Víctor de Currea-Lugo | 27 de junio de 2015
Al tiempo que los grupos terroristas crecían, Estados Unidos y Europa seguían y siguen creyendo que reduciendo todo a un problema del islam y proponiendo como solución sus bombardeos ganarían una guerra que se inventaron.
Catorce años después de la pomposa declaratoria de la guerra contra el terror, ésta ha fracasado. Ha sido una guerra sin frente fijo, sin enemigo definido e, incluso, sin respeto alguno por las normas del derecho humanitario. Atentados en Túnez, Francia y Kuwait lo demuestran; así como la contraofensiva del Estado Islámico en Kobane.
Con la excusa del terrorismo se han restringido derechos humanos en Europa y Estados Unidos, se ha bombardeado a civiles en Oriente Medio y se ha perseguido a musulmanes y opositores en todas partes.
La constante inestabilidad en Afganistán, Yemen y Nigeria, para citar sólo tres escenarios, muestra que esta guerra nunca tuvo una propuesta que fuera más allá de la acción militar para enfrentar un fenómeno cuyas raíces, actores y contextos superan con creces la acción armada de una célula durmiente o de un lobo solitario.
Más de una década después del ataque contra las Torres Gemelas, Al Qaeda permanece en el escenario político y militar internacional. Y más allá de su real capacidad militar, su poder simbólico ha permitido el nacimiento de grupos similares en Somalia, Siria, Irak, Pakistán, Filipinas y Yemen, entre otros países.
Tal vez la más cualitativa prueba del fracaso de la estrategia de Estados Unidos y sus aliados europeos ha sido la aparición y consolidación del Daesh, como se conoce en Oriente Medio al llamado Estado Islámico. Este grupo recoge no sólo los aciertos de los grupos terroristas, en términos de consolidación de una propuesta militar con control territorial, sino que además se alimenta de los mismos errores que Occidente cometió en su lucha contra Al Qaeda y que sigue cometiendo.
La impresionante capacidad de reclutamiento de extranjeros por parte del Estado Islámico, el control territorial que ha ganado en Siria e Irak, a lo que se suman sus acciones en Libia, Túnez y Líbano y hasta su capacidad de inspirar ataques en Francia, Australia y Estados Unidos (independientemente de su magnitud), demuestran que el avispero alborotado en 2001 y condimentado con islamofobia ha sido un fracaso.
Una provisional lista de los errores cometidos hasta ahora debería incluir la incapacidad (o falta de voluntad) para entender las diferentes expresiones terroristas y sus causas. Olímpicamente se olvida la exclusión de suníes en Irak, la inexistencia de Estado social en Afganistán, la necesidad de un equilibrio entre las tribus de Yemen, las causas justas de la protesta en Siria, la ilegalización del partido Baaz en Irak, el apoyo internacional al posconflicto en Túnez y Libia, la pasividad frente a regímenes dictatoriales como Egipto y Siria, y las propuestas democratizadoras de las revueltas árabes.
Una respuesta militar
A pesar de esa obvia complejidad, la respuesta liderada por Estados Unidos ha sido exclusivamente militar. Por eso el retroceso talibán de 2001 a 2004 se desaprovechó tanto por la ausencia de planes de desarrollo como por la constante agresión a civiles. En Irak, la ya mencionada persecución a suníes abrió la puerta a un gobierno revanchista que, a la larga, termino favoreciendo al Estado Islámico.
Más allá de los conflictos armados, desde los centros de poder occidentales, las guerras se redujeron (siguiendo la perversa teoría de Mary Kaldor) a un asunto religioso, culpa de una aparente premodernidad musulmana y enraizada en las enseñanzas mismas del Corán. Dicho así, todos los males miraban a La Meca y todas las soluciones vendrían de Washington.
Pero la anterior ecuación tiene una excepción exactamente donde no debía tenerla: Arabia Saudita y las monarquías del golfo Pérsico. Estos países, tanto desde sus gobiernos como grupos privados, han alimentado el terrorismo internacional de dos maneras. La primera, difundiendo el wahabismo (corriente de pensamiento del islam radical) a través de la financiación de mezquitas y madrazas (escuelas coránicas) en países como Nigeria, Somalia y Afganistán, sitios donde precisamente han florecido grupos radicales.
La segunda forma de implicación ha sido el suministro directo de armas a grupos pro Al Qaeda, como en los casos de Siria y de Irak. Arabia Saudita ha hecho de Oriente Medio el escenario de una guerra fría contra Irán a través de terceros. Y Estados Unidos, enemigo de Irán, se hace el de la vista gorda frente a las acciones de Arabia Saudita. Así, este país se ha ido convirtiendo en el mayor peligro para los árabes y para el islam.
Otro socio preferente de Estados Unidos juega un papel similar: Pakistán, base fundamental para las operaciones militares de Estados Unidos en Afganistán, ha sido al mismo tiempo apoyo para Al Qaeda. En su territorio estuvo, parece que durante años, Osama Bin Laden, protegido por las autoridades paquistaníes. A su vez todo indica que hay un muy fuerte apoyo de los servicios de inteligencia de Pakistán a los grupos talibán en Afganistán.
Turquía, por su parte, miembro de la OTAN y candidato a ser parte de la Unión Europea, está involucrado en el apoyo a grupos en Siria, especialmente a grupos filo-Al Qaeda. Incluso, durante la ofensiva militar del Estado Islámico contra la población kurda de Kobane parece que suministró apoyos a aquél al tiempo que impidió cualquier apoyo de los kurdos de Turquía a los kurdos de Siria.
El Daesh, el Estado Islámico, es hoy un peligro más grande que del que se acusó a Sadam Hussein, tiene más territorio y más bases que las logradas por Al Qaeda y los talibán en Afganistán antes de 2001, tiene más adeptos y grupos que han declarado su apoyo que los reclutados por Bin Laden, tiene más capacidad de reclutamiento entre europeos y más células durmientes que lo alguna vez soñado por Al Qaeda.
Al tiempo que los grupos terroristas crecían y se consolidaban nuevas propuestas, Estados Unidos y Europa seguían y siguen creyendo que reduciendo todo a un problema del islam y ofreciendo como solución sus bombardeos ganarían una guerra que se inventaron y que, paradójicamente, como una profecía autocumplida, creó un monstruo del tamaño de sus miedos.
Publicado originalmente en El Espectador:https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/una-profecia-autocumplida-articulo-568909