Víctor de Currea-Lugo | 10 de mayo de 2021
El día de ayer en Cali gente rica, con el apoyo de las Fuerzas Armadas, atacó gente pobre. Y esto no es una frase oportunista, sino parte de nuestra realidad plagada de paramilitarismo.
Ocurrió a plena luz del día, frente a las cámaras y con total impunidad. Por eso, vale la pena citar este tuit que es el resumen de lo que pasó ayer: “Los paracos, asesinos, se visten de blanco, con banderas blancas, camisetas blancas… Y se denominan ‘ciudadanos de bien”.
Lo paraestatal puede entenderse de muchas maneras, pero la más general se refiere a aquello “que coopera con el Estado, pero no forma parte de su administración”. A veces se da en el terreno del monopolio de la fuerza, cuando el Estado la cede o la comparte con grupos de “particulares”.
Más allá de las estructuras organizadas que tristemente se hicieron famosas en los años 90, dirigidas por Carlos Castaño y que obedecían a mandos superiores a él, el paramilitarismo es también una forma de entender la política. Por eso, se habla de parapolítica, de paraeconomía y de otras paras.
Es curioso cómo el comportamiento paramilitar encaja perfectamente con la lógica neoliberal, donde el Estado se reduce a su mínima expresión y deja en manos del mercado (en ese caso de los civiles armados) la solución a los problemas.
Incluso a veces la misma Policía se porta como una institución paraestatal: cuando lleva dos armas, una oficial de dotación y otra no oficial en el otro lado del uniforme; o cuando aparecen unos policías uniformados que dan la cara y protegen a unos no uniformados que vandalizan.
Esa combinación de formas de lucha de la derecha y de la extrema derecha es parte de la dinámica y de la historia del país. Ahora esas prácticas descaradamente saltan a un nivel superior y son representadas a plena luz del día por la Policía y el Ejército colombiano.
¿Podemos hablar de prensa paraestatal?
Algunos medios de comunicación se dedican, como en el caso de Ruanda, a alimentar el fuego. Podemos recordar a Ferdinand Nahimana, director de la Radio Mil Colinas de Ruanda, quien, si bien no mató directamente a nadie, fue uno de los responsables de miles de muertos, tal como lo reconoció el Tribunal Internacional para ese país.
Hay un video que circula en las redes y en el que se dice: “Lucas, tú disparaste primero”. Allí se acusa a Lucas de todos los inconvenientes que produce una protesta como si esta por definición no fuera precisamente la ruptura frente a un orden injusto. Y así se justifica plenamente el asesinato de un profesor, en un sitio de protesta, a sangre fría, con el argumento de que “tú disparaste primero”.
Esa lógica convierte a Lucas en combatiente porque “disparó primero”, justifica que se le ataque e invita a la impunidad total. Es más, glorifica a los asesinos. Según esa narrativa, gritar y llamar a una marcha es igual a un disparo y, por tanto, puede responderse con violencia asesina.
Parte de la narrativa mediática también es convencer al país de que los indígenas per se son violentos, al igual que los pobres son perezosos y los jóvenes son vándalos; mientras que la “gente de bien” se arma para autodefenderse porque está a punto de colapsar.
Una vez se tiene exacerbado el odio y la polarización, y se saca de contexto el paro nacional, entonces, se repite lo que dijo la canciller Claudia Blum: todo es por culpa del “terrorismo petrista”. Luego, se desatan las fuerzas paraestatales.
Así como el paro no es producto de la reforma tributaria sino de décadas de inequidad, tampoco las expresiones paraestatales son las de una comunidad que, angustiada en unos supuestos desabastecimientos, sale dolorosamente a buscar el pan de cada día. Estamos antes grupos coordinados que, como lo muestran los videos de Cali, mencionan tener miles de armas para hacerle frente a los “vándalos”.
Y, como en todas las crisis, aparecen los fenómenos del acaparamiento y desabastecimiento. Tres conocidos míos, por lo menos, me han reportado cómo en los últimos días iban a las grandes cadenas de mercado (como de D1 y ARA) y encontraban los estantes con muy pocas cosas, pero en las tiendas populares de esas mismas calles sí tenían bienes para la venta. Parece entonces que estamos ante un autodesabastecimiento decidido con el ánimo de que los discursos de que la paraeconomía funcionen para generar rechazo al paro.
Si, como recordaba Gustavo Petro, los mismos alemanes incendiaron el Bundesbank con el fin de justificar luego la arremetida, los neonazis criollos están dispuestos a incendiar el país para luego justificar la matanza.
La estupidez del paramilitarismo es atacar precisamente al mejor interlocutor político que tienen, el movimiento indígena, para contener una batalla campal entre ellos y grupos no articulados, pero llenos de indignación ante tanta inequidad.
¿Qué hacer?
Lo primero es no sentarse con Iván Duque hasta que pare la violencia, tanto la estatal como la paraestatal, sobre la que tiene mucho que decir. Debe condenarla y combatirla de una manera eficaz desde la Fuerza Pública.
Segundo, desconfiar de todos los que se presentan como dueños de la calle. La calle de hoy es diferente. Los jóvenes que están protestando no son solo estudiantes, también hay desempleados y trabajadores informales. Los que están en las calles no son solo los sindicatos, sino los barrios populares. Esos sectores no se incluyen cuando se hace la ecuación a la hora de decidir quién representa al paro en el diálogo con el Gobierno.
Tercero, no entran en la ola de polarización que vivieron las protestas de Siria, donde este fenómeno se dio de manera muy acelerada e impidió responder de una forma organizada y con una agenda unificada.
Es necesario no repetir todas esas narrativas de la violencia buena y la violencia mala, de que los vándalos son igual de malos a los genocidas, ni sacar de contexto la violencia de los sectores populares y, sobre todo, dejar de querer resolver todo por un comunicado que además es motivo de pelea por la coma y el punto y coma.
Lo que se viene es una guerra de desgaste y de persecución, y en esa arremetida un Estado acorralado y unas élites asustadas son capaces de cualquier cosa. Si no logran desgastar el movimiento en las calles mediante la represión, o dividir los sectores que quieren negociar en la mesa, o atraer a alguno de los sectores del “progresismo” mediante ofertas de un puesto en un Gobierno de transición o una renovación ministerial, no descartarían el camino de la violencia.
Y a los que creen que las élites colombianas en el poder no son capaces de eso, les recuerdo que hay siete millones de desplazados, más de 80 mil desaparecidos, cientos de miles de muertos que fueron ocasionados no solamente en los combates armados sino en los ataques a la población civil, como lo fueron los casos de falsos positivos. Es decir, de una concepción paramilitar del manejo del Estado que se ha aplicado por décadas.
Es frente a ese Estado que se está peleando y frente a esas élites. Va más allá de Duque, al que se le presume una torpeza mental que no creo que tenga (realmente creo que no es tonto sino perverso). Y tenemos esas prácticas tan naturalizadas que a nosotros nos parecen “normales” pero a un extranjero les resulta incluso inexplicable.
PD: Se marcha contra unas fuerzas armadas responsables de bombardeos a niños y de asesinatos a civiles. Es posible que a algunos de mis amigos les parezca exagerada mi postura y ojalá ellos tengan razón, pero creo aquello de que hay que esperar lo mejor y al mismo tiempo prepararse para lo peor. Y en este país ya estamos como en Oriente Medio: nadie sabe lo que va a pasar mañana.