Víctor de Currea-Lugo | 28 de agosto de 2021
Las imágenes de la retirada de Afganistán de las fuerzas estadounidenses impactaron al mundo y fueron la foto de portada de la mayoría de los medios. Tras cumplirse veinte años de la invasión decidida por George W. Bush luego del atentado contra las Torres Gemelas, Estados Unidos deja el país en lo que parece una huida desesperada y los talibán vuelven a tomar el control.
Para entender qué pasó y qué puede pasar en Afganistán, Contexto dialogó con Víctor de Currea-Lugo, reconocido académico y analista internacional, autor, entre otros libros, de El Estado Islámico y Las revueltas árabes: notas de viaje.
¿Qué implica la retirada de Estados Unidos de Afganistán y que el país vuelva a estar bajo el control de los talibán?
La salida de Estados Unidos significa el fracaso de una operación militar de veinte años que no entendió ni leyó la particularidad cultural-política de Afganistán, que no contribuyó a su desarrollo y que intentó imponer de una manera ridícula eso que llamamos democracia. Es muy complicado reducir la democracia a un voto, pero, además, es aún más patético si pensamos en el índice de analfabetismo, con lo que el ejercicio real de la democracia queda corto.
Por otro lado, el Parlamento, que fue creado, tiene mucha influencia de los antiguos señores de la guerra, y los niveles de corrupción son preocupantes. Es decir, tenemos unas élites locales que no corresponden con la realidad del país, alimentadas y apoyadas por una comunidad internacional basada fundamentalmente en lo militar, y una economía basada en la ocupación o en el opio. Todo ello representa una cadena de errores que hacen de esto un gran fracaso.
¿Qué han dejado todos estos años de guerra y presencia de las fuerzas estadounidenses en Afganistán?
La presencia de Estados Unidos y de sus aliados en Afganistán dejan solo una cosa positiva: el acceso de las niñas y las mujeres en general a la educación. Más de 3,5 millones de niñas volvieron a la educación. La reapertura de espacios laborales, educativos y sociales para las mujeres.
Salvo ello, lo que dejan es una falta de infraestructura, un aumento de la violación de derechos humanos, un régimen clientelar y corrupto, un modelo de administración absolutamente neoliberal y un estancamiento del país.
¿Cómo quedan posicionadas las distintas fuerzas políticas al interior del país? ¿Es posible que lleguen a acuerdos y que la violencia cese?
La fuerza mayoritaria de la situación política afgana está en manos de los talibán, un grupo de líderes dentro de los que se encuentra, por ejemplo, el hijo del Mulá Omar (fundador de los talibán); está también el que fue negociador con Estados Unidos, en Doha, donde se garantizó la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán; y algunos dirigentes religiosos. Ese equipo de personas es el que ahora, de manera homogénea y vertical, llevará las riendas del Estado afgano.
No se ve ahí la posibilidad de una diversidad política o religiosa, a pesar de los anuncios que hacen los talibán. Ellos anuncian la conformación de un proyecto llamado el Emirato de Afganistán, que tiene muchos elementos comunes con el Estado Islámico, que se desarrolló entre los territorios de Siria e Irak, aunque también difiere de él.
Lo fundamental es entender que ahí hay una lectura perversa y retorcida del Corán que se refleja en una experiencia que el mundo ya conoce porque fue aplicada entre 1996 y 2001 en esos territorios, y que es difícil imaginarse un grupo talibán moderado o respetuoso de los derechos humanos.
¿Qué se puede esperar de aquí en adelante en Afganistán y qué rol jugará ese país en el tablero geopolítico de la región?
Afganistán tuvo una importancia geopolítica como «país tapón» en las guerras entre el imperio ruso y el imperio británico en el siglo XIX. En el siglo XX volvió a jugar como país tapón en la guerra en el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Salvo ese papel, no posee ni los recursos minerales ni una ubicación estratégica que lo vuelva importante. Es más probable que tome un camino similar al de Somalia o Haití, es decir, países nominalmente respaldados por la comunidad internacional pero realmente abandonados a su suerte, con una economía precaria basadas en actividades irregulares; en el caso de Afganistán, la producción de opio. Mientras no salpique con sus acciones a la comunidad internacional y no moleste a los grandes poderes, en Afganistán puede perpetuarse una situación crónica de injusticia sin que haya reacción de la comunidad internacional.
Difundido en: Diario Contexto