Víctor de Currea-Lugo | 2 de octubre de 2016
Las encuestas muestran que el 69% de los colombianos quieren que haya un proceso con los elenos. Sin embargo, la decisión del pueblo de decirle No a los acuerdos con las FARC tendrán un duro impacto en la posibilidad de retomar esta negociación.
Hace 187 días, el Gobierno colombiano y el ELN hicieron pública su agenda de negociación en Caracas. El país recibió con prudente alegría la noticia y la anunciada mesa en Quito empezó a ser parte del mapa de la paz. Hoy, esa expectativa raya en el desasosiego, pues ya van más de tres años de acercamientos preliminares para construir la agenda y 25 años desde la primera vez que el ELN habló de una salida negociada.
El país entró en la “pazmanía” y, más allá de las razones del Sí o el No en el plebiscito de ayer, lo que se ve es una idealización del llamado posacuerdo, que no tiene en cuenta (entre otras) dos cosas: la falta de una mesa formal con el ELN y las limitaciones del Acuerdo de La Habana en materia de participación social. De hecho, Pastor Alape, uno de los jefes de las FARC, escribió resaltando que hubiera querido un tipo de participación de la sociedad más directo.
El ELN es diferente y busca un proceso acorde con esto: ir más allá del plebiscito y obtener algo distinto: formas y espacios de democracia directa. En este sentido, se complementa con el proceso de La Habana, lo que permite no partir de cero y hace posible la adopción de algunos mecanismos ya aceptados por las FARC y el Gobierno.
De acuerdo con la agenda Gobierno-ELN, los tres primeros puntos (de seis) están esencialmente basados en la participación. Eso hace el proceso complejo pero no imposible, como algunos sugieren. Las propuestas del ELN se han movido entre la convención nacional y el, ahora invocado, diálogo nacional.
Es decir, su consigna “el pueblo habla, el pueblo manda” tendría cumplimiento en un tipo de ensayo general de democracia. El ELN y el Gobierno saben y entienden que no basta hacer una reunión de sindicalistas, organizaciones populares y minorías para hablar de un diálogo nacional. Se debe reconocer también a los empresarios, militares, uribistas, ganaderos y un largo etcétera.
Esa dinámica necesariamente tiene que ser amplia e incluyente; lo que la hace su fortaleza y su debilidad: fortaleza en la medida en que ofrece un espacio a una multitud de colombianos (incluso a algunos que no se sintieron representados en el proceso de La Habana) y debilidad porque la ingeniería de tal modelo sería un desafío organizacional para las partes en la mesa y para la sociedad.
El ELN cuestiona así a la institucionalidad establecida: no es el Legislativo —el ágora oficial— el espacio de la democracia, sino la plaza (por ponerle un nombre). Eso mismo hizo La Habana. Y estos dos cuestionamientos no son mérito de la insurgencia, sino fruto de la crisis de legitimidad del Estado.
El problema es que la legitimidad del ELN tampoco es alta. No por sus banderas (que no son conocidas entre el grueso de la población), sino porque sus acciones, especialmente el secuestro, le generan una imagen negativa; tema éste sobre el que la mesa preliminar está buscando fórmulas para avanzar.
A pesar de lo anterior, 69% de los colombianos quieren que haya un proceso con los elenos; hay conciencia de que en algunas regiones la implementación de La Habana dependería del ELN; y hay una sensación generalizada de extender la dinámica de negociación y paz a otros actores armados.
En varias entrevistas con el ELN he constatado su creciente reconocimiento al peso político del proceso de La Habana. Lo cierto es que, definido el plebiscito, con un triunfo del No sobre el Sí, ello no puede ser desconocido ni por el ELN ni por el Gobierno. Hay dos gestos que cuentan: la libertad de voto reconocida por esa guerrilla a sus simpatizantes y la tregua unilateral declarada para no afectar el proceso. Era de esperarse que el ELN no se sumara acríticamente al Sí, pues ello habría sido la negación de la necesidad de su propio proceso; pero tampoco se va lanza en ristre contra el Acuerdo de paz.
El ELN y el Gobierno deberán leer no solo los números del plebiscito. Sin duda, el ELN y el Gobierno tienen voluntad política de negociar, pero eso no es suficiente, se requieren certezas de paz. Los palos a la rueda de la negociación siempre han estado y estarán, y parece que las partes saben qué hacer pasado mañana pero no saben qué hacer mañana.
Hoy, las delegaciones siguen sentadas discutiendo cómo superar los impasses, los canales se mantienen y las propuestas se están concretando: es decir, la negociación, sin embargo, se mueve. Pasado el plebiscito, esperamos la formalización de la mesa pública.
Urgen nuevos mecanismos de comunicación a la sociedad. Si el ELN, por su parte, no le habla a la sociedad, ésta seguirá alimentando el rumor de la división interna, del fracaso de la paz con los elenos, de una agenda maximalista y de una supuesta falta de voluntad política.
Posdata: La negociación debería empezar por el punto 5F de la agenda: (acciones y dinámicas humanitarias), donde se incluye el tema del secuestro, no solo por razones de legitimidad sino por razones éticas; hacer el punto 5F el punto 1A sería un mensaje a las víctimas y a los que desde la academia y la sociedad estamos listos a acompañar ese proceso.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/politica/y-donde-esta-mesa-gobierno-eln-articulo-658144