Víctor de Currea-Lugo | 10 de mayo de 2022
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (conocida por sus siglas, OTAN) fundada en 1949, toca a las puertas de Ucrania. Y eso complejiza aún más el análisis de la guerra en curso. Es una guerra internacional que empezó mucho antes de febrero de este año y en la que se juega mucho más que el control del oriente ucraniano.
Un tratado militar
Empecemos por decir que la OTAN es un tratado militar, un acuerdo bélico entre Estados poderosos nacidos en el marco de la Guerra Fría y contra un enemigo que ya no existe: la Unión Soviética.
Según sus propios documentos, la OTAN “promueve valores democráticos y permite que los miembros se consulten y cooperen cuestiones relacionadas con la defensa y la seguridad para solventar problemas, fomentar la confianza y, a largo plazo, evitar conflictos”. A pesar de que se alega la promoción de “valores democráticos”, pues no fue precisamente el respeto a los derechos humanos la inmensa operación de la OTAN en la antigua Yugoslavia.
Y en lo militar, la OTAN según sus propias palabras “tiene un compromiso de resolución pacífica de controversias. Cuando los esfuerzos diplomáticos no dan fruto, la fuerza militar emprende operaciones de gestión de crisis. Estas operaciones se llevan a cabo bajo la cláusula de defensa colectiva del tratado fundacional de la OTAN (Artículo 5 del Tratado de Washington) o por mandato de las Naciones Unidas, por sí sola o en cooperación con otros países y organismos internacionales».
Esta última declaración es aún más peligrosa, porque contradice de plano a la Carta de la ONU sobre el uso de la fuerza, porque no fue una defensa colectiva lo que la llevó a Yugoslavia. Lo que llaman “gestión de crisis” no es para nada diferente a lo que Putin llama a una ocupación “operación militar especial”.
Como respuesta a la creación de la OTAN, el bloque soviético creó el Pacto de Varsovia, otra alianza militar para hacerle contrapeso a la OTAN, en 1955. Este Pacto se disolvió el 1 de julio de 1991, mientras que la OTAN no solo permaneció, sino que pasó de 15 miembros en ese entonces a 30 en 2012.
Existe otra organización, más pequeña: la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), fundada en mayo de 1992, entre seis estados postsoviéticos: Rusia, Armenia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, alegando la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado.
Azerbaiyán y Georgia firmaron también el tratado para ser parte de la OTSC, pero luego se retiraron, como hizo también Uzbekistán. Su cuerpo armado es la Fuerza Colectiva de Reacción Rápida, desplegada en enero de 2022, con motivo de las protestas en Kazajistán
La OTAN, mirando al oriente
Cuando se disolvió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, parte del acuerdo era la no ampliación de la OTAN hacia el oriente, ni siquiera debía desmantelarse sino limitarse a los países que ya eran miembros, para así no representar una amenaza (real o percibida) para los países exsoviéticos.
Parte de la solución estaría en cumplir el compromiso de 1991 así: “En el marco de las negociaciones en el formato Dos más Cuatro, dejamos claro que no expandiríamos la OTAN más allá del Elba. Por lo tanto, no podemos ofrecer a Polonia y a los demás [países de Europa del Este] ser miembros de la OTAN”, dijo Jürgen Chrobog, representante de la República Federal Alemana, “si bien la revista precisa que el diplomático aparentemente confundió el Elba con el río Óder”. Pero los bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia, en la primavera de 1999, cambiaron la perspectiva rusa y empezaron a ver a la OTAN como una amenaza.
La OTAN no solo permaneció, sino que, contrario a lo prometido, se ha consolidado como un mecanismo de absorción de países de Europa del Este, mirando a Ucrania y a Georgia, ambos países en tensiones con Rusia. Vale aclarar que la Unión Europea más allá del euro y de las instituciones burocráticas propias, no tiene una única voz política y mucho menos un brazo militar independiente de los Estados Unidos.
Siempre han dicho que, si las grandes potencias tienen armas nucleares, estas actúan como un factor disuasor para evitar una guerra sin ganadores. Lo mismo (con variaciones) podría aplicarse en el análisis del desarrollo de pactos militares. Pero cuando se ve claramente que un pacto militar crece hasta volverse un monopolio de la fuerza que amenaza a sus vecinos, pues el equilibrio disuasor, en que se basa la estabilidad, se pierde.
El carácter defensivo de la OTAN se diluyó por completo cuando se adentró sin mandato de la ONU y sin que mediara legítima defensa en la guerra que desarmó la antigua Yugoslavia. Esa fue una violación de la Carta de la ONU.
Los números varían según la fuente, pero varios millares murieron (por lo menos 1.200) en los 78 días seguidos de bombardeos. Sobre Yugoslavia (compuesto entonces por Serbia y Montenegro) cayeron más de 9 mil toneladas de bombas, algunas con uranio empobrecido.
La OTAN alegó, como hace ahora Rusia, estar allí ante una limpieza étnica contra la población de Kosovo y para eso se creó toda una narrativa tendiente a hacer creer al mundo que había ya un genocidio en curso.
La OTAN usó la noción de “injerencia humanitaria” para meterse en Kosovo, aunque esa es una figura que no tiene asidero en el derecho internacional. De la misma manera, la fiscal del Tribunal Penal Internacional para Yugoslavia, Carla del Ponte, no abrió siquiera una investigación frente a los presuntos crímenes de la OTAN en Yugoslavia. Es decir, que ese tribunal estudió los crímenes de Serbia, pero no los crímenes contra Serbia.
El daño de la OTAN no fue solo a objetivos militares, que fueron logrados principalmente en los primeros 3 días, sino que afectaron centrales eléctricas, fábricas, acueductos y medios de comunicación; incluso bombardearon la embajada de China en Belgrado. En la operación estuvieron presentes principalmente ejércitos de Alemania, España, Estados Unidos, Francia, Italia y Reino Unido.
Esa guerra no buscaba defender a los albaneses en Kosovo, sino imponer una forma de Gobierno y unas políticas económicas. Fue una jugada imperial de los Estados Unidos y sus aliados. Finalmente, Kosovo fue reconocido como Estado, de manera apresurada gracias a la imposición de las potencias, mientras casos como el de Palestina y Sahara Occidental siguen a la espera.
En las calles de Belgrado
En las calles de Belgrado la gente recuerda. De hecho, se mantienen las ruinas del Ministerio de Defensa que fue atacado por la OTAN, así como el edificio de la Central de Telecomunicaciones del Belgrado. Permanecen destruidos para recordar lo que sucedió aquí. Hay también un par de tumbas simbólicas de dos cuerpos que no han aparecido y una gran lápida donde están los nombres de las personas muertas con un letrero en serbio que pregunta “¿Por qué?”.
Muy cerca a la iglesia de San Marcos hay una estatua de una niña que fue asesinada en los bombardeos de la OTAN. Junto a ella hay un letrero en serbio y en inglés que dice “We were just children” (Nosotros éramos solamente niños); esto recuerda permanentemente los crímenes de guerra cometidos por la OTAN. Nos debe quedar claro que lo que puede hacer la OTAN contra la población civil no es una hipótesis, para los serbios y los que recuerdan la historia es una realidad absoluta.
Serbia no ha olvidado esa agresión de la OTAN, por lo mismo se rehúsa a ser parte de esa alianza militar, una organización que más de velar por la agenda europea de seguridad (claro, sin contar que Rusia es parte de Europa) es una extensión internacional del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.
Aunque el Gobierno serbio ha manifestado su respeto al derecho internacional, mantiene sus fuertes lazos con Rusia, que incluye el suministro de hidrocarburos, además de compartir la religión ortodoxa y la entidad eslava. Por eso muchos consideran que Serbia es la pieza de Rusia en los Balcanes.
Es curioso que la extrema derecha de Serbia apoya a Putin, usando el argumento de la “desnazificación”. Los serbios apoyan a Putin, además, porque el asesinato de civiles por la OTAN sigue estando presente. También por eso, el gobierno serbio no se ha sumado a las sanciones contra Rusia. Mientras que la extrema derecha de otros países europeos apoya a Zelenski, con lo cual se vuelve a evidenciar que es ingenuo tratar de ver bloques ideológicos donde no los hay.
Ese crecimiento de la OTAN es uno de los argumentos en esta guerra de Ucrania, lo mismo que una limpieza étnica en el oriente del país. Sobre el riesgo a la seguridad de Rusia se cita el caso cubano de 1962, cuando Estados Unidos y la entonces Unión Soviética estuvieron a punto de colisionar por el despliegue de misiles en Cuba, a un poco más de 1.800 kilómetros de Washington.
En el caso de un despliegue nuclear en territorio ucraniano, la distancia sería menor. De hecho, de Kiev a Moscú hay un poco más de 730 kilómetros. Pero ese argumento tiene sus matices: Riga, la capital de Letonia que es ya parte de la OTAN, está a solo 918 kilómetros de Moscú. Y desde la frontera, Moscú está alrededor de 620 kilómetros, más cerca que de Kiev a Moscú. Pero es claro que una tensión militar no depende solo del uso de armas nucleares.
Ya Rusia había manifestado por largos años lo que significaba para su seguridad la expansión de la OTAN. Por tanto, aunque para algunos el tema de la OTAN suene a excusa, tanto su crecimiento en países miembros como el recelo de Rusia han ido de la mano por muchos años, lo que no puede desconocerse.
Lo cierto es que en la antigua Yugoslavia la OTAN alegó defender los derechos humanos para violar los derechos humanos, alegó una defensa ante un ataque inexistente para justificar una ocupación, alegó un genocidio para devastar un país a punta de toneladas de bombas. Gracias a la acción de la OTAN quedó claro que el derecho sin la espada cede ante la espada sin derecho.