Víctor de Currea-Lugo | 16 de diciembre de 2024
No hay consenso sobre cómo calificar a los grupos armados pro al-Qaeda, ya sean los talibán, el Daesh (también llamado ISIS o Estado Islámico), Boko Haram o el HTS de Siria. ¿Rebeldes o terroristas? ¿Es suficiente una palabra?
Unos los llaman terroristas, pero su carácter es más complejo; no solo buscan sembrar terror, sino hacerse con el poder político. Terrorista denota sus métodos, no sus agendas. Claro, los que los apoyan los definen como rebeldes, cuestionando la legitimidad del poder contra el que pelean.
Existe también la tendencia a negar que un grupo armado tenga agenda política cuando dicha agenda no la compartimos. Si la política es una propuesta para administrar la polis, entonces los talibán (por ejemplo), sí la tienen. Además, no hay un consenso sobre qué es exactamente «terrorismo».
Y pasa lo mismo con categorías como rebelde o freedom fighter (luchadores por la libertad), las cuales no corresponden a una descripción, sino a una valoración política del sujeto, con lo cual quien para uno es un rebelde, para otro es un terrorista. Es decir, son palabras que han ido perdiendo su significado.
La noción de paramilitar describe su vínculo con la institucionalidad armada de un Estado (Colombia, Sudán). La de guerrillero es más propia de América Latina, mientras en África se usa más la palabra rebelde.
Otras palabras como separatistas, por ejemplo, son más específicas de la agenda que tienes ciertos grupos, así como cuando decimos secesionistas, federalistas o unionistas, pero esa descripción califica más sus fines políticos, mientras la palabra terrorista califica los métodos.
La noción de resistencia ha estado asociada a los grupos armados que se defienden de la ocupación de su territorio, por parte de otro país, como fue el caso de la resistencia europea; pero en Oriente Medio, este concepto engloba no solo la lucha armada (como la palestina), sino también la preservación de la cultura y la historia.
Un figura jurídica es la de combatiente. Se refiere a los que participan de los actos de guerra, de las hostilidades. Es neutra, solo describe. El problema es que, con la juridifcación de los conflictos armados, los revolucionarios quedaron reducidos a combatientes, como si sólo fueran guerreros y no también sujetos con una agenda política.
La noción de mercenario corresponde a quienes participan de un conflicto, no por identidad ideológica, sino por motivos de lucro (así lo define el CICR). Pero, mediáticamente, se usa la expresión para todo el que pelea en suelo extranjero.
Vale añadir que, según el Derecho Internacional Humanitario (DIH), los mercenarios no son considerados combatientes y, por tanto, al ser capturados no tienen los derechos de los prisioneros de guerra.
En otros casos, la pertenencia étnica de un grupo prima sobre su carácter armado, como cuando decimos simplemente tutsis, kurdos, tamiles, en referencia a milicias compuestas por personas de estas etnias. Esto no implica que no haya diferencia entre civiles y combatientes en esas comunidades, sino que se subraya su carácter étnico, antes que armado.
Rebeldes y terroristas, con el Corán en la mano
En cuanto a grupos de musulmanes en armas, vale precisar que la guerra es permitida en el Corán cuando es defensiva, para proteger a la umma (la comunidad musulmana). Pero en el mismo Corán está prohibido imponer la fe por medio de la fuerza.
Esa umma no está limitada por las fronteras internacionales y, por tanto, el llamado a pelear en tierras extranjeras para proteger la umma no es, en ese sentido, pelear una guerra ajena, sino una guerra propia.
Con la aparición de grupos como los talibán (palabra plural que significa «los estudiantes») y la proliferación de muchos grupos armados en comunidades de mayoría musulmana, nació también de debate de cómo llamarlos.
Entre musulmanes, los contrarios a veces se tildan de takfiri, que es el que acusa a otro musulmán de ser incrédulo, falso musulmán, de apóstata. Esa idea de «yo soy el verdadero musulmán» y el otro es un «infiel» es uno de los argumentos de, por ejemplo, el Estado Islámico, para perseguir otros musulmanes.
Los académicos han optado por distinguir dos palabras islámico como adjetivo para mencionar lo perteneciente o relativo al islam, e islamista para hablar del «ismo» radical fanático. Esas dos palabras existen en inglés y español, no así en árabe.
Recurrir a palabras como jihadista es parte de la tradición occidental que traduce «jihad» como guerra y no como «esfuerzo». Todo musulmán hace el jihad: se esfuerza por ser mejor persona para agradar a Allah. Algunos utilizan la palabra «jihadismo» para hablar del islam radical.
Muyahadin (plural) o muyahid (singular) es el que hace el jihad, por lo que sigue siendo esta una expresión resbalosa, si traducimos jihad de mala manera. En el sentido del esfuerzo ser considerado muyahid es un título honorífico, pero que hoy ha sido demonizado en Occidente.
La palabra Fedayín que traduce «los que se sacrifican» es un término usado de manera más específica para los combatientes palestinos; pero su origen viene de la Edad Media. También hubo fedayines iraníes y egipcios.
Salafistas es otra opción, pero la gente no entiende fácilmente lo que reivindican los que quieren volver a la época de los «salaf» (las primeras generaciones de musulmanes); es decir, una práctica musulmana que busca volver al pasado.
Solución: partamos del deseo (o de la buena fe) de querer entender a qué nos referimos, enseñémonos y corrijámonos de buena gana. Evitemos la trampa (tan colombiana) de reducir tan complicado debate a un problema solamente semántico; pero eso es pedir mucho.
Lo que se impone, tristemente es descartar al otro y salir, diccionario en mano, a dar cátedra con muy mala leche; reducir todo a comas y tildes es perverso. No calificamos desde la realidad, sino desde la víscera, desde el odio y desde la ignorancia. Fin del comunicado.