que encaja la masacre de Tumaco), el gobierno la excluyó del Mecanismo, lo que generó el retiro del ELN.

Y el gobierno, por su parte, alega incumplimientos del ELN, como fue la muerte del líder indígena, también en Chocó, reclutamientos y actos extorsivos. Al margen de la validez o no de dichos reclamos, la pregunta es si eso es suficiente para terminar el cese.

Pero ¿de verdad el ELN esperaba un cese al fuego perfecto? ¿De verdad el ELN pensó que el gobierno y sus Fuerzas Armadas lo cumplirían al 100% cuando ellos tampoco lo hicieron? Parece que el resquebrajamiento del consenso interno en torno a la paz, más el afán de garantizar la unidad de la organización a cualquier precio, se impuso.

El ELN sabe de los graves problemas de incumplimiento del gobierno en el caso de las FARC, pero no es eso lo que le amilana, eso hace parte del inventario. Lo que les pesa como un ancla es la unidad interna que quieren salvar a toda costa y, como dice el refrán, los ejércitos avanzan al paso del más lento.

El problema es que el más lento, en este caso las llamadas “barras bravas” elenas y la minoría contraria a los diálogos, parece que están ganando el pulso. Los incidentes, que son reales, también sirvieron de excusa. Es más, en medio del cese al fuego, el ELN perdió menos combatientes e hizo su accionar político más fácil que en medio de la guerra, como fue el encuentro que promovieron con la sociedad en Chocó.

El cese al fuego, no es una concesión al gobierno, sino un clamor de la sociedad. Decir que, de febrero a septiembre de 2017, se negoció sin una tregua, es olvidar que los procesos avanzan y acumulan. Y desconocer las siete cartas enviadas por comunidades, organizaciones de mujeres, instituciones como la ONU y la iglesia, un grupo de más de 20 empresarios de alto nivel, organizaciones de base, es no escuchar al país y ese es el peor de los mensajes. Muchos han sido los textos del ELN a los empresarios que ahora reaccionan sumándose a una carta que parece no es escuchada.

Un ELN que hace varias décadas tuvo como consigna “el pueblo habla, el pueblo manda”, un ELN que pone como primer punto la participación de la sociedad, no puede hacer caso omiso a tanto mensaje. ¿Acaso no son sino siete cartas de unos sectores puntuales? Sí. Pero es que no hay más. El resto de la sociedad o rechaza la paz o no le interesa. Quien firma las cartas es precisamente el público que tiene la Mesa de Quito. La sociedad que estuvo en Tocancipá, mayoritariamente, les pidieron mantener el cese.

Un cese de tan solo 100 días no mide mucho, casi solo la voluntad de las partes. El ELN tiene toda la razón al rechazar el actual y plantear modificaciones, pero debería hacerlo en medio del cese y no saltar a la guerra, creyendo que luego negociará uno mejor. Y así lo logre, el costo de saltar a la guerra es innecesario. Es más, el gobierno de Santos les cogió la caña y propuso alargarlo y renegociarlo ¿para qué entonces saltar a la guerra donde, como es sabido, los platos rotos los pagan las comunidades?

Hay urgencias mayores como discutir las transformaciones necesarias para la paz, avanzar en la metodología de participación, ahondar en el debate de la democracia, insistir en el derecho a la verdad que tienen las víctimas; pero todo esto se margina por el afán de hacer demostraciones de fuerza en el terreno, por demás innecesarias.

Los elenos están creciendo en las regiones, por las torpezas del gobierno, la falta de Estado en las zonas dejadas por las FARC y la desprotección gubernamental ante el avance del paramilitarismo; pero lo que ganan de manera puntual en las regiones, lo pierden en el escenario nacional. Las dos preguntas que quedan en el aire son: ¿Qué tan rápido acuerdan un nuevo cese al fuego? Claro, si es que se aprueba. Y la más delicada: ¿qué tipo de acciones veremos en estos días sin tregua y eso cómo afectaría el proceso? A nueve horas de la ruptura del cese, la Mesa se suspendió.

En efecto, el regreso de la Delegación del gobierno al país, de manera intempestiva y por orden del presidente, luego de los atentados a la infraestructura tras la ruptura del cese, es un mal presagio. La respuesta que se prevé de las Fuerzas Militares y el escepticismo en la sociedad, aumentan el pesimismo. El proceso no ha muerto, pero entra a cuidados intensivos.