Víctor de Currea-Lugo | 23 de enero de 2019
Queridos compañeros y compañeras de viaje. Esta columna no pretende ser escrita a nombre de todas las personas que trabajan por la paz, porque sería irrespetuoso de mi parte; ni es un gesto para justificar cobardía alguna, porque saben que he dado la cara en los debates. Es mi forma de decir que seguiré luchando sobre otros temas pero que esa Mesa en particular no depende de la sociedad (aunque la paz como tal sea un reto colectivo) sino de las partes en la guerra.
Desde la sociedad civil, que ha empujado la paz entre el Gobierno y el ELN, hemos hecho todo lo posible por acompañarlos: desde la Asamblea Nacional por la Paz liderada por la Unión Sindical Obrera hasta la velatón de junio de 2018, pasando por una larga lista de hechos.
He visto plataformas de campesinos, mujeres, indígenas, afrodescendientes luchando por la paz; reuniones en los que han asistido desde expresidentes de la República hasta presidentes de Juntas de Acción Comunal; libros colectivos; misas, asambleas, marchas, foros y seminarios; reuniones privadas de todo orden; visitas al Palacio de Nariño y mensajes de todo tipo a la guerrilla; comunicados con cientos de firmas a favor de la paz y en contra de los crímenes; desayunos de trabajo con planes en los que se turna el optimismo y el pesimismo, según la coyuntura política.
A la sociedad civil que acompaña la paz, la he visto ilustrando a los países garantes y acompañantes; defendiendo la paz frente a los medios de comunicación en los peores momentos. Les he visto sus peleas internas, su falta de recursos económicos, su creatividad, sus aciertos y desaciertos. Y esa sociedad, más aún en las regiones, no se expone solo a las prisas urbanas, sino a la presión de los enemigos de la paz: desde amenazas, estigmatizaciones y calumnias, hasta el asesinato sistemático, continuado y progresivo del liderazgo social colombiano.
Lo que sigue es mi lectura absolutamente personal y no compromete a mis colegas: ya hemos dicho lo que teníamos que decir al Gobierno y al ELN; ya les hemos hecho llegar nuestras sugerencias y nuestras críticas. Yo, personalmente, creo que la prioridad no es rehacer la Mesa como si fuera reorganizar una fiesta de barrio después de una pelea, o darse un abrazo después de un desencuentro entre hermanos, no.
La prioridad es que ellos, las dos partes, decidan qué quieren realmente con relación a la paz y hasta dónde están dispuestos a llegar para detener la guerra; si el diálogo es solo una excusa, si la negociación nace muerta. Esperar que la sociedad rearme el proceso en el que por años hemos insistido sin que las partes nos tomen en serio, no solo es injusto sino terriblemente irresponsable.
Así que, dicho lo anterior, como diría alguna pitonisa o el I Ching en una consulta pasajera: se impone el silencio, el retiro, la contemplación. Decía Cernuda, sintiéndose inútil, al final de la Guerra Civil Española: “las palabras no sirven, tan solo son palabras”, y eso siento hoy.
Debemos seguir en las calles, en las marchas, en la denuncia de los crímenes. Pero en lo relacionado con la paz entre el Gobierno y el ELN, antes de dar una nueva opinión, yo espero que las partes se encuentren y nos digan en cuántos muertos más se van a sentar. Eso no significa renunciar a la lucha por la paz, significa algo más desafiante: hablar a las partes con el silencio ya que fueron sordos a nuestros gritos.