Víctor de Currea-Lugo | 30 de abril de 2019
Venezuela completa su cuarto mes de agitación política, por lo menos en el último tiempo. Desde el autonombramiento de Juan Guaidó como presidente el 23 de enero, hasta la intentona golpista del 30 de abril, pasando por marchas, apagones, plantones, narrativas humanitarias y conciertos en la frontera. La verdad es que, en resumen, nada de eso ha funcionado. Y ni siquiera por astucia propia del chavismo sino por pura incapacidad de la oposición.
El libreto del gobierno de Maduro es el mismo: hay una arremetida orquestada por el imperialismo, dicen ellos. Y las autoridades han optado por dejar que las gentes protesten sin provocar más violencia, así lo vi por lo menos en las marchas antichavistas recientes de Caracas. Es el mismo estilo de desgastar las guarimbas de 2017 y de no detener a Guaidó a su regreso a Venezuela, sino dejarlo que se desinfle por sí solo.
Esta táctica funciona en parte porque hay un problema de fondo: la legitimidad de Guaidó (y por ende, de toda la oposición hoy en día) está atornillada en agentes externos: la administración Trump, el grupo de Lima, las declaraciones de Iván Duque y de Jair Bolsonaro, las medidas económicas de Estados Unidos y los reconocimientos de una parte de la Unión Europea.
La oposición no logra un discurso movilizador dentro de Venezuela, no tiene unidad, carece de una propuesta que el país conozca y, además, sigue enredada en una pelea de egos e intereses, que la hace imposible crear un frente único. La sociedad que le cree no va a arriesgar simplemente porque algunos líderes, como Corina Machado y Leopoldo López, lo digan, no. Quedo claro que, por el momento, no tienen gasolina para semejante reto.
Además, la acción del 30 de abril no tuvo en cuenta la propia historia venezolana: trataron solo con un pequeño grupo militar, lo que fracasó cual Chávez en 1992; y no tenían la fuerza social para hacerlo desde la sociedad, como sí hizo Chávez en 2002; creyeron que la legitimidad internacional era suficiente y quemaron el último cartucho. Este ciclo de la oposición se ha cerrado y les toca esperar uno nuevo.
Aunque muchos medios echaron mano de un lenguaje triunfalista, de imágenes recicladas, de titulares estrambóticos, de fake news (como la del general José Ornelas Ferreira); lo cierto es que el golpe no se consolidó y el chavismo salió, en cambio, más fortalecido. Ahora al gobierno le importa menos negociar y la oposición quedó en un peor escenario. Trump ya debe estar cansado de las promesas de Guaidó que no han dado resultados concretos.
Así como no se ganan guerras solo con bombardeos extranjeros, tampoco se cambian presidentes solo con declaraciones internacionales. El problema de fondo es que Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Tarek William Saab, independientemente de lo que pensemos de ellos, sí tienen poder y no lo van a soltar simplemente porque haya un grupo pidiéndolo.
Lo que está demostrado es la poca estatura política de la oposición venezolana, y eso no se resuelve desde afuera, ni desde los medios de comunicación. En cambio, más allá de los factores simbólicos y clientelares, el chavismo (a pesar de la situación económica, de la corrupción y del clientelismo) existe: tiene programa, líderes y disciplina. Desconocerlo, como me decía un alto empresario venezolano que entrevisté hace poco en Caracas, es el mayor error que hacen los que leen a Venezuela.
Es difícil explicar cómo a pesar de apagones e hiperinflación, un sector de la sociedad sigue en la calle apoyando a Maduro. Lo otro que no queda claro es si estos fracasos son premeditados o buscados, con el fin de ir llenando un check-list para luego llamar a una intervención internacional.
La famosa frase de Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, “Inventamos o erramos”, sigue siendo vigente en Venezuela, pero más por los errores que por los inventos. Los errores de la oposición se acumulan, pero el chavismo tampoco logra inventar. Más allá de Maduro y de Guaidó, hay un pueblo que necesita una gran dosis de invención para vivir un mundo mejor. Tal vez la mejor manera de acompañar al pueblo venezolano es ayudarle a que invente y, a la vez, indicarle solidariamente los errores.