Palestina

Víctor de Currea-Lugo | 8 de agosto de 2018

En estos días de incertidumbre y pesimismo, llega una excelente noticia: el pasado 3 de agosto el entonces presidente Juan Manuel Santos, reconoció al Estado palestino. La noticia, que se supo tardíamente cuando ya Santos no está en el poder.

Lo primero es que la decisión está acorde con la tendencia de la comunidad internacional que, en su inmensa mayoría, reconoce a Palestina como un Estado. En la práctica es un Estado ocupado, pero Estado, al fin y al cabo.

Segundo, que hay puntos donde Colombia tiene mucho que decir: fue en el debate del Plan de Partición de 1947, que divide el territorio entre Israel y Palestina, donde Colombia planteó darle un carácter de “corpus separatum” a las ciudades de Jerusalén y Belén; razón por la cual Jerusalén no pertenece a Israel y, por tanto, no puede ser su capital.

Tercero, resulta novedoso, por cuanto Colombia era el único país de Suramérica que no había reconocido a Palestina como Estado, en parte por la ausencia de una política exterior propia y por la dependencia con los lineamientos de Estados Unidos y de Israel. Vale recordar la influencia comercial y de servicios de seguridad entre Bogotá y Tel Aviv, a lo que se suma un Tratado de Libre Comercio, este último en una clara afrenta al derecho internacional.

Cuarto, el presidente Duque podría hacerle caso a la presión del lobby judío y dar marcha atrás, pero esto le significaría una pésima decisión empezando su gobierno y, sobre todo, de cara a la comunidad internacional que ya teme que Duque retroceda en la paz, en la que tanto ha estado comprometida la comunidad internacional. Sumar desafíos solo conseguirá aislar al país.

Quinto, la decisión de Santos recuerda cuando Bill Clinton firmó el Estatuto de Roma, de la Corte Penal Internacional, pocos días antes de dejar el poder. La diferencia es que un tratado como ese requería una ratificación del parlamento, lo que no sucede en una declaración presidencial como la hecha por Santos.

Finalmente, urge que dicho reconocimiento sea aprovechado por la sociedad colombiana para pensar el dilema entre la guerra y la paz, entender que las salidas negociadas se imponen, y que el respeto al derecho internacional no es un capricho. Ojalá el país avance hacia una política exterior multilateral e independiente, como se ha demostrado en los esfuerzos por construir nuestro propio proceso de paz.

Publicado originalmente en Telesur