Tres nombres de mujer que explican el sistema de salud: Rosa Elvira, Camila y Rubiela. Muertes evitables, dolores mitigables, tratamientos existentes, exámenes disponibles y tiempos salvables que se perdieron por trabas injustificadas.
“Se hizo todo lo que se pudo” es una frase repetida en muchas funerarias cuando los dolientes saben que, a pesar de la lucha contra la muerte, ésta inevitablemente llega. Es la aceptación del presente y justicia con el pasado inmediato.
En los tres casos no se hizo todo lo que se pudo. Y no hablo de nacer genéticamente libre de propensiones para ciertas enfermedades, hablo de esa primera consulta demorada, del diligenciamiento de papeles, de esa no remisión al especialista. Una cosa es una muerte inevitable teniendo la atención de los que constitucionalmente deben brindarla, y otra morir luchando cada paso dentro del sistema de salud.
Claro que un sistema de salud gasta dinero, que hay límites, sé de todas esas cosas que estudié como médico y como trabajador humanitario. El debate real es si el Estado deja morir a la gente o no; si un sistema de salud realmente necesita de EPS.
Antes de 1993 había graves problemas en el sistema de salud, pero no teníamos unos buitres que se comieran los recursos como hacen las EPS. Ese invento que propuso Uribe como ponente de la Ley 100, es una mala copia de una idea de Pinochet implantada en Chile en 1985. Ni Cuba socialista ni Suecia capitalista tienen EPS y en ambos casos sus indicadores de salud le ganan a los nuestros.
En 1994, los bancos crearon EPS, no porque el capital financiero se volviera altruista, sino porque el negocio era obvio: ser intermediario entre médico, paciente y hospital, pagando lo menos posible a los médicos, evadiendo los pagos al hospital y recortando servicios a los pacientes. ¡Y luego decir que todo era un problema de gestión!
Mientras no se eliminen las EPS y el principio de equidad no sea una realidad, morirán más mujeres pobres violadas, morirán más personas con enfermedades costosas y el paseo de la muerte seguirá existiendo. Esto es contestado con argumentos como “escasez de recursos”, “racionalización del gasto”, “gerencia en salud” y otras artimañas del mercado que ha hecho que no se formule lo necesario según el criterio médico, que no se hagan exámenes costosos y que se desprecie el dolor.
El médico ha aprendido a ver al paciente como enemigo y éste de igual manera al médico, pero el problema está más arriba. Cuando un pediatra supuestamente no quiso atender a su paciente que esperó la cita durante más de un año, el revuelo fue por el médico y no por un sistema que hace esperar a un niño más de un año una cita. Ya Peñalosa ordenó reducir los gastos de los hospitales públicos en 40%, cuando es conocida la precariedad de recursos para atender.
Los asesores del ministro de Salud deben estar preparando los fríos análisis de costos y los artículos de los reglamentos para decir que Rubiela no murió por culpa de los recortes en los servicios de salud, ni en las demoras en la atención, sino porque “pidió langosta”. Creo que esto se va a arreglar el día en que haya gente haciendo fila a las cuatro de la mañana en la puerta de la Fundación Santafé para ser atendido, lo que en Bosa es cotidiano.
Publicado originaalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/opinion/tres-mujeres-y-la-salud-columna-612492