Víctor de Currea-Lugo | 17 de septiembre de 2024
El sionismo ofreció un hogar seguro a los judíos, un sitio donde descansar de la persecución de los romanos, la Inquisición, los pogromos y de los zares. Pero esa construcción de una nación judía es la paradoja suicida del sionismo.
Claro, alguien podría decirme que los judíos del siglo XXI no tienen nada que ver con los capturados por Nabucodonosor ni con el pueblo de Israel que menciona la Biblia; pero aplacemos ese debate, solo en aras de la discusión.
El primer congreso sionista de 1897 propuso “un hogar para el pueblo judío en Palestina garantizado por el derecho público”. Veinte años después se sumó el apoyo británico, a través de la famosa Declaración de Balfour: “El Gobierno de Su Majestad (la Corona de Reino Unido) contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío…”
La voluntad sionista y su apoyo internacional hicieron posible una migración de judíos desde finales del siglo XIX hacia Palestina, mucho antes de Hitler y de la Segunda Guerra Mundial; y mucho después de las cruzadas y de Babilonia.
Esos judíos llegaron a Palestina como víctimas (antes del Holocausto), después de 1945 se establecieron como parte de una supuesta “reparación” por el Holocausto (aunque los palestinos no fueron responsables del genocidio nazi) y, posteriormente, se erigieron como victimarios.
Hubiera sido sencillo otro camino: que los Estados de Europa les hubieran garantizado a los judíos el disfrute pleno de los derechos humanos. No sé quién dijo eso de «nada a los judíos en cuanto judíos, todo a los judíos en cuanto ciudadanos», pero a mí me suena y mucho.
Otro escenario igualmente sencillo: hubiera bastado con que los judíos recién llegados hubieran respetado a los locales, a los palestinos; haber llegado como visitantes amistosos y no como colonos con vocación de superioridad. Pero esos judíos repitieron y repiten los mismos errores de otros procesos colonizadores, como lo hicieron los holandeses en Sudáfrica, los franceses en Argelia y los portugueses en Angola.
No podían actuar de manera diferente por una sola razón: son sionistas. ¿Y qué es ser sionista? Es pujar por una patria solo para judíos en territorio palestino. Eso implica, por lo menos, dos tareas: excluir a los no-judíos y «limpiar el territorio». Por eso el régimen israelí es colonialista, excluyente y expansionista.
Por eso el apartheid contra los palestinos, la limpieza étnica y el genocidio no son «consecuencias no deseadas», sino tareas indispensables para realizar el sueño sionista. Pero el sionismo tiene su veneno intrínseco (algo así como lo que decía Marx del capitalismo). Los colectivos que no se pueden ver como iguales tienen dos opciones: ser víctimas o ser victimarios (y aspiro a que esta frase se lea sin retorcimientos).
La seguridad pensada desde el sionismo no es la seguridad humana, sino la que deriva de la fuerza. Cuando vivía en Jerusalén lo viví, el sionismo repite a Ariel Sharon cuando éste decía: lo que no se puede hacer por medio de la fuerza, se hace con más fuerza.
Israel comete, con variaciones, el mismo error de creer que las guerras son solo un asunto militar. Parecen maoístas, «la verdad está en la boca del fusil». Claro, todo eso se les devuelve como un bumerán; y, a la par, su narrativa de la eterna víctima se desgasta ante la realidad.
Este genocidio ha desenmascarado a académicos y a periodistas, muestra la cara real de los sionistas de todas las pelambres. Es como la historia del escorpión y la rana. Israel no puede negar su esencia, por más que lo intente. Por eso no puede haber sionistas progres ni mucho menos de izquierda.
¿Y si el sionismo pierde?
Este genocidio ha cometido en estos meses los mismos crímenes que en las últimas décadas. ¿Qué varió? Que los palestinos pusieron de nuevo su causa en la agenda mundial. Claro, a un precio muy elevado: miles de muertos. Lo cierto es que ya los venían masacrando en cómodas cuotas mensuales y ante el silencio del mundo.
Ahora Israel está incendiado: su puerto de Eliat en el sur está paralizado; su fuerza productiva, volcada en la guerra; el norte, improductivo, muy golpeado y con su población huyendo. ¿Por qué huyen? Cientos de miles salen de Israel y, según fuentes israelíes, la inmensa mayoría (un 80%) no volvería. Huyen porque el sionismo recogió lo que sembró.
Israel fracasó como proyecto sionista al ser, por su propia naturaleza, incapaz de ofrecer un Estado seguro. Y así mismo está fracasando la prensa sionista, la academia sionista y la “izquierda sionista”.
Suelo decir que cuando un gobierno, el que sea, pierde una guerra, no solo pierde una guerra. Y esto aplica a Israel. Cuando los árabes perdieron las guerras de 1948, 1967 y 1973, perdieron no solo batallas, sino que sepultaron el sueño de la Nación Árabe. Cuando Israel se vio a gatas contra Hizbollah en 2006, quedó claro que no era invencible.
A diferencia del conflicto de Ucrania que se resolverá en una mesa, muchas cosas apuntan a que la ocupación Palestina se definirá en un campo de batalla; y no por terquedad de Palestina, sino por la soberbia de Israel.
Después de más de 40.000 muertos, Israel no ha logrado siquiera ocupar la ciudad de Gaza; no ha logrado frenar los cohetes de la resistencia, ha perdido en la guerra mediática ante los pueblos del mundo (los gobiernos son otra cosa) y su economía muestra que va cuesta abajo en la rodada.
El genocidio nazi contra gitanos, negros, judíos, migrantes y otras minorías significó el fin del Tercer Reich. Claro, el proyecto nazi era imposible sin un genocidio y esa fue su tumba. Los jemeres rojos de Camboya dejaron cientos de miles de muertos, pero ese genocidio determinó la entrada de los comunistas vietnamitas para detener la matanza y eso significó el fin del régimen de Pol Pot.
El gobierno hutu de Ruanda dirigió un genocidio contra los tutsis. Cientos de miles de personas fueron asesinadas a machete. Eso significó la salida, hasta el día de hoy, de los hutus del poder político.
Ya sé que no todos los genocidios han tenido ese mismo final, pero en el siglo XXI es difícil pensar que un crimen de esos escape a esa tendencia. El problema del sionismo es que perder la guerra y detener el genocidio termina siendo tan suicida como seguir perpetrando la matanza.
Lo que se avecina podría ser no solo la derrota militar en Gaza, derrota al no ser capaz de ganar (donde Israel está empantanado), el error de ampliar la guerra con Hizbollah y el aumento de la crisis económica. Podríamos estar ante el final del sionismo como propuesta política.
El sionismo no es el invencible poder militar que nos dijeron, ni la figura detrás de la «única democracia de Oriente Medio», ni la solución a la judeofobia. El sionismo es una medusa que ahora se mira al espejo. De hecho, Israel ya hubiera perdido sin la ayuda incondicional y cómplice de Estados Unidos.
Esa es la paradoja del sionismo: tener un país en pie de guerra para ofrecer la paz, chantajear al mundo en nombre de sus derechos para violar los derechos humanos de otros, erigirse superior moral como palma para caer como coco. Creo que ya (casi) se aplica lo que dice la ranchera: el sionismo ya está muerto, no más no le han avisado.