Víctor de Currea-Lugo | 30 de mayo de 2020
La noche del viernes 29 de mayo puse un trino basado en la información directa que recibí de un familiar de Johana, mujer de 30 años fallecida horas antes. Según la versión de la familia llegó con una complicación abdominal que terminó en cirugía. El diagnóstico médico dado en su momento fue de peritonitis y después de varios procedimientos terminó en la Unidad de Cuidados Intensivos, con un problema respiratorio y un posible diagnóstico de Covid en el momento de fallecer.
La familia acudió al Hospital con el fin de hacer claridad sobre los pasos a seguir para poder darle sepultura a su familiar. Sin embargo, según la familia, la actitud del personal de salud fue obligarles a firmar un papel (para mí no fue claro de qué tipo de formulario se trataba) en el que aceptaran la muerte por coronavirus; el cuerpo sería entregado a una funeraria para los trámites correspondientes. En el desespero y sin tener todos los elementos de juicio, la familia a través de una amiga recurre a mí y es cuando yo publico un primer trino.
Debo reconocer, en honor a la verdad, que ese trino daba para muchas interpretaciones, aunque puedo decir, a mi favor, que las interpretaciones son responsabilidad del intérprete y no necesariamente del escribano. Ese mensaje generó cientos de retuits y lo compartí con algunas personas cercanas con el fin de buscar una sola cosa: darle acceso a una información oportuna que le permitiera a la familia de Johana transitar por un duelo digno.
Curiosamente hubo una serie de cuestionamientos a mi información, la primera de ellas vino de un grupo de chat de colegas médicos que, aunque con muy buena intención por acceder a la verdad, cometieron por lo menos 3 imprecisiones: suponer que el diagnóstico de peritonitis había sido dado por la familia y no por el médico tratante, que no hubo intervención quirúrgica y suponer que la familia estaba mintiendo. Independientemente de la intención sana de mis colegas, el debate central era el punto de partida que se observa en un sector de la salud y es creer que el personal de salud dice la verdad y que los pacientes mienten.
Siempre he defendido el conocimiento médico y creo que en cuestiones de salud hay años de formación que le permite a una persona hacer una afirmación; dudo mucho de que el público en general tenga ese conocimiento, pero mi preocupación no es esa, mi preocupación era cómo dentro del gremio se toma como punto de partida, que los médicos obraron bien. Es decir, no es posible pensarse una falla ética por parte del personal de salud. Finalmente decidí retirar ese primer tuit y entonces publiqué un segundo tuit con una línea argumentativa tratando clarificar mi postura.
Primero precisé que la fuente era la familia, y ahí por supuesto que no puedo esperar que la familia se invente un diagnóstico y tomarlo por cierto porque, además, tengo una formación médica que me permite y me obliga a dudar. Pero eso no quiere decir, que no sea también un problema del sector salud lo que la familia entiende y cómo procesa la información. El derecho a la información hace parte del derecho a la salud y no puede menospreciarse ni la angustia de los dolientes, ni tampoco la gran gama de tecnicismo en que nos dirigimos a las personas enfermas.
Entiendo perfectamente que hay un protocolo (aunque no lo conozca en detalle) para el manejo de los cadáveres en esta pandemia y que eso tiene unas implicaciones en términos de salud pública. Tampoco estoy de ninguna manera abogando por un manejo irresponsable de los cuerpos, sino por una información adecuada.
La paciente entró al quirófano en cinco ocasiones, según versión de la familia, lo que desmiente el supuesto de que no fue operada. En la última semana, según la familia, estuvo ingresada en la Unidad de Cuidados Intensivos, con una dificultad respiratoria que hizo al personal de salud pensar que se trataba de un caso de covid-19. El examen de Covid fue practicado el último día; no tengo los elementos científicos para saber por qué la decisión se tomó el último día y no se tomó con anterioridad.
Lo cierto es que la sensación que le queda a la familia debe contar, porque no estamos hablando de una situación objetiva, sino de la confrontación subjetiva con la muerte de un ser querido en mitad de una pandemia y sin acceso a la información. La familia entendió que debían firmar un papel confirmando el diagnóstico de Covid. La familia se opuso, pero no por un problema de terquedad, sino por deseo de tener claridad sobre la suerte de su familiar, ese mismo familiar que entró con un diagnóstico y salió con otro y ese mismo familiar del que no tuvo ninguna información, según me dice la familia, durante los últimos 8 días.
Si hubo un mensaje que, independientemente en el tono en que hubiera sido dicho, generó un gran impacto negativo en los familiares: si en la mañana del sábado 30 de mayo no se había firmado el papel en cuestión aceptando la muerte por Covid, el cadáver sería entregado a una funeraria para ser enterrado como NN. Ese tipo de manejos es compatible con una arrogancia médica que existe en la relación con los pacientes.
Ahí tuvimos otro debate con mis estimados colegas de los chats de Whatsapp y es suponer que la arrogancia médica no existe o, lo peor, dar por sentado que si yo acuso a algunos médicos de arrogantes estoy generalizando. Vale subrayar que he sido un ferviente defensor de los derechos laborales de los colegas del sector salud y que no caigo en generalizaciones; pero tampoco niego la construcción social del médico y su símbolo del poder del que muchas veces se ha abusado. Estamos tan polarizados que no hay espacio para cuestionar.
No estoy criticando el manejo médico, ni estoy avalando un cuestionamiento clínico porque no tengo los datos, pero la manera con que se da la información y el respeto por el dolor ajeno cuenta dentro del ejercicio médico. La ética médica no desaparece cuando el paciente muere, ni se limita a la relación con la paciente, sino también con la familia y con su entorno cercano.
Curiosamente las redes sociales, donde primero se contesta y después se lee, tomaron mi tuit inicial (que por eso lo retiré) como una prueba fehaciente de que existe un cartel del Covid o lo que algunos afirmaron, que los hospitales están cobrándole al ministerio de Salud por el manejo de pacientes que mueren por Covid. Es más, invito a los que lean esta columna a que me entreguen evidencias al respecto porque hasta ahora yo no tengo ninguna información que sustente tales cobros. Buscaba defender el derecho a la información y no ahondar en la teoría de la conspiración sobre la pandemia.
Con mi tuit tampoco estaba tratando de sumarme a otros tuits y mensajes en las redes que hablan sobre el comportamiento del Policlínico del Olaya; no estoy sumando ni restando responsabilidad a la institución, estoy transmitiendo el dolor de un grupo de personas frente a una necesidad de información que les permita afrontar la muerte de su ser querido.
Una colega me decía en Twitter que debo tener en cuenta, para la evaluación de todo este caso, la tensión y el estrés y hasta el miedo o la ira que maneja el sector salud, lo cual es absolutamente cierto. De igual manera otro colega me cuestionaba sobre los ataques al sector salud que podrían desprenderse de mi trino, lo que sí es preocupante. También por eso borré el primer tuit, pero lo que no se puede concluir es que yo estoy avalando de alguna manera el linchamiento de colegas.
De la información a la acción
El sábado 30 en la mañana después de gestiones y presiones, el Policlínico del Olaya reportó finalmente el examen de la paciente fallecida: negativo para coronavirus. Ya sé que un examen negativo no es absolutamente fiable para decir que la persona no tenía Covid, pero es un elemento más que debe tenerse para efectos del diagnóstico y para efectos de la evaluación de todo el caso.
El manejo del cuerpo no es solamente el manejo de la disposición de un objeto físico, tiene que ver con un ritual que es común a todas las culturas: el de la sepultura; por eso no puede minimizarse la importancia de la comunicación sobre la muerte de una persona sin patologías previas, con solo 30 años, a la que en el curso de menos de 1 mes se le va la vida. Alguien me diría que hay peores casos, pero es que no se trata de un debate estadístico, ni de comparación. Si fuese una persona familiar de nosotros, sería ese suficiente argumento para demandar el derecho a una explicación adecuada.
Por supuesto que los problemas de información en el sector salud van más allá de este caso, tienen que ver con una compleja estructura administrativa que está pendiente no de la atención a seres humanos, sino de la rentabilidad del negocio. Por supuesto que el estrés que manejan los médicos no nace solamente en la pandemia, sino que viene de unas condiciones laborales absolutamente injustas donde el nivel de tercerización es altísimo, y la posibilidad de dedicar el tiempo que merece cada paciente es absolutamente inadecuado.
El conocimiento médico para mí es fundamental, es más, a riesgo de que me apedreen me he alejado siempre de las medicinas alternativas, pero el que alguien posea conocimiento médico no significa, necesariamente, que gestione bien la comunicación con los pacientes o sus familiares. Ni el personal de salud está adecuadamente formado en esas tareas, ni nadie preparado para oír malas noticias. La pregunta central es si el dolor de la familia tiene un espacio en medio de la pandemia y si el derecho a la información de los pacientes es respetado o no.
¿Para qué sirvió mi tuit? Para generar un debate sobre la necesidad de información que necesitan los pacientes y para que algunos colegas plantearan los debates sobre quién es el responsable, por ejemplo, de pagar las autopsias, o de asumir los gastos del curso de los pacientes fallecidos. El acceso a la información permite más justicia con el personal de salud, con la institución de salud y con el paciente.
Alguien me pregunto por qué no contrarrestar esa información con la clínica. Primero, porque la familia estaba en contacto directo con la clínica y la versión que estaba recibiendo colocaba exactamente el punto que yo quiero mostrar: la falta de claridad y de oportunidad en la información. Darle voz a las familias y eso mostrar la otra cara de la moneda no es delito ni deshonestidad.
Claro que caben los matices y disculpas del caso, pero no se trata de disparar al mensajero, sino de mirar que este caso concreto nos enseña muchas cosas de la complejidad de la pandemia. Es mejor, en todo caso, matizar o precisar en el afán de buscar la verdad que quedarnos callados mirando hacia otro lado mientras la crisis crece. Por lo menos, yo así lo creo.