ELN, las bodas y la paz

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Víctor de Currea-Lugo | 6 de febrero de 2016

La desconfianza mutua sigue siendo un elemento entorpecedor del proceso entre el Gobierno y el ELN, y esto no va a superarse únicamente con el salto a la fase pública.

La desconfianza mutua sigue siendo un elemento entorpecedor del proceso entre el Gobierno y el ELN, y esto no va a superarse únicamente con el salto a la fase pública. El gobierno desde Cuba culpa al ELN, pero éste acusa la falta de compromisos concretos por parte del Estado, de no haber fijado fecha y sitio del próximo encuentro.

Es necesaria la realización (por ambas partes) de, lo que podríamos llamar, realidades de paz. Éstas no serían meros actos simbólicos sino, para que logren su propósito, expresiones tangibles y a tiempo de la voluntad de paz que anuncian. No se trata solo de una ceremonia sino de un compromiso real.

Las declaraciones, como las bodas, cumplen un papel pero tienen un límite. En el caso de procesos previos de negociación, incluso en el proceso FARC-Gobierno, se ha producido un desgaste de las palabras que obliga a convencer mediante prácticas más contundentes que declaraciones, pues obtener legitimidad no es una tarea secundaria.

Como en toda negociación, es claro que el Gobierno intentará no ceder a las pretensiones de la insurgencia más allá de conceder cierta seguridad jurídica y algunos actos cosméticos; pero también es claro que un sector de la insurgencia insistirá en tratar de obtener en la mesa lo que no han logrado arrancar por medio de la lucha armada. Y esta diferencia no es meramente cuantitativa, representa una diferencia cualitativa: la concepción de paz.

Para el gobierno de Santos no hay incompatibilidad entre la formulación de un nuevo código de policía, la venta de ISAGEN o la reforma tributaria y la búsqueda de la paz, mientras que para la insurgencia estas decisiones políticas van en contravía directa y deliberada de la negociación. Cuesta trabajo aceptar el argumento de los bajos precios del petróleo para restarle importancia a Ecopetrol, mientras que las empresas transnacionales sí continúan haciendo exploraciones en el país.

Otra diferencia esencial tiene que ver con la lógica de los beneficiados en el proceso. Para una parte del país urbano, la negociación se percibe como, simplemente, la forma de reinserción de la guerrilla. Es decir, a pesar de lo dicho sobre las causas del conflicto, el gobierno va triunfando (en lo simbólico) en su política de reducir el proceso de La Habana a la entrega de armas; por eso muchos debates giran en torno a los beneficios para los guerrilleros, su integración laboral y los mecanismos de justicia transicional.

El ELN, dicen ellos, no piensa en casas de desmovilizados ni en beneficios personales; insisten en una agenda política en la que en vez de hablar de justicia transicional reclaman justicia social. Suponer que el tamaño del interlocutor es proporcional a su agenda, lleva a, erróneamente, concluir que el ELN pedirá menos y el proceso será más rápido.

El punto de encuentro de estas dos agendas podría ser la construcción de una democracia real, sin limitaciones sobre qué discutir, que incluso permita hablar del modelo (si así lo quiere la sociedad), libre del uso de la violencia política, del asesinato de voceros populares y de las prácticas paramilitares.

El ELN parece consciente que la mesa FARC-Gobierno crea una nueva coyuntura sobre la cual se moverían las nuevas dinámicas políticas regionales, especialmente en las zonas de las FARC, lo que podría implicar un choque de agendas. Este choque, deliberado o no, es alimentado por el gobierno en su decisión de dilatar las conversaciones con el ELN, como lo hizo los últimos tres años: durante 15 meses el ELN solo obtuvo plantón tras plantón.

La desconfianza elena sirve a los que auguran un potencial doble juego del gobierno: paz con las FARC y (como al parecer lo sugieren algunos militares) guerra con el ELN. Como es bien sabido, la estructura del ELN está más dirigida a una lógica política más que militar, lo que a su vez favorece una potencial cacería de brujas en la que se buscaría neutralizar a los “amigos del ELN”, categoría peligrosa dentro de la que caben los estudiosos de Camilo Torres, los que levantan banderas sobre lo minero-energético y también los analistas y periodistas que nos hemos centrado en el eventual dialogo Gobierno-ELN.

Esa doble estrategia de paz y guerra ya se vivió con diferencias, en el caso de Darfur, Sudán. Allí la paz entre el norte y el sur se impuso por la comunidad internacional con el fin primordial de garantizar la extracción de petróleo, mientras que contra los rebeldes del occidente del país se desató la guerra. La prensa y la comunidad internacional, perversamente, se callaron “para salvar la paz”. Guardando distancias, nada descarta que este sea un posible escenario para Colombia (ojalá esté yo equivocado).

La euforia institucional desatada en torno a la paz hace que, de nuevo, se prioricen las formas sobre el fondo: que si el Papa es testigo, que si Obama va a la firma, que si Naciones Unidas supervisa, etc. Pero eso no es lo fundamental o, por lo menos, no debería serlo.

Como en los matrimonios (perdonen el símil) todo parece reducirse a las luces, las cámaras y las lentejuelas de la boda, pero la paz no es la firma de los tratados sino (en buena parte) su implementación. Hay matrimonios que perduran; pero una vez pasada la resaca de la fiesta, emerge la silenciosa cotidianidad de las parejas y el rumor de la música se desvanece. Así en las bodas como en la paz.

Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/judicial/eln-bodas-y-paz-articulo-615103