Un año sin Mubarak

Víctor de Currea-Lugo | 10 de febrero de 2012

Mubarak dejó el poder un 11 de febrero. Hace un año presenciamos la caída de un pseudofaraón, la consolidación de las revueltas árabes y el comienzo del quiebre de Gadafi, Saleh y Al Asad.

Cuando el recién nombrado vicepresidente Suleiman anunció la renuncia de Mubarak, muchos de los soñadores de la Plaza de la Liberación apenas lo creían. Luego de 18 días de manifestaciones dejó el poder quien había gobernado por casi tres décadas. Mubarak fue reelegido cinco veces, con una mayoría aplastante, a pesar de la minúscula participación electoral.

Mubarak se ha ido, pero no su legado: algunos de sus seguidores se han reciclado, y sus compañeros de armas buscan perpetuarse en el poder; los partidos de la vieja guardia, que otrora se peleaban favores de Mubarak, han desaparecido de la escena política y otros aparecen bajo nuevos nombres anunciando un cambio en el que no creen. Y los militares ya han hecho saber que, a pesar de los avances electorales que consolidaron un nuevo parlamento, no dejarán el poder antes del 30 de junio.

Por su parte, los musulmanes, antes perseguidos por el régimen, hoy tienen el 70% del parlamento. Y el sistema judicial, en el pasado al servicio de Mubarak, es el mismo que lo tiene tras las rejas desde abril pasado, en un proceso que incluye la muerte de cientos de personas durante las protestas en su contra, escándalos de corrupción y abuso de poder.

Las calles de Egipto no se tranquilizaron con la salida de Mubarak, sino que continuaron mostrando su fuerza movilizadora y la de su poder político. En este año se han manifestado sobre derechos humanos, reformas constitucionales, derechos de las mujeres, práctica de la tortura, represión violenta de nuevas marchas, libertades sindicales, perpetuación del poder militar, discursos islámicos, solidaridad con Palestina, y un largo etcétera, haciendo de la calle una forma de asamblea permanente.

Mubarak se veía a sí mismo como un héroe de la guerra y de la paz, no aceptaba colaboradores que no le dijeran lo que él quería oír, rechazaba ideas de cambio, apoyó la paz con Israel, lució la bandera palestina cuando le convino, estableció fuertes vínculos con los Estados Unidos, aumentó la apertura egipcia al mercado internacional, y cuando cayó en cuenta de la dimensión de las protestas en su contra, era muy tarde. Un año después, obreros y estudiantes llaman a una huelga general para rechazar la estrategia militar de secuestrar el poder, y mientras más sectores se suman a la desobediencia civil los tanques del ejército vuelven a las calles, como en los tiempos de Mubarak.

La Alianza de los Revolucionarios de Egipto, integrada por más de 50 grupos políticos, incluidos los seis movimientos revolucionarios más importantes, pide “el desmantelamiento inmediato del gobierno interino”, la celebración inmediata de elecciones presidenciales, la investigación de todos los crímenes y masacres cometidas por las autoridades, el establecimiento de “tribunales revolucionarios”, la destitución del fiscal general, y la purga del Ministerio del Interior.

Un grafiti en El Cairo decía: “Quiero ver un presidente diferente antes de morir”, un sueño lejano en la mañana del 11 de febrero de 2011, hecho una posibilidad real pocas horas después. Ahora hay que salvar a la revuelta de sus propias trampas.

 

Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/un-ano-sin-mubarak