Víctor de Currea-Lugo | 21 de febrero de 2022
Creo que el problema de Arauca no es lo que se dice, sino lo que se calla. Por eso, las preguntas comunes, las respuestas preelaboradas y los sospechosos habituales es posible que no den cuenta de los recientes hechos, ni tampoco de los lejanos.
Un poquito de historia
Arauca creció mirando a Venezuela. Muchas de sus familias son binacionales y hacen parte de ese “tercer país” con que Arturo Uslar Pietri se refería a las zonas fronterizas; es decir, los 2.200 kilómetros de frontera que comparten Venezuela y Colombia son más una “república independiente” que una parte integral de esos dos Estados. No es de extrañar que algunos colombianos crecieran convencidos de que su himno nacional era el de Venezuela.
En los años 80, las tierras de Arauca se llenaron de exploraciones petrolíferas que dejaron la maldición de tener recursos con muy pocos beneficios a cambio. Y, a pesar del poco impulso al agro, Arauca produce más plátano que Urabá y el segundo productor de cacao del país. Así me lo contaron decenas de personas entrevistadas para el libro “Historias del Sarare”.
El auge del petróleo trajo un rápido proceso de urbanización, un gran impacto ambiental y nuevas formas de violencia. Es imposible desligar la política minero-energética nacional del pasado, presente y futuro de Arauca. En esa misma década aparecieron las guerrillas, tanto el Ejército de Liberación Nacional (ELN), como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
En 1972, ante el cansancio de la desatención de Bogotá, los araucanos hicieron un gran paro cívico. Pedían muchas cosas, pero, especialmente, una vía decente que los conectara con la capital. Medio siglo después, siguen pidiendo lo mismo.
Los paros cívicos y la organización de la sociedad se fueron dando en la misma medida en que la región veía salir sus recursos naturales. Ese movimiento social ha sido históricamente estigmatizado; desde los Gobiernos hasta medios de comunicación (como es el caso de la Silla Vacía), crearon un imaginario en el cual todo aquel que proteste en Arauca no lo hace por la pobreza ni por la desigualdad, sino cumpliendo órdenes de grupos armados.
Curiosamente, Arauca es de las pocas regiones del país donde el paramilitarismo no logró consolidarse a pesar de sus continuas incursiones. Eso no quiere decir que no se hayan dado prácticas paramilitares, entendiendo el paramilitarismo no solo como una organización sino como una forma de actuar.
Los actores armados
En la primera década de este siglo se presentó una muy dura confrontación entre las dos guerrillas presentes en la región (FARC y ELN), lo que dejó más de un millar de muertos. El error es simplificar aquellos años en esa confrontación, tratando de establecer quiénes son los buenos y quiénes son los malos.
El Estado, por su parte, aprovechó cada coyuntura para militarizar aún más el departamento. Esto cumplía varios objetivos: la lucha contrainsurgente basada ahora en la guerra contra el terror, la persecución al liderazgo social que se materializó en la captura de más de decenas de dirigentes sociales en 2002 y 2003, y un aumento en el pie de fuerza para la protección de la infraestructura petrolera.
A partir de la implementación del Plan Patriota, por parte del primer Gobierno de Álvaro Uribe Vélez, las FARC sufrieron un proceso de fragmentación, que se acompañó de un aumento en sus relaciones con el narcotráfico y, por tanto, algunas estructuras hicieron de la economía ilegal no un medio, sino un fin.
Uno de los elementos de disputas entre las dos guerrillas en Arauca es la postura frente a los cultivos ilícitos. Mientras el ELN presionó su erradicación en 2007, las FARC incentivaron los cultivos. Finalmente, hacia el final de esa década, las guerrillas llegaron a un acuerdo que significó el fin de ese enfrentamiento.
En el marco del proceso de paz, algunas estructuras de las FARC decidieron no respaldar lo firmado con el Gobierno de Juan Manuel Santos, como es el caso del primer frente. Otros retomaron las armas, como el caso de la Segunda Marquetalia, mientras que algunas estructuras reaparecieron, utilizando los antiguos nombres de las FARC.
Curiosamente, a nivel nacional, esas organizaciones llamadas disidencias aparecíeron con nuevos comandantes; con tropa que, en su gran mayoría, no había estado en las FARC; con estructuras que algunos observadores directos han vinculado con las fuerzas armadas y con la conversión de algunos milicianos en nuevos comandantes guerrilleros, como es el caso de “Guacho” en Nariño. Estando en el oriente del Cauca, en 2019, me comentaban sobre desplazamientos sin mayores problemas de las llamadas disidencias por zonas con alta presencia militar.
Después de la firma de la paz
En el caso de Arauca se produjo la desmovilización de varios frentes guerrilleros que hacían presencia en la zona. Los viejos combatientes de FARC, hoy, en su inmensa mayoría, se encuentran desmovilizados. Es decir, el grueso de las llamadas disidencias de los frentes 10, 25 y 48 son más exactamente nuevo grupos, y no disidentes ni reincidentes.
Se sabe que las llamadas disidencias regresaron a Arauca tratando de copar los territorios antiguamente controlados por las FARC, con presencia al otro lado de la frontera en el estado Apure, en Venezuela, y altamente interesada en financiar la producción de cultivos ilícitos en sus zonas de influencia.
La información fragmentada disponible permite plantear las siguientes consideraciones: sus mandos actuales no corresponden a los mandos históricos de dichos frentes y sus agendas no son las mismas que mostraba las FARC en el pasado. Por tanto, es incorrecto buscar similitudes laxas entre la actual confrontación y la vivida en el periodo 2005-2010, y mucho más grave creer que bastaría resucitar el pacto entre guerrillas de 2010 para resolver la confrontación porque no estamos frente a esos mismos actores.
Según diferentes fuentes, a confirmar, como todo lo que se diga sobre Arauca, estas disidencias estarían jugando varias tareas: contribuir a la desestabilización de la frontera, atacar al liderazgo social como lo han mostrado los actos terroristas en su contra y confrontar militarmente a la llamada Segunda Marquetalia. Parte de esta confrontación explicaría el asesinato de alias Romaña en territorio venezolano.
Los ataques al liderazgo social se venían consolidando como un plan sistemático conocido en diciembre de 2021. Llama la atención que el edificio del movimiento social en Saravena, permanentemente vigilado por las fuerzas armadas haya sido blanco de un ataque terrorista (ver foto) a muy pocas cuadras de la estación de Policía. En ese mismo sentido hay que ubicar amenazas en zonas rurales a dirigentes sociales y la bomba contra la Empresa Comunitaria de Acueducto, Alcantarillado y Aseo de Saravena, ECAAAS.
Las disidencias ¿A quién obedecen?
La pregunta es si las disidencias de Arauca sirven a lo que dicen servir, se sirven a sí mismas y por eso, entre otras cosas, buscan ampliar los cultivos de coca; si responden a una estrategia más de orden estatal, si son la punta de lanza de un ataque contra Venezuela o un conjuto de todo lo anterior.
Es claro que no obedecen a la Segunda Marquetalia, liderada por Iván Márquez. De hecho, tales disidencias publicaron un comunicado donde caracterizan al frente 10 como «un grupo contrarrevolucionario subordinado a directrices del ejército de Colombia y de agencias de inteligencia de los Estados Unidos».
Por su parte, los desmovilizados de las antiguas FARC en Arauca, asentados en la zona de Filipinas, también han dejado claro que toman distancia de los grupos que ahora operan con brazaletes de las FARC y que, por los combates, han abandonado parte de sus proyectos productivos.
El desembarco de tales disidencias en Arauca, posterior a la firma de la paz, tiene una clara agenda y una lógica de implantar cultivos ilegales en Arauca. De hecho, parte de su tensión con el liderazgo social tiene que ver con el rechazo a tales economías, reconociendo el nivel de “narcotización” de la guerra en Colombia y particularmente de las llamadas disidencias.
Sobre el uso de paramilitares por parte de Estados tenemos los ejemplos de Guatemala, Perú y Sudán. En este último caso, hubo hasta un desarme fingido pues en menos de 48 horas los paras habían recibido de nuevo su armamento.
En Colombia tenemos la experiencia del “Frente Cacique La Gaitana”, una supuesta estructura de las FARC que se desmovilizó, cuando era en realidad un show mediático organizado desde las alta cúpulas del Estadoa partir de un frente guerrillero ficticio.
En Oriente Medio, la “persecución en caliente” ha justificado las incursiones militares de Turquía en territorio de Irak, incluyendo bombardeos aéreos a campos de refugiados civiles.
Hoy, parece que la potencial guerra de Ucrania puede darse más por una acción de falsa bandera que otra cosa, así como Estados Unidos explotó su propio barco, el Maine, frente a La Habana, para justificar entrar en guerra con España y apropiarse de Cuba.
En Arauca vale resaltar que, en los últimos años, se han disparado las actividades de exploración de petróleo, precisamente en los municipios del occidente del departamento: Saravena, Fortul, Tame y Arauquita. Este no es un dato más, sino una variable central al analizar la región en términos tanto políticos como militares.
Fuente: Cortesía, Equipo minero energético de Centro Oriente, con datos de la Agencia Nacional de Hidrocarburos, ANH.
Más que laboratorios de coca es un laboratorio de guerra
Volviendo a Arauca, la información disponible indica que dichas disidencias estarían trabajando con el apoyo de asesores militares de alto nivel, lo que precisamente les permitió el asesinato de comandantes guerrilleros. Hay teorías desde la presencia estadounidenses hasta del entrenamiento por militares colombianos, tal como lo confesaron algunos mandos de esas disidencias.
Según Jairo Ramírez, el llamado Frente 10 estuvo comandado por alias Jerónimo, quien salió de las FARC en 2008 y luego estuvo trabajando con el Ejército; alias Adrian a la cabeza del Frente 28 e involucrado en «tráfico de personas, la explotación ilegal de minerales y el narcotráfico».
Es ampliamente conocido el rechazo del presidente Iván Duque al Gobierno de Nicolás Maduro, así como las voces de la extrema derecha que desde Colombia llaman a una guerra. Los ataques contra Venezuela por parte de Colombia han incluido desde el apoyo a Juan Guaidó hasta provocaciones militares en frontera.
Es difícil saber si allí se está gestando un laboratorio de guerra contra Venezuela, lo que no se puede descartar, pues los incidentes de frontera han “justificado” otros conflictos en el mundo.
El ministro de Defensa colombiano afirmó que la bomba contra el edificio del movimiento social fue transportada desde Venezuela. Y según el mismo ministro fue traída por tierra ¿Cómo pudo un carro atravesar el paso fronterizo y medio departamento (desde Arauca capital) hasta Saravena sin ser detectado por las autoridades?
Así mismo, ante la masacre de cuatro personas en Arauquita, hubo declaraciones de las Fuerzas Armadas de que “Creemos que quizá estas cuatro personas estarían tratando de pasar hacia Colombia«, ¿Alguien puede explicar esa declaración? Las cuatro personas iban en una camioneta y allí no hay paso vehicular porque la frontera está determinada por el río, pero lo más grave: Arauquita es territorio colombiano.
Ahora mismo, con el renacer de la “Guerra Fría” como forma de entender el mundo, pareciera que Arauca se vuelve una frontera apetecida para desestabilizar aún más a Venezuela, ya que hasta el momento han fracasado los intentos lanzados desde el Norte de Santander y La Guajira.
Los llamados a “contar las horas” de Nicolás Maduro en el poder no han servido para nada; de hecho todo apunta a que Iván Duque se va a ir primero del poder, pero es posible que no sin intentar una nueva ofensiva contra Venezuela que, bien podría venir envuelta en un aparente eje del mal compuesto por Rusia, Irán, Hizbollah, Venezuela y ELN.
Para resumir el conflicto de Arauca, como Roma, no se construyó en un día. A nivel estructural se requieren respuestas que van mucho más allá de la guerra contra el terror, para atender el conflicto social araucano. Estos elementos pueden tener contraargumentos, pero no puede ser la narrativa simplista de que se trata de mafias armadas peleando por el control del territorio.
La protección a la población civil y el liderazgo social es innegociable, pero los riesgos no pueden reducirse a lo sucedido en 2022. No es una pelea por rutas del narcotráfico, ni una disputa de mafias, ni una desavenencia por el control de cultivos. Por eso, las soluciones de fuerza están llamadas al fracaso.
No es tampoco una pelea entre dos insurgencias como la vivida en el pasado, por eso la llamada a retomar el acuerdo de 2010 es inútil. Ni siquiera es un resultado directo del incumplimiento al proceso de paz, porque estas supuestas disidencias son nuevos grupos. No creo que el abordaje de la crisis actual dependa en su totalidad de la reactivación de la mesa con el ELN.
Creo que la respuesta hay que buscarla más bien en la agenda interfronteriza e internacional del Gobierno de Duque que insiste en mirar la paja en el ojo de Maduro y no ver la viga de masacres en el territorio colombiano. Y, obvio, eso ni siquiera es mérito de él, más bien de quienes siguen viendo a América Latina como el patio trasero de los Estados Unidos.