Víctor de Currea-Lugo | 2 de mayo de 2022
Todos utilizamos lo jurídico, aunque sea para denigrarlo; todavía no lo hemos botado al cesto de basura y si lo hemos hecho todavía lo vemos con ganas de volverlo a sacar para ponerlo de nuevo en el estante junto a los libros, aunque tengamos dudas de si lo ponemos en la sección de ciencia o en la de ficción. Así nos pasa también en la guerra de Ucrania.
En todo caso, lo interesante es que en la guerra todos echan mano de las categorías jurídicas. El lado ucraniano habla con razón de la ocupación que se produce por parte de Rusia. Y nociones como el derecho internacional humanitario, la protección a los refugiados, los derechos humanos, el derecho a la resistencia, aparecen en la discusión política.
Supongamos, solo supongamos, que todos estamos de acuerdo con que el derecho internacional tiene algo que decir en todo esto o aceptemos, por lo menos para el momento, que sus categorías son válidas para el debate político.
Metámonos entonces en el derecho a la guerra, en el derecho en la guerra, en el genocidio, en los crímenes contra personas civiles, en el uso de armas prohibidas y un largo etcétera. Empecemos por recordar que hemos reconocido como comunidad internacional, cualquier cosa que sea eso, que la guerra está prohibida pero que existe el derecho a la acción internacional militar y que esta solo puede ser autorizada por las Naciones Unidas, más exactamente por el Consejo de Seguridad.
Así mismo, se establecen dentro de la guerra unas categorías que podríamos dar por válidas y unos límites a dichas categorías. Por ejemplo, el crimen de agresión no es la legítima defensa, jurídicamente hablando. Es decir, tomar las armas y agredir a otro país es un delito.
El crimen de agresión
Vale precisar que un crimen de agresión es cuando un país o un grupo de países de manera unilateral deciden atacar o invadir a otro. Es un crimen de agresión cuando Somalia atacó a Etiopía en 1977 y alegó para justificarse la protección de la comunidad de Ogaden, somalíes ubicados en el oriente de Etiopía. También fue un crimen de agresión cuando Estados Unidos invadió a Irak en el año 2003.
Sin embargo, nada de lo anterior hace menos grave el hecho de que el 24 de febrero de 2022, Rusia hubiera decidido invadir Ucrania. Podemos incluso llamar a la ocupación “operación militar especial” o como queramos, echar mano de otros argumentos, como lo hizo Sadam Hussein cuando invadió Kuwait diciendo que era parte de su territorio, como hizo Estados Unidos diciendo que había armas de destrucción masiva en Irak, como lo hizo Somalia diciendo que simplemente quería defender a su propia población o recuperar su grandeza como la gran Somalia.
Independientemente de cualquier otro argumento, razón o excusa que se esgrime, lo cierto es que estamos ante un crimen de agresión que se concreta en una ocupación militar por parte de la Federación Rusa. Lo que no podemos es hablar de que hay ocupaciones buenas y ocupaciones malas. Sería imposible que nosotros aleguemos la defensa de la soberanía, por ejemplo, de Venezuela, pero aplaudamos la ruptura de la soberanía de Ucrania.
El derecho a la resistencia
En contraprestación a la agresión, existe el derecho a la resistencia, lo hemos defendido (por lo menos yo lo he hecho) cuando los partisanos franceses se atrincheraron para pelear contra la ocupación nazi no solo en París sino en toda Francia.
Así mismo, los palestinos se han defendido de la ocupación de Israel y sus acciones de resistencia son cien por ciento válidas a la luz del derecho internacional (aclaro que es necesario distinguir las acciones de resistencia del terrorismo).
Si somos coherentes y sin hacer valoraciones sobre víctimas justas o injustas, población civil “inocente o culpable”, como suelen hacer algunos, sino reconociendo que simplemente son un pueblo con derecho a resistir, como el de Palestina. Inevitablemente, por simple coherencia nos toca aceptar, así algunos no lo quieran, que los ucranianos tienen derecho a la resistencia. Más allá de si son los buenos o los malos, más allá de otras consideraciones o de los matices o de las otras cosas que se le quieran acuñar.
Crímenes de guerra en Ucrania
De seguro se están cometiendo crímenes de guerra y eso lo afirmo no porque tenga la certeza de haberlos visto frente a mí, sino porque, conociendo la naturaleza humana, me resulta improbable pensar que no se hayan cometido tales crímenes.
Hay reportes de ataques a civiles, de ataques a instalaciones de salud, de violencia sexual, de desplazamiento forzado y de muchas de las prácticas explícitamente prohibidas en las normas internacionales.
Ahora, el que haya cometido crímenes de guerra una parte no lleva a que la otra sea menos responsable. O el que haya cometido más crímenes que otro tampoco los absuelve. Lo interesante es la necesidad urgente de que eso tenga una veeduría internacional, que haya ONG, trabajadores humanitarios, tribunales, observadores, activistas por la paz y todo el que pueda y quiera dar cuenta de la verdad.
El problema está en que desde el derecho se establecen las categorías, pero el derecho internacional “no tiene patas” para ir a las regiones del país. El derecho internacional humanitario (DIH) es un instrumento para las personas y son estas las que deciden qué hacer con él.
Crímenes de lesa humanidad
La violación de derechos humanos por parte de tropas rusas en Chechenia no permite pensar que su actuación en Ucrania sea diferente. De igual manera, las restricciones impuestas por Moscú tanto a la ayuda humanitaria como a la prensa internacional hacen pensar que las mismas dinámicas pueden estarse dando en la zona de Donbass, al oriente de Ucrania.
Por supuesto, no se puede suponer que no haya crímenes por parte de las tropas ucranianas o que correspondan solo a casos aislados. Por ejemplo, según el New York Times, Ucrania habría usado bombas de racimo. En tal caso, la adquisición de tales municiones no es fruto de la voluntad de un individuo sino una política de Estado.
Genocidio
Esta es una de las palabras más manoseadas en el derecho y en la guerra, por varias razones, primero por ignorancia de la definición y el intento de convertir toda masacre en genocidio, segundo porque el mundo ya está tan acostumbrado a que hablen de crímenes de guerra que parece que solo se conmueve si se habla de genocidio.
Putin usó esa palabra para definir el tipo de prácticas del Gobierno de Ucrania en la zona del oriente del país, así mismo la usó Joe Biden para referirse a la ocupación rusa en curso. Es más, algunos países, como España y Polonia, se han sumado a dicha definición, ante la masacre de Bucha, en las afueras de Kiev.
Esa palabra es delicada, pero la usamos casi que con total impunidad y vamos a terminar desgastándola o, peor aún, sin que genere la acción internacional a que haya lugar de comprobarse su aplicación en un contexto dado. El mundo, por ejemplo, no hizo mayor cosa sobre los genocidios de Ruanda y de Darfur, a pesar de ser conocidos.
Otro problema que, aunque no es jurídico, no me aguanto las ganas de mencionarlo desde ya, es el de la comparación. Cada vez que uno dice algo relacionado con la situación del occidente de Ucrania le dicen que tiene que ir al oriente, pero en el oriente se podría decir lo mismo. Cada vez que uno menciona la agresión rusa, le sacan la lista de agresiones de Estados Unidos, como si acaso el dolor de una víctima pudiera resolverse citando a las víctimas de Afganistán o las de Siria.
No, no se trata de esa loca carrera en la que se pretende imponer que el menor de los victimarios deja de serlo para volverse víctima. Por ahí no va el derecho. Hay un egoísmo de la victimización, pero hay, peor aún, un egoísmo jurídico con el que se aplica el derecho ni siquiera por parte del vencedor, sino de acuerdo con los que me caen bien.
No estamos frente al derecho del vencedor sobre el cual ya ha corrido tanta tinta, sino sobre el uso instrumental, en el que el derecho deja de ser derecho para volverse un arma arrojadiza. Este fracaso de la universalidad del derecho es otro de los triunfos colaterales de relativismo y de la posmodernidad que tanto aplauden las sociedades polarizadas.
Claro que el pecado de fondo es otro: es creer que el mundo está regulado por relaciones entre iguales, lo que no es cierto. El mundo es una pelea entre imperios para los cuales no está hecho el derecho internacional.