Víctor de Currea-Lugo | 4 de diciembre de 2023
Especial para Le Monde Diplomatique – Colombia, desde Johannesburgo
Hace años alguien me decía que la palabra «Apartheid» no puede ser aplicada en Palestina, que eso es «una exageración». Pero hay que escuchar a los que saben: el pueblo de Sudáfrica. En estos días, personas de más de 25 países hablaron, con conocimiento de causa, sobre el Apartheid en Palestina.
Johannesburgo, Sudáfrica, una tierra que conoce muy bien lo que es la discriminación, fue la sede de la Quinta Convención Global en Solidaridad con Palestina. Y la inauguró Zwelivelile Mandela -conocido como Mandla-, nieto del gran Nelson Mandela.
Voces contra el genocidio
El nieto de Mandela recordó la forma en que se fueron construyendo bantustanes para encerrar a las comunidades negras, las primeras protestas pacíficas que fracasaron y finalmente la opción por la lucha armada. Ahora, frente a Palestina fue claro: no solo había que ir más allá de marchas, incluso había que ir más allá del boicot, y había que dar apoyo militar a la resistencia palestina.
Ronnie Kasrils, hijo de migrantes judíos, blanco y quien fuera ministro con el Gobierno de Mandela, llamó al boicot. Kasrils es un conocedor de que solo el aislamiento económico y político de Sudáfrica fue capaz de lograr otro escenario político para los sudafricanos.
Fue la violencia creciente del Estado surafricano la que llevó a la lucha armada, y no al revés. El mismo Mandela ya había dicho: “La Resistencia pasiva no-violenta es eficaz siempre que su oposición se adhiere a las mismas reglas. Pero si la protesta pacífica es contestada con violencia, su eficacia finaliza. Para mí, la no violencia no era un principio moral, sino una estrategia; no hay bondad moral en el uso de un arma ineficaz”.
Además de esas voces sudafricanas, hubo intervenciones de otrras delegaciones que condenaron lo que sucede en Palestina. Un delegado libanés, el doctor Ibrahim Al Moussawi, miembro del parlamento libanés, se quejó de esos países musulmanes que condenan a Israel, pero siguen manteniendo relaciones diplomáticas.
Subrayó que Palestina no es un asunto ni de musulmanes ni de árabes, sino una agenda de la humanidad y terminó diciendo “Gracias Gaza, gracias, Palestina, por hacernos sentir de nuevo que somos seres humanos» El chileno Pablo Allende, nieto de Salvador Allende, recordó las palabras de Desmond Tutu: «el apartheid que sufre Palestina es igual o peor que el vivido por Sudáfrica».
El representante del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas), el médico Basem Naim estuvo allí presente. Lo había conocido en Gaza en 2008, meses antes de una de las ofensivas militares de Israel sobre la franja. Naim se preguntó sobre el genocidio cometido ya por 55 días. También dijo que los palestinos están decepcionados de los países musulmanes que «no han sido capaces de entrar ni una botella de agua a Gaza».
Naim invitó a insistir en el boicot y llevar a los criminales de guerra ante los tribunales internacionales. Y citó a Mandela: «nuestra libertad es incompleta sin la libertad de los palestinos». Y mencionó el uso del hambre como estrategia de guerra por parte de Israel.
Y el rabino Yisroel Dovid Weiss, de Nueva York, condenó los asesinatos que se cometen “en el nombre del judaísmo”; aclaró que lo que hay detrás no es una agenda religiosa sino una agenda nacionalista que confunde antisemitismo y antisionismo.
Interpretación del escenario actual
La ofensiva israelí después del 7 de octubre no es «otro ataque más» a Gaza. Es el mayor ataque desde 1948, un claro intento de Israel de realizar una segunda Nakba: el nombre dado por los palestinos a la expulsión de sus tierras en 1948, expulsión que sigue sucediendo hoy, mientras el mundo ve el genocidio por televisión.
Y también es claro que estamos ante la mayor demostración de resistencia de Palestina. «Mukawame» es una de las palabras que más resonó en la Convención y que traduce Resistencia. En eso hay consenso, entre palestinos, organizaciones acompañantes, judíos antisionistas y cristianos solidarios.
En varias intervenciones, la prensa internacional fue duramente criticada, así como la falta de implementación del derecho internacional. La primera por su capacidad de callar frente al dolor palestino y de, incluso, salir a justificar la masacre de niños. Y el segundo tema relacionado con la ausencia de exigencias efectivas a Israel de respetar los tratados internacionales.
Mientras aquí en Sudáfrica se teje solidaridad, en Gaza sigue el asesinato deliberado de civiles. Ya van más de 20 mil muertos, 20 mil mártires en Gaza, pero también en Cisjordania, Jerusalén del Este y la frontera con Líbano.
Aquí se reclama al mundo, y el mundo (o una parte) mira sin actuar. La definición jurídica de Apartheid es incontestable y, más aún, la experiencia directa de quienes han conocido los dos escenarios.
No se tuvo esperanza en la llamada “comunidad internacional”, no se invocó en la Convención, salvo para pedir que se juzgue a los criminales de guerra. La esperanza de los palestinos presentes y de los grupos solidarios está es en los pueblos, en la gente de a pie que grita en las calles: “Free, free Palestine” alrededor del mundo.
Lecciones de Sudáfrica a los palestinos
Los sudafricanos son los más llamados a hablar de Apartheid, por eso la calificación que se hace de la política de Israel como Apartheid va más allá de una formalidad jurídica (que también es cierta). No hay duda jurídica ni política de que palabras como Apartheid (y yo incluyo limpieza étnica y genocidio) son las precisas para definir lo que está sucediendo en Palestina.
Varios de los invitados, como los locales, recordaron que Nelson Mandela recurrió a la lucha armada y fue llamado “terrorista”. Y esa narrativa ahora se extiende a todos los palestinos, incluso los asesinados de pocos meses. Recordemos que Nelson Mandela fue condenado por “sabotaje, terrorismo y conspiración para derrocar al Gobierno mediante revolución e invasión de fuerzas extranjeras”.
De hecho, hay una tendencia a reducir a Mandela a un abuelo pacifista que “abrazaba a sus enemigos” y “organizaba picnics”. Mandela no quiso renunciar a la lucha armada, aunque eso le costara continuar en la cárcel. Y solo optó por la negociación cuando esta fue realmente posible.
Una de las claves para la caída del régimen de Apartheid en Sudáfrica fue el boicot, que conjugó medidas de otros Estados contra Sudáfrica en diferentes campos incluyendo el boicot económico.
Como decía una consigna de los años cincuenta: “No pedimos nada extraordinario a los británicos. Solo pedimos que no compren productos sudafricanos para retirar su apoyo al apartheid”.
Hablar de Apartheid, de prácticas genocidas, del derecho a la resistencia incluso armada, del respeto a los pactos internacionales, del boicot a gobiernos racistas, todos estos temas no solo aplicaban para Sudáfrica y fueron determinantes para el fin de dicho sistema, sino que son lecciones aprendidas que hay que aplicar en el caso palestino.
Así como en el pasado, la causa de Mandela no era sólo de comunistas, ni de negros; es obtuso pensar que la causa palestina es de musulmanes, árabes e izquierdistas, cuando se trata de una causa que va más allá de agendas particulares y que cuestiona nuestra propia naturaleza humana.