Víctor de Currea-Lugo | 28 de abril de 2022
Entrar a Kiev es una mezcla entre el sonido nostálgico del tren, el frio del invierno y la nieve que cae, el bosque a lo lejos y la incertidumbre de la guerra. Prevalece el gris en el ambiente. “La guerra sin duda es una mierda”, me dice Igor, pero en este clima es una mierda fría.
La historia de Kiev
La ciudad de Kiev tuvo un lejano esplendor gracias a una suma entre habitantes locales, vikingos y bizantinos, cuando la región hacia parte de la serie de principados de la llamada Rus de Kiev hace más de mil años, pero luego fue destruida por completo por la invasión de los mongoles en 1240.
Precisamente fue por esas invasiones que las autoridades políticas (el Principado) y las religiosas (el Metropolitano) se mudaron a Moscú, dando origen, muchos años después, al Imperio ruso. Por eso se suele decir que Rusia nació en Kiev.
Después Kiev fue una ciudad más de la región, hasta que en 1934 volvió a jugar su papel como capital de un país: de la Ucrania Soviética. Entre 1941 y 1943 estuvo bajo ocupación nazi y entre los años 20 y los 90 bajo la órbita de Moscú.
Parte de lo que marcó el carácter ucraniano, según me dice Kira, es algo así como estar a la “sombra” de Rusia. Su abuelo fue humillado por militares rusos con un discurso de superioridad que muchos mencionan y que ha alimentado la animadversión hacia Moscú y que hoy se ve en la inmensa movilización social contra la ocupación en curso.
La Iglesia ortodoxa
Desde hace más de un milenio, los habitantes de Kiev adoptaron la religión cristiana ortodoxa. Sus iglesias en la capital siguen siendo imponentes a pesar del paso del tiempo: la catedral de Santa Sofía y el Monasterio de San Miguel.
En este último sitio logro hablar con un sacerdote llamado Víctor, quien me contó cómo ellos habían abierto las puertas del monasterio a los manifestantes de 2014 para que se protegieran de la violencia policial.
Ahora, me cuenta, allí hay desplazados por la guerra y muchos actores humanitarios, especialmente voluntarios del sector salud con equipos medicalizados para atender a los heridos de guerra que, como me dice, espera que no lleguen a haber.
Visito estos y otros sitios religiosos de la mano de Vadim: su familia salió para España recién empezó la guerra. Su padre fue toda la vida un funcionario al servicio del Kremlin, así que, de niño, Vadim vivió de cerca tanto el mundo ruso como el ucraniano; de joven vivió la disolución de la URSS y de adulto las marchas del Euromaidán, en el corazón de Kiev.
Euromaidán
En los años posteriores a la disolución de la Unión Soviética, las dinámicas de los países de la región estuvieron marcadas por búsquedas de nuevos modelos, tanto en lo político como en lo económico, con claros coqueteos al neoliberalismo, impulsado además por la banca internacional y por la Unión Europea. En general, hay noticias de corrupción, clientelismo, fraude electoral, reacomodo de viejos políticos y burocracia.
Las tensiones no resueltas con Moscú, por décadas, generaron la necesidad de otro referente en un sector de la población. Con la disolución de la Unión Soviética estamos frente a una nueva búsqueda de referentes, que se evidencia en la crisis política de 2014, pero que ya venía gestándose por lo menos desde 2004. La bandera naranja mira a Europa, la azul mira a Moscú, pero esto no significa que no haya puntos de coincidencia o diferencias internas. No son dos bloques homogéneos en su interior, ni tan diferentes entre ellos.
Las protestas del Euromaidán, en el corazón de Kiev entre noviembre de 2013 y febrero de 2014, fueron, como las revueltas árabes, más un sentimiento que un manifiesto. Y en ese movimiento, los jóvenes jugaron un papel importante.
Las protestas de 2014 son el resultado de la tensión entre acercarse a la Unión Europea, tal como venían prometiéndolo, o ceder ante Moscú, como venía sucediendo. Pero, para otros, este tema es secundario, lo principal era el rechazo a las políticas de Viktor Yanukovich.
El camino por el que optó el país ese año puede mencionarse de dos maneras: como un golpe de Estado (por lo menos así lo ve Moscú) o como un cambio de Gobierno fruto de protestas legítimas que forzaron su salida (como lo presentarían muchos medios pro-occidentales).
La idea que me queda en estos días en los que el tema de Euromaidán ha salido en todas las conversaciones, es que, aunque haya habido fuerzas detrás como algunos siguieren, las marchas fueron auténticas y las demandas genuinas. Un entrevistado, abiertamente antirruso, insistía en que las manifestaciones del Euromaidán tuvieron “muchas manos detrás”.
En ellas se expresó políticamente la cercanía de una generación con una estética y forma de vida “más europea y menos rusa”, me decía Kira. Eso no es un juicio sino una descripción. La juventud buscaba un cambio y eso lo veían más en Europa que en Rusia, así no lo fuera.
El nazismo
Si bien es cierto que no se puede generalizar, ni negar las motivaciones políticas de quienes participaron en el Euromaidán, tampoco se puede negar el fortalecimiento organizativo y doctrinario de organizaciones nacionalistas ucranianas en medio de las manifestaciones.
El tema de si hay nazis en Ucrania y qué tan fuertes son, no es fácil de poner en el debate, no por miedo sino por simple tacto político en medio de la tensión de la guerra. Sin embargo, la pregunta surgió.
Un muchacho, precisamente de Donetsk me dijo: “claro que aquí hay nazis como en todos los países del mundo, pero no es cierto que seamos una sociedad de nazis. Hay gente con esvásticas y símbolos similares, algunos no saben ni lo que eso significa”. Muchos asocian tales grupos con las barras bravas de los equipos de fútbol.
El problema es que ese debate no busca acercarse a la verdad sino justificar otras acciones. Decir que no hay podría negar las realidades políticas internas de Ucrania que, dicho sea de paso, las deben resolver entre ellos, sin que nadie más se meta: ni la Unión Europea, ni Rusia.
Decir que hay nazis, con la vehemencia que lo hacen algunas fuentes prorrusas, más que una constatación parece un afán por concluir, muy peligrosamente, que toda la sociedad es nazi y que, por lo mismo, se necesita un “desnazificación”, que es precisamente el argumento de Moscú para justificar en parte su ocupación.
Ahora, el nacionalismo tiene un nuevo auge. Un muchacho me explica que, aunque es militar de la reserva, no ha sido llamado a las filas todavía. Me dice que hay más voluntarios que armas. El patriotismo y el ataque ruso aumentaron el apoyo al presidente Volodímir Zelenski
Las calles de Kiev
En Maidán veo una larga fila frente al edificio de correos, es la gente que quiere comprar una estampilla que se volvió un símbolo nacional en la que un soldado desafía un barco ruso. Frente al monasterio de San Miguel está el monumento a la princesa Olga, la abuela del célebre Vladimir I, juntos con tres otras figuras religiosas está ahora cubierto por completo con sacos de arena.
En las entradas al Metro, sitios usados como refugios antiaéreos en los primeros días de la guerra, quedan las trincheras, aunque el Metro ya recuperó su funcionamiento. Algunas paradas no funcionan del todo por medidas de seguridad.
Frente a la catedral de Santa Sofía hay un pequeño grupo de activistas invitando a una actividad sobre Mariúpol. En general las calles están vacías, me explican que es por la guerra. A las 7 pm cierran los últimos restaurantes. De noche el silencio es infinito y frío, pero menos frío que la guerra.
Publicada originalmente en Revista Cambio