Víctor de Currea-Lugo | 8 de septiembre 2013
Mejor Libia que Ruanda. Un inventario de los errores y daños que, sobre Oriente Medio, ha producido la ceguera ideológica de muchos “progresistas” en diferentes partes del mundo.
Las revueltas y Lenin-Mahoma
En 2011, buena parte de la izquierda latinoamericana y europea explicaron las revueltas árabes de dos maneras: un levantamiento del proletariado árabe o, lo peor, un complot de Estados Unidos.
Los primeros ya han desistido de la idea de un Lenin-Mahoma que lidera masas obreras y campesinas, cosa improbable porque los sindicatos de bolsillo estaban a órdenes de los gobiernos de turno. De hecho, en el caso de Egipto, los sindicatos libres no fueron padres de la revuelta sino sus hijos. La segunda explicación de las revueltas árabes persiste: todo es una conspiración de Occidente.
El análisis es este: agentes de la CIA levantaron las masas en Túnez, Egipto, Libia y Siria. Los árabes no piensan ni pueden ser -políticamente- mayores de edad, son manipulados y manipulables. Los que viven allí no ven la manipulación, pero la izquierda internacional sí la ve. A esto se agrega que El Mosad y Al-Qaeda le ayudan a la CIA, formando todo un “eje del mal”, según la definición de cierta izquierda.
Cuando los rebeldes llegaron a Trípoli, Libia, voceros de cierta izquierda dijeron que los videos eran “made in Hollywood” (como dicen ahora de los videos sobre las armas químicas de Siria) y que los pocos rebeldes en suelo libio eran franceses e ingleses con barbas postizas. Para algunos la revuelta de Túnez fue planeada en Paris, la de Egipto en Tel Aviv y la de Siria en Washington.
Para esa izquierda no habría razones para protestar en el mundo árabe porque éste era casi un paraíso terrenal sin injusticias ni inequidades. Como Bashar Al-Asad (y como Gadafi, entre otros) es enemigo de Estados Unidos, entonces debe ser el bueno.
Esa izquierda rancia minimiza la justicia de las causas locales y sólo mira la geopolítica: si cae Siria lo único que cuenta es que desde allí se pudiera atacar a Irán (tampoco tienen una visión crítica de Irán y algunos ni siquiera saben dónde queda en el mapa).
El genocidio sirio
A pesar de las pruebas del uso de armas químicas en Siria, la izquierda ramplona iguala Irak y Siria diciendo: si no había tales armas en Irak tampoco las habrá en Siria. Si EEUU arrasó aldeas en Vietnam, no hay ninguna posibilidad de que haga algo bueno, olvidándose que la derrota del fascismo en Europa se la debemos, en parte, a Estados Unidos.
Pero esa supeditación de la historia al credo político no es una práctica nueva. La invasión de Vietnam a Camboya, en el marco del genocidio de los Khmers Rouges, era buena para los izquierdistas pro-soviéticos y mala para los pro-chinos. Mientras tanto la comunidad internacional condenó a Vietnam por detener un genocidio, pero ¿se preguntaron por las víctimas camboyanas?
En Varsovia, 1944, cuando el pueblo se levantó contra el fascismo, Stalin miraba impasible desde el otro lado del río Vístula, y Europa ni siquiera miraba ¿resultado?: más de 250.000 muertos y el 85 por ciento de la ciudad destruida.
En Siria la táctica es: negar los hechos (no hay armas químicas), poner al régimen en el papel de víctima (Estados Unidos odia a Bashar porque éste no se somete), negar la justeza de los rebeldes (se trata de mercenarios extranjeros y de Al-Qaeda), ocultar las injusticias locales (dar prioridad a la geopolítica) y desviar el debate (como Israel usó fósforo blanco en Palestina en 2008 y sigue impune, entonces tampoco se puede condenar a árabe alguno). La guerra de Siria está mucho más cerca de una de sobrevivencia, como la de la resistencia francesa, que de la revolución de Octubre.
Claro que allí están la CIA, El Mosad, Al-Qaeda y similares tratando de pescar en río revuelto. Pero de ahí a reducir las banderas de las calles árabes a simples conspiraciones es, entre otras cosas, negar que los árabes puedan pensar políticamente.
Hay mercenarios, como en toda guerra, y extranjeros peleando como los hubo en la Guerra Civil Española. En el caso español, la experiencia de las Brigadas Internacionales constituye uno de los mayores ejemplos de solidaridad y entrega bajo banderas de otro país.
Para cierta izquierda, irse a pelear en otra guerra es motivo de orgullo si se trata de cubanos en Congo o de internacionalistas en España, pero no de libios que acompañan a sus hermanos árabes de Siria.
En cierta izquierda, todavía Vietnam es un caso de invasión del imperialismo yanqui (en lo que estamos de acuerdo) pero la ocupación rusa a Afganistán, en los años ochenta, era un ejemplo de internacionalismo proletario.
¿Qué hacer en Siria?
No todas las guerras son iguales, ni siquiera todas aquellas en las que participa Estados Unidos. Por ejemplo, Afganistán no es igual a Libia. En Libia el papel militar extranjero fue limitado, los muertos civiles causados por la OTAN (bajo bandera de la ONU) no llegaron ni al 0,2 por ciento del total, y hubo unas elecciones concurridas (participó más del 80 por ciento) donde el partido liberal ganó cómodamente. Hoy Libia, aunque le duela a la izquierda nostálgica de Gadafi, tiene más futuro que hace dos años.
En el caso de Siria, la guerra no empezará con una acción de Estados Unidos: empezó hace dos años. Los muertos no sólo son los de las armas químicas, sino que ya superan los cien mil. La presencia extranjera tampoco empezaría ahora, hay espías de todos los pelambres, así como tropas iraníes y del Hizbollah libanés ¿Dónde estaban en los últimos dos años los que recién ahora dicen “no” a la guerra en Siria? ¿Qué hacer? Desde 2011 han fracasado las gestiones de paz de la Liga Árabe y de la ONU, y no hay el menor atisbo de una salida negociada.
Parte de la comunidad internacional pide a gritos que se actúe, especialmente después del 21 de agosto. Pero ante la opción militar encabezada por Estados Unidos cierran filas ante una posible “invasión del imperialismo yanqui”. Algo así como un síndrome ante el ladrón: gritar “cójanlo, cójanlo”, y una vez capturado reclamar: “suéltenlo, suéltenlo”.
La paradoja consiste es que los únicos que pueden hace algo efectivo contra Al-Asad son, a su vez, por desgracia histórica, quienes ocuparon Irak y destruyeron Afganistán: los Estados Unidos. Pero entonces ¿qué hacer? ¿Llamados a la paz que lleva dos años fracasando?
Llamar a que la ONU logre un consenso es infantil, Rusia ya echó sus cartas y China le acompaña en su decisión. Luego, invocar a la ONU, hoy por hoy, es lo mismo que no decir nada. Sería iluso pedirle a una coalición de Haití, Mozambique y Filipinas que salven a los sirios. Que alguien haga el trabajo sucio y mejor si son Estados Unidos, igual, los criticaremos si hacen y aún más si no hacen.
La opción Obama
Parece ser que Obama jugó a la “línea roja” de las armas químicas, pareciera que con la diera de que Al-Asad no llegaría a usarlas, pero las cosas se dieron de tal manera que ahora el presidente de Estados Unidos no tiene muchas opciones.
La opción de ataques específicos contra objetivos militares del régimen sirio y apoyo a los rebeldes progresistas (que los hay, aunque lo nieguen tanto fuentes de derecha como de izquierda) parecería ser la única elección para tumbar el régimen y no dejar Siria ni abandonado a su suerte ni en manos de radicales islamistas. Mientras Al-Asad cuente con su Fuerza Aérea los rebeldes tendrán grandes limitaciones para triunfar.
Una combinación en la que las tareas de tierra (que no serían asumidas por Estados Unidos) sean responsabilidad de los rebeldes apoyados política y militarmente, entonces Siria podría quedar en manos de los sirios. Sin apoyo real a los rebeldes la tarea quedaría inconclusa o, peor, éstos serían desplazados por los grupos pro Al-Qaeda ya desplegados en Siria.
Mi temor no es tanto a la acción militar de Estados Unidos sino al cómo de dicha acción, ya porque afecte civiles, ya porque sea muy poca y muy tarde. Hace más de dos años algunos pusimos sobre la mesa la opción militar y se nos contestó que eso aumentaría el número de muertos: pero este número llega ya a más de cien mil.
Como dijo Human Rights Watch: “la acción militar será juzgada por su efecto en la protección de los civiles sirios de nuevos ataques ilegales”. Estados Unidos se porta como un imperio-policía mundial, pero no hay alternativas al genocidio en curso. Así, el problema no es el qué ni el quiénes de la acción militar, sino el cómo.
Atacar sin querer derrocar el régimen es abandonar al pueblo, como sucedió cuando el genocidio de kurdos llevado a cabo por Sadam Hussein a finales de los años ochenta. Un ataque simbólico agravaría la situación sin aportar nada nuevo.
Atacar por tierra es relegar a los rebeldes sirios, instrumentalizarlos y provocar la ira de un sector árabe-musulmán que verá en ésto una agresión a la capital de los Omeya, dejando a Estados Unidos atrapado en Siria. Atacar poco es perpetuar a Al-Asad, y atacar mal (afectando a la población civil siria) es un suicidio político y militar.
Aunque el gran perdedor podría ser el bloque de rebeldes sirios porque Estados Unidos buscará manipularlos como Al-Asad busca exterminarlos, la disyuntiva en Siria es entre una guerra y un genocidio, entre lo malo y lo peor. Prefiero Libia a Ruanda.
Demorar una acción hasta que nos den un tecnicismo del tipo de gas usado poco sirve. Es cierto que Estados Unidos tiene su propia agenda (proteger a Israel), pero por la razón que sea, un ataque aéreo (no una invasión por tierra) contra objetivos militares del régimen es bienvenida: sin aviones, Asad no puede bombardear a su propio pueblo, eso pasó en Libia.
Más allá de la dicotomía izquierda-derecha, la resistencia francesa aceptó la ayuda de Estados Unidos y sería ridículo rechazarla en un ataque de purismo cuando el enemigo era el fascismo. Los sirios parecen los personajes de “Esperando a Godot”, a una comunidad internacional que poco le importa el pueblo sirio. De hecho, muchos refugiados en Jordania están a favor de que Estados Unidos actúe.
Tan mal estamos que Obama es la esperanza, la otra opción es tener uno, dos, tres Ruanda. Mantener la estabilidad regional a costa de la vida de los sirios es impresentable. Que la derecha rancia mienta y manipule es esperable, pero que la izquierda niegue injusticias y patrocine dictaduras no es lo esperable. Definitivamente, no hay peor izquierdista que el que no quiere ver.
Publicado originalmente en Razón Pública