Víctor de Currea-Lugo | 15 de junio de 2018
Aunque nadie sabe exactamente cuántos son, oscilan entre un millón y tres millones. Casi no salen en la prensa, son anónimos aún en la que un día fue su patria: Birmania. Son una minoría perseguida por las autoridades y satanizada hasta por los budistas. Son, además, una comunidad partida en dos: una parte asentada desde hace siglos al occidente de Birmania y otra mitad viviendo en el exilio en Tailandia, Malasia y Bangladesh.
La violencia en su contra empezó en 1942, cuando sus centros religiosos fueron atacados y miles huyeron de sus casas. Lo peor vino en 1990, cuando hicieron efectiva la “Ley de Ciudadanía Birmana” de 1982, que los volvía apátridas, dejándolos expuestos a extorsiones, impuestos arbitrarios, la destrucción de sus casas, la confiscación de tierras, la prohibición de usar su lengua y el sometimiento a trabajos en campos militares y en construcción de carreteras.
Los impuestos de matrimonio les son imposibles de pagar, y quedar en embarazo sin estar casada es un delito que se paga con cárcel, así como tener más de dos hijos. Esto hace que haya un número considerable de niños no registrados y un alto índice de abortos. En las noches, el ejército visita sus casas y manosea a las mujeres con el pretexto de “mirar si están embarazadas”.
Menos del 40% de los niños asiste a la escuela y el analfabetismo asciende al 80%. En sus tierras están obligados a construir “villas modelo”, barrios para otros, especialmente para budistas. Uno de ellos me decía en Birmania: “No hay ley para nosotros, ellos (en referencia a las autoridades que los controlan) pueden hacer lo que quieran; piden y nosotros damos lo que pidan, sin derecho a preguntar por qué”.
Desde 1991 buscan refugio, especialmente en Bangladesh. Allí miles se apiñan en la región fronteriza, sin más cobijo que lo que llevan consigo y la muy poca ayuda de la ONU, tan poca que raya en la vergüenza.
Otros se han ido aventurando en botes hasta las costas de Tailandia, Indonesia y Malasia. En diciembre de 2008, un grupo de botes que alcanzó las costas tailandesas fue interceptado por el ejército y abandonado en alta mar con víveres para un día. Algunos que lograron evadir a las autoridades fueron procesados por el delito de ingreso ilegal al país.
¿Genocidio contra los rohingya?
El racismo contra los rohingya es mucho más que unas ciertas medidas de control; es un conjunto de prácticas jurídicamente calificables como apartheid y genocidio. A pesar de esta realidad, como los países de llegada no son firmantes de la Convención sobre los Refugiados, alegan que no tienen ningún deber para con ellos.
Birmania dice que no persigue minorías, que las noticias sobre el tema son fabricadas. La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático ha propuesto crear algún tipo de institución sobre los derechos humanos en la región, pero hay demasiados enemigos de dicho propósito, entre ellos los países envueltos en el drama de los rohingya.
Quedaría una esperanza en la oposición birmana, pero la mayoría de sus partidos comparte la racista posición oficial. Los rohingya están atrapados en su tierra, rechazados en los países vecinos y atacados por los budistas. En ese escenario, podrían repetir la frase de Kafka: “Hay esperanza, pero no para nosotros”.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/otra-minoria-perseguida-articulo-385034