Víctor de Currea-Lugo | 31 de enero de 2017
Decía Pablo Beltrán, jefe de la delegación del ELN en Quito, que para ellos ese proceso implica tres negociaciones: la que hace con el gobierno colombiano, la que hacen dentro del mismo equipo de la Delegación y la que hacen al interior del ELN. A esto podría agregarse una cuarta negociación (o por lo menos un diálogo informal y casi siempre epistolar) entre los elenos y una parte de la sociedad colombiana.
Eso demuestra varias cosas, entre ellas la complejidad de un proceso negociador. Pero esa realidad se hace aún más problemática cuando no se atienden todos los frentes de diálogo con igual cuidado y rapidez, y eso creo que es la razón de la crisis de la Mesa de Quito.
No se trata pues, solamente, de remendar rápido y de manera más o menos decorosa la Mesa, no. Se trata de que se mantenga por algo más que un par de meses hasta la nueva crisis. No es fácil acompañar un proceso donde la palabra más relevante es: incertidumbre.
Ya los diálogos entre el ELN y el gobierno han tenido tres realidades muy difíciles de lograr: una agenda, una Mesa y un cese; pero eso que hubiera sido más que suficiente hace un año, no lo es hoy en día. El gobierno también ha contribuido a que ese balance no sea el mejor, especialmente al imponer dobles raseros en el Mecanismo de Verificación del cese y faltar a sus compromisos.
Por su parte, los diálogos al interior del equipo negociador del ELN son complejos pero fraternos, por lo que estoy convencido que los delegados, aunque con matices, hablan un mismo idioma. Incluso, con la llegada de Gustavo Bell, creo que la Delegación del gobierno podría lograr la unidad discursiva que no existía en 2017. El problema, a mi juicio, radica en otro escenario: el diálogo interno dentro de las diferentes estructuras del ELN.
Contrario a lo que la inmensa mayoría de opinadores sostiene, creo que el ELN está unido y eso, hoy por hoy, no es una cualidad sino un problema. Me explico: la unidad que tanto las he costado es una ganancia histórica que no quieren perder y, en aras de preservarla, son “asamablearios” al extremo, lentos para tomar decisiones, demorados en hablarle al país y, digamos, más que tolerantes con las diferentes tendencias.
La unidad no puede convertirse en un fetiche, máxime cuando la experiencia histórica ha demostrado que todo proceso de negociación lleva, inevitablemente, a que haya rupturas en la parte rebelde. Ser consciente de eso, de que el ELN tarde o temprano, tendrá que mirarse en el espejo de sus contradicciones internas es parte del proceso. Pero eso sólo lo pueden hacer ellos mismos, y en el momento que lo decidan. Ahí los demás solo podemos esperar. Esto no es un llamado a que se fraccionen, es una invitación al autoanálisis.
Y el cuarto diálogo mencionado, entre el ELN y la sociedad, tiene como dificultad no sintonizarse con el país real, urbano y de clase media. No se trata solo de hablarle al puñado de organizaciones y personas que acompañamos esa Mesa (porque no es más, así duela), sino al país, ese que sueñan los elenos cuando hablan de cosas como la Convención Nacional, el gran Diálogo Nacional y la participación aprobada en la agenda.
La participación de la sociedad en la Mesa es la gran cualidad y, a la vez, el gran defecto: descentra el debate sobre el futuro de la paz, de los actores armados a la sociedad; pero presupone algo que no existe: una gran sociedad movilizada a favor de la paz. Al colocar la esperanza en algo inexistente, la Mesa se hace trampa.
En otras palabras, ese diálogo Mesa – Sociedad tiene un grave pecado original: presupone una sociedad a favor de la paz, robusta, convencida, ideal, que no existe. Hay la sociedad que hay y no más. Y esa es la misma que le ha pedido varias cosas al ELN sin que esa organización rebelde escuche. Yo me pregunto: ¿quién le hablará al oído a la comandancia del ELN que no hace parte de la Delegación de Diálogos? Porque tengo la impresión que les están diciendo mentiras.
La Mesa hay que salvarla, pero no desde la formalidad de volverse a sentar para caer en pocas semanas en otra crisis, porque el gobierno incumplió, porque se enfrascaron en un término jurídico, porque hubo otro atentado mortal, porque sigue la muerte de líderes sociales, no. Hay que salvar la Mesa desde el reposicionamiento de las partes.
Gustavo Bell tiene el reto de convencer con audacia al ELN de que esta vez no será un desfile de discursos (en dos monólogos simultáneos que no hacen un diálogo) y el ELN en dar los debates internos necesarios, renunciando a la ambigüedad discursiva que tanto daño le hace.
Es decir, la Mesa se salva si las partes son claras, si hablan de cara al país, si cumplen lo pactado, si renuncian a la palabrería y se centran en agendas prácticas, si dinamizan la participación, si entienden el costo político para la Mesa de cada acto de guerra. Algunos ciudadanos, que hemos tratado de empujar este proceso, estamos cansados. No queremos más respuestas puntuales de las partes a las crisis, queremos ver avances. La Mesa se salva si las dos partes entienden el momento político, pero eso parece que es pedirle peras al olmo.