Víctor de Currea-Lugo | 22 de marzo de 2016
Madrid, Londres, París y ahora Bruselas. El islamismo armado sigue atacando capitales europeas y la creciente indignación pide culpables. Las lecturas simplistas se imponen; mientras los dedos señalan a los refugiados, los inmigrantes y los musulmanes, que para el caso son lo mismo.
En noviembre de 2015, muy poco tiempo después de los ataques en París, en el lugar de la masacre (la sala Bataclan), fue encontrado el pasaporte de un refugiado sirio, sospechoso de participar en el ataque. De igual manera, otro pasaporte, en este caso egipcio, fue encontrado tras el ataque al estadio de futbol. Estos hallazgos fueron presentados como pruebas del vínculo entre refugiados y migrantes con las células terroristas.
Días después y con muy poco despliegue en los medios, se informó que el pasaporte egipcio correspondía a una víctima y el pasaporte sirio era falso. Sin embargo el daño ya estaba hecho: Francia tenía a quien culpar.
Poco importa la realidad frente a la agenda política del momento. Cuando sucedieron los atentados en Madrid (en 2004), el gobierno español de José María Aznar prefirió alimentar la hipótesis de un ataque de ETA antes que referirse al islamismo radical de la misma manera que la extrema derecha de Bélgica, Holanda y Francia, no dudan en alimentar la islamofobia, al servicio de sus agendas políticas. Todo indica que pasara lo mismo en tras los recientes atentados en Bruselas.
Bélgica tiene alrededor de 400.000 musulmanes, y más 1.160.000 inmigrantes (10,4% de la población). Cada semana más de un millar de solicitantes de asilo llegan a Bélgica, la mayoría provenientes de Irak y Siria; el simplismo y la rabia buscarán entre ellos a los culpables de las recientes atrocidades.
A finales de febrero pasado, Bélgica suspendió el acuerdo Schengen por la amenaza migratoria, pero esta medida no parece haber surtido efecto en la acción terrorista, pues muchos de los radicales tienen nacionalidad europea y más de 500 belgas han viajado a combatir en Oriente Medio. Así las cosas, Bélgica aporta el mayor número de combatientes europeos al Estado Islámico, per cápita.
El mes pasado, Carl Decaluwé, gobernador de la provincia de West-Flanders, pidió a los belgas “no alimentar a los refugiados, porque vendrán más”, ese sentimiento ahora crecerá y la política de cuotas de aceptación de refugiados, para los 589 municipios belgas, tendrá más opositores.
Salah Abdeslam, uno de los responsables de los atentados de París y ciudadano belga, no era un refugiado, pero quienes pagarán por los ataques serán los refugiados. La xenofobia sí que tiene (y tendrá) de dónde alimentarse.
Publicado originalmente en El Espectador