La dramática crisis de los refugiados sirios y palestinos en Líbano

refugiados
Foto: Víctor de Currea- Lugo

Víctor de Currea-Lugo | 29 de julio de 2017

Líbano, con tan solo 10.000 kilómetros cuadrados y más de 4 millones de habitantes se ha convertido, proporcionalmente, en el territorio con mayor número de refugiados del mundo. Allí están, desde 1948, miles de palestinos que fueron expulsados de sus tierras por Israel y, desde 2011, han ido llegando también miles de sirios que huyen de la guerra.

Con una ONG local

Aunque las cifras son dramáticas, Líbano logra sobrevivir sin caer en el caos. Además de los refugiados, este pequeño país enfrenta sus propios demonios, los heredados de 15 años de guerra civil y los actuales, fruto de graves problemas de gobernabilidad, aun así, se convierte en la esperanza para la población siria.

En la ciudad sureña de Sidón, hablamos con Fadlallah Hassouna, presidente de la Asociación para el Desarrollo del Pueblo y la Naturaleza. “Los libaneses hemos sido divididos por agendas de otros, de gente de afuera, así mismo le están pasando hoy a los sirios” me dice, con mucho escepticismo frente a las fuerzas políticas libanesas. En su opinión, es probable que Siria termine partiéndose en 4 o 5 países.

Una de las cosas que enfrentan, desde esta ONG es el riesgo de la radicalización. Para él, las necesidades insatisfechas son un caldo de cultivo para el radicalismo islamista. La oferta de ayuda económica y la promesa del paraíso obran como una gran tentación. “No hay ningún pueblo en el sur de Líbano que no tenga jóvenes que hayan muerto en la guerra siria”.

Una de las tácticas que usan es facilitar que los jóvenes escuchen a excombatientes que hablan contra la guerra. Las voces de las madres (y sus dolores) son un argumento de mucho peso para los jóvenes, más que las voces de los padres. Fadlallah recuerda a un muchacho, de nombre Bashir, que a pesar de todo se iba a ir a la guerra, pero cambió de parecer luego de varias reuniones y de escuchar a excombatientes. Otro de nombre Hassan se opuso a ser reclutado por Hizbollah. Pero no siempre esto es exitoso.

En la visita a esta ONG me acompañó Ali Sandeed, trabajador humanitario nacido en Siria, de abuelo palestino y habitante de Yarmouk, el famoso campo de refugiados palestinos en Siria. Para él, “las ONG son una cosa nueva para los sirios”, observación que comparten muchos otros entrevistados. Él como muchos otros jóvenes ya no ven un futuro en su propio país: “estamos perdiendo una generación de sirios por la guerra”.

Viviendo en sótanos y en fincas

En Sidón, en los sótanos de un gran parqueadero viven varios centenares de sirios. En unas muy pequeñas habitaciones hay más de 250 familias, la mayoría provenientes de Baba-Amr, un sector de la ciudad de Homs.

Las instalaciones son en arriendo, pagado por las organizaciones que les apoyan. Los cuartos tienen un solo espacio, muy pequeño, entre 9 y 12 metros cuadrados para toda una familia. El hacinamiento es total. Hay goteras en el techo y la electricidad, que va y viene, es un manojo de cables expuestos que serpentean en la parte alta del sótano. Para el agua, tienen dos tanques, insuficientes para todas las familias.

Algunos de los refugiados trabajan en la construcción, que es de los pocos oficios que los sirios pueden realizar, sin violar la ley libanesa. Las mujeres se dedican a cuidar de sus familias, pues hay pocos trabajos para ellas.

Los cientos de niños que hay allí, apenas tienen espacio y resulta curioso que no tienen los niveles de conflictividad que se observaría en otras sociedades. En todo caso hay tensiones: “los hombres violentan a sus mujeres, las mujeres a sus niños y los niños se pelean entre ellos”, me dice uno de los entrevistados.

Los niños siguen naciendo, una de ellas de tan solo dos meses se llama Rafif que, me dicen, significa, el sonido de las alas. Su familia llegó de Siria hace 5 años. La esperanza de volver, muchos ya no la ven en los seres humanos, la esperanza está en Allah.

Hay otros refugiados sirios que viven en zonas rurales, con el permiso de los dueños, quienes les dan cobijo a cambio de su trabajo en el campo. Hay alrededor de 20 sitios así en la zona que visito. Están aquí desde 2012 y esperaban regresar a los pocos meses; ahora duermen en tiendas de plástico.

Cuando entrevisto estas otras familias, me dicen que ojalá lo publique y que eso conmueva a la comunidad internacional. Ese comentario es casi una constante universal en todas las guerras. Una de las familias huyó porque la esposa, Fatima Ahmed Mahmud, estaba embarazada y su ciudad, Alepo, no ofrecía ninguna esperanza; así que decidieron escapar.

Otro grupo de familias viven en un edificio (el building Ozqil), de más de 100 apartamentos, arrendado por Naciones Unidas. Son todos suníes que vienen de la ciudad de Hama. Allí tienen aulas de clase para los 350 niños y niñas refugiados.

La ONG al frente de esa tarea es SB OverSeas, una organización de Bélgica. Su coordinador, Kevin Charbel, me dice que uno de los mayores desafíos fue ganar la confianza de los refugiados que estaban cansados y frustrados del abuso por parte de algunas ONG.

Hecho con las manos

La mayoría de cabezas de familia de los refugiados, son mujeres sirias. Los hombres se han quedado peleando en Siria, están en las cárceles o muertos. Entre Sidón y Beirut, está la organización “Syrian Anamel”, cuyo nombre significa: “La punta de los dedos” porque buscan hacerlo todo con sus propias manos. Empezaron 4 mujeres en un cuarto y ahora dan empleo a 25, en dos plantas de un mismo edificio. Producen ropas y comida típica siria.

No hay hombres, a algunos de los maridos les molesta que sean ellas las que provean los ingresos para el hogar. Pero la mayoría entienden sus trabajos y las apoyan. De hecho, el siguiente reto es abrir un programa similar para varones.

Para la ropa tienen una línea que recicla materiales; ahora mismo hacen ropita para regalar a los niños por el Ramadán. Al comienzo lo hacían como mejor podían, ahora tienen cursos de computadores, diseño y cocina. Su lema pareciera ser: “no dependemos de la esperanza, nosotros la hacemos realidad”.

En sus cuartos y pasillos hay mucha actividad, están preparando unas bandejas de kibbe, cortando hojas de parra, alistando los ingredientes. Y en la zona de costura, hay máquinas de coser, mesas llenas de hilos y tijeras, plantillas de ropa y, al final, un cuarto de plancha que le da la revisión a las prendas.

Hablar con su directora fue un ritual a favor de la esperanza. Ella junto con otras mujeres había creado organizaciones de caridad en Siria, para apoyar a los pobres, antes de la guerra. Entre 2011 y 2013, volcaron esa experiencia para apoyar a los desplazados dentro de Siria. Y fue ese acumulado el que les permitió ahora organizarse, viviendo en el exilio.

De hecho, rehusó hablar de los dolores cotidianos, como mujeres sirias refugiadas, enfatizando en los logros y las esperanzas. Cada final de mes, ellas tienen miedo de no completar el dinero para pagar los salarios pero, finalmente, siempre lo han logrado.

Hospital de Haifa

Al campo de refugiados palestinos de Burj El Barajneh, en Beirut, han llegado miles de refugiados sirios. Allí visitamos el hospital de Haifa. Este hospital se mantiene gracias al apoyo de la Media Luna Roja. Su director, el doctor Khalil Mohwech, y su jefe de ortopedia, el doctor Ismael Abu Harub, me envidian porque tuve el honor de pisar Al-Quds, que es como se suele llamar a Jerusalén, que significa: La Sagrada.

Es un hospital modesto aunque tiene 40 camas y servicios especializados. Además de los motivos usuales de consulta, les preocupa los bajos niveles de nutrición infantil. Allí atienden tanto a refugiados palestinos como a los recién llegados refugiados de Siria.

Este hospital, creado en los años 70, nació como un dispensario para personas discapacitadas. Paso a paso, gracias a la ayuda internacional se fue convirtiendo en un hospital con servicios especializados. En la guerra civil del Líbano (1974-1989) se vio continuamente enfrentado a atender heridos de guerra. Cuando la masacre de Sabra y Chatila, de civiles palestinos por parte del ejército de Israel y las milicias cristianas, los servicios médicos jugaron un papel importante, atendiendo sobrevivientes en los sótanos.

En la guerra de 2006, entre Israel y Hizbollah, éste y otros hospitales pusieron sus recursos y su personal al servicio de las víctimas. Parte de sus tareas fue apoyar los centros donde había desplazados internos por la guerra. Hoy atienden en promedio entre 200 y 300 pacientes hospitalizados por mes y 100 pacientes ambulatorios al día.

Con la llegada de refugiados sirios ha aumentado la demanda de servicios. La política del hospital, me dice el doctor Khalil, es de atender a todas las personas que lo requieran, independientemente de su capacidad de pago y del color de su pasaporte. Incluso, me cuentan, atendieron una paciente de Etiopía que prefirió este hospital porque le salía más barato.

El doctor Khalil, como refugiado palestino que es, sueña con volver a su tierra: “Palestina es nuestra tierra, siempre prometemos volver, mientras haya esperanza no nos detendrán pero más que una esperanza, volver es un derecho”.

El drama palestino continúa

Como ya mencionamos, desde hace 69 años hay palestinos en varios campos de refugiados en diferentes ciudades libanesas. Uno de ellos es el campo de refugiados de Burj El Barajneh, ubicado en la capital.

Allí sobreviven, oficialmente, más de 20 mil palestinos, a lo que se suman otros tantos sirios, los que en promedio (según entrevistados locales) tienen más hijos por familia que los palestinos. Hay hasta cuatro familias sirias viviendo en un cuarto.

Los campos, desde su inicio han tenido poco espacio, lo que se ha agravado con el aumento de la población, década tras década. La infraestructura de la vivienda y los limitados servicios básicos, hacen la vida muy difícil. Hay goteras de las mangueras del agua en casi todas las calles. A esto se suma la condición de refugiados y el constante sueño palestino de volver algún día a su tierra.

Para Fatima Abel-Hadi: “esta vida es miserable, los judíos de todo el mundo pueden asentarse en nuestra tierra, pero nosotros no podemos volver; aquí me siento atrapada, me falta oxígeno, me falta sol”.

El gobierno libanés no reconoce plenos derechos a los palestinos. Por ejemplo, los médicos solamente pueden ejercer atendiendo a otra población refugiada. Incluso, para arrendar una vivienda por fuera de los campamentos de refugiados, los palestinos necesitan hacerlo a través de un ciudadano libanés y no de manera directa.

Entrevisté a un joven palestino, de 35 años, graduado de la Universidad de Cambridge. Regresó al Líbano hace 20 días y, aunque trabajó como alto asesor de empresas en el Golfo Pérsico, su diploma en Líbano no sirve para nada. Me pregunta: “¿Dónde está mi vida?, yo no estoy estancado estoy desapareciendo. Mi hija es la primera vez que oye un disparo”.

Desde el Líbano, los palestinos siguen reivindicando su derecho a la tierra. Uno de ellos es Ghazan, un joven vendedor de jugo de frutas, quien fue herido en una pierna, en mayo 15 de 2012, por el ejército de Israel durante las manifestaciones en la zona fronteriza. Mientras me invita un jugo se queja de que la comida árabe y la pañoleta palestina suele ser presentada por Israel como propia: “nos robaron la tierra y ahora nos quieren robar la ropa y la comida”.

Los palestinos mantienen la fe en su causa, en el derecho y en la comunidad internacional. La primera goza de mi respeto total y las otras dos de mi escepticismo. Despedirse de Oriente Medio siempre implica, de alguna manera, la promesa de volver. Yo no termino de entender el desorden árabe, pero cada vez me convenzo más que es una categoría estética, como lo son los arabescos; tampoco termino de entender las guerras de esta región que determinan la paz mundial.

Publicado originalmente en Semana