El extraño caso del doctor House

House

Víctor de Currea-Lugo | 

La historia de un respetado médico inglés que se transforma en monstruo luego de beber un elixir que él mismo prepara, ha llegado a ser un ícono, aunque no todos recordemos que esa leyenda es el centro de la novela de Stevenson “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. En nuestros días las historias de médicos siguen siendo famosas. Casi todos hemos visto otro médico de éxito, a pesar de su histeria, su adicción a las drogas, y de ser “irrespetuoso, arrogante y grosero”: el Doctor House. House no es el Dr. Jekyll, no es un médico decente en sus formas (total, House estudió medicina, no glamour), pero tampoco es Mr. Hyde: aunque hace males no hace el mal. House es ante todo él mismo.

La profesión

House desacraliza la profesión médica frente a los propios médicos pero la defiende frente a los pacientes. La manera como ve a muchos de sus colegas se evidencia al referirse de esta manera: “este señor es un doctor muy profesional, juega golf y cosas como esas” (primera temporada). El buen médico, para House, debe tratar enfermedades y no personas, pero lo debe hacer bien; debe ser un buen carpintero y punto: “tratar enfermedades es lo que nos hace doctores, tratar pacientes es lo que hace a la mayoría de médicos miserables” (primera temporada). Y no duda en ironizar el lenguaje médico y sus trampas: “idiopático viene de la palabra latina “idiota” porque no podemos entender qué causa la enfermedad” (primera temporada). Rechaza el “uniforme” del médico: desde sus estándares de vida hasta el uso de la bata blanca como símbolo de poder e inmunidad.

La responsabilidad médica en House no se basa en los medios sino más bien en los resultados (para escándalo de abogados y expertos en responsabilidad médica), por eso no duda en justificar los medios, desde entrar ilegalmente en la casa de los pacientes, hasta hacer pruebas de laboratorio sin pedir permiso, pasando por “forzar” la firma de un consentimiento informado si es necesario. La justificación de medios para lograr fines loables es una constante: en una ocasión disminuye el tamaño de un tumor para que sea operable según los estándares del hospital; en otra ocasión miente ante el comité de transplantes para conseguirle un corazón a una paciente bulímica (primera temporada).

Aún violentando los métodos, House no se exime a sí mismo (mucho menos a los otros) de la responsabilidad por el resultado de sus actos: “un error es tan serio como sus consecuencias” (segunda temporada). Un error es siempre un error, así no haya elementos para reconocerlo a tiempo; esa imposibilidad de saber no absuelve al médico, ni tampoco sus buenas intenciones al actuar. “Un buen intento es algo sin ningún valor” (tercera temporada). Cierra su visión de la profesión médica con la imposibilidad de tener justicia en el ejercicio médico: “tú quieres justicia [pero] escogiste el trabajo equivocado, la profesión equivocada y la especie equivocada” (cuarta temporada).

El médico que reclama House es un médico en el que confluyen lo racional y lo razonable, que trata de responder a las causas últimas de cada caso. El reto es el diagnóstico correcto y el tratamiento queda en un segundo plano. Más que curar, el médico de House piensa en hallar la verdad, y la verdad que busca es la verdad científica.

Autonomía del paciente

Su trato duro y políticamente incorrecto para con los pacientes no es un simple desdén, es una postura deliberada. Incluso justifica tratarlos sin tener que verlos: “si nosotros no hablamos con ellos, no pueden mentirnos, y nosotros tampoco podemos mentirles a ellos” (primera temporada).

La autonomía del paciente es una ilusión porque el ejercicio de la medicina es, por definición, una relación de dependencia, no es una relación democrática. Y, si por naturaleza, el ejercicio médico es un ejercicio de poder (para Hipócrates: “las cosas sagradas no se revelan más que a los hombres sagrados” y para Galeno: «hay que conseguir la admiración del enfermo y de los circunstantes») y si, además, la tensión médico-paciente se presenta como una relación entre el médico-que-sabe y el paciente-que-no-sabe (por eso los médicos son “malos” pacientes), entonces el círculo se cierra: la autonomía de los pacientes, tal como la plantean la mayoría de textos de bioética y ética médica por estos días, no es más que un sueño. En palabras de House: “si tú no crees en los esteroides, no deberías creer en los médicos” (primera temporada)

El consentimiento informado es, para House, como para muchos colegas, un simple trámite, una protección frente al riesgo legal. Foreman le dice antes de un procedimiento que éste “es riesgoso e invasivo” a lo que House responde: “por eso Dios inventó el consentimiento informado” (tercera temporada).

Lo que muchos le censurarían a House, más allá de sus traumas personales que lo empujan a un comportamiento asocial, es su punto de partida cuando ve al paciente: lo presume mentiroso (“todos mienten” es su lema, “incluso los fetos mienten”), ignorante y, por tanto, digno de desprecio. Pero aquí hay que evitar el moralismo para entender porqué House actúa y piensa así frente a los pacientes. Es una visión, diríamos, realista y comprensiva frente a la naturaleza humana. House no parte de pseudo-ideales respecto del “deber ser” de la medicina, ni se deja seducir por ellos. Se le puede abonar que no cae en falsas amabilidades y que prefiere el sarcasmo genuino. Pero tiene un punto débil, se identifica con los  pacientes que son tan workalcoholic (adictos al trabajo) como él, respeta a los pacientes en los que ve reflejada su propia obsesión. Salvo esos casos, en los que incluso House permite ser duramente cuestionado, él es paternalista: el médico es el que sabe lo que es bueno para el paciente.

Derecho a la muerte digna

Desde el primer momento House fija su postura: “nosotros podemos vivir con dignidad, pero no podemos morir con ella”, la muerte siempre es la muerte (primera temporada). Incluso podemos decir que él prescinde incluso de la noción de dignidad para hacer evaluaciones de la vida humana. Cuando se refiere a su propio dolor físico por su cojera, y en la manera como aborda a sus pacientes, el concepto de dignidad no aparece. Pero aunque no echa mano de dicho concepto (tampoco lo hace John Rawls para defender la construcción de una noción de derechos humanos), House reconoce el derecho a la vida. A pesar de que no le halla sentido, no renuncia a su defensa, postura que sobresale en  su particular pero comprometida forma de practicar la medicina, como en la manera de confrontar a los pacientes que optan por la muerte. 

En un capítulo House intuba a un paciente contra su voluntad, un paciente que había firmado una orden de no resucitación, y argumenta parafraseando a Hamlet: “intubar o no intubar, esa es la gran pregunta ética” (primera temporada). Para House el “casi se muere” no cambia nada, el “morir” cambia todo (quinta temporada). Y remata con amargura: “la vida no debería ser aleatoria” (cuarta temporada). 

House y el derecho a la salud

Para salvar a su equipo, House es obligado a promocionar un aparente nuevo medicamento, que no es más que un medicamento viejo con pequeñas reformas. Aunque en principio acepta tal tarea para no tener que expulsar a uno de sus pupilos, finalmente aflora su naturaleza y desenmascara el negocio de las farmacéuticas en plena ceremonia (temporada uno). Hoy por hoy, la lucha contra el llamado “Gran Pharma” es una de las banderas centrales de la salud como derecho humano.

En otra ocasión atiende a un paciente culpable de múltiples asesinatos y a punto de ser ejecutado. House lucha por salvarlo; cuando su equipo le increpa por lo inútil de su ejercicio y la falta de méritos del preso para merecer sus cuidados, House responde: “¿Qué hace a un persona merecer algo? ¿Un hombre que engaña a su esposa es más merecedor que uno que la mata? ¿Qué cuidado médico deberían negarte por ser ladrón de carros?” (temporada dos). En este caso, House adentra a su equipo en un debate crucial cuando hablamos de derechos humanos: ningún mérito es necesario para ser titular de derechos, pues basta con la condición de ser humano para pertenecer al reino de los fines y no de los medios. Pero el acercamiento de House al derecho a la salud no incluye la supervisión del juez a la actividad médica: “¿cómo se supone que ejerza la medicina con un abogado sentado en mi hombro?” reivindicando la llamada por algunos “impunidad jurídica” del personal de salud.

House y Dios

Para House, ateo declarado y practicante, la ciencia es la ciencia y no hay camino para otras valoraciones, especialmente contra la intromisión de las mal llamadas “medicinas alternativas”. Además se resiste a permitir que “las cosas de Dios” intervengan en su práctica. Repite la frase que ya hemos oído en la escuela de medicina “si tú le hablas a Dios eres un creyente, si Dios te habla eres un sicótico” (segunda temporada) Sus frases de anti-religioso son frecuentes. Considera que la “fe es otra palabra para decir ignorancia” (segunda temporada) y aduce que  “la religiosidad es (…) un estado de alteración mental” (cuarta temporada). Y saca del sombrero frases celebres como cuando parafrasea a Marx: “la religión no es el opio del pueblo, es el placebo del pueblo” (quinta temporada). Y cuando un médico de su equipo, judío para más señas, defiende los credos diciendo que los creyentes tienen algo que los demás no tienen, House responde lapidariamente: “sí, amigos imaginarios” (cuarta temporada).

Se queja de lo que implica una frase popular y que incluso muchos colegas expresan con frecuencia: “si se cura es gracias a Dios, si se muere es culpa del médico”. House dice lo mismo a su manera: “¿Cómo es posible que Dios reciba los créditos siempre que cualquier cosa buena sucede?” (tercera temporada) Y, si Dios existiera, House duda que se preocupe por esos seres menores llamados humanos; le dice a un paciente “¿tú realmente piensas que al tipo que creó el cielo y la tierra le importa qué te metiste en el tubo digestivo?” (cuarta temporada). 

Pero House cree… Cree en sus propias ganas de ganarle a la muerte, la propia y la ajena, es un convencido de que todo tiene una razón y, por eso, por hallar razones y desafiar a la muerte, busca lo extraño, lo menos común, odia lo fácil y le afecta lo cotidiano.

¿Dr. Jekyll y Mr. House?

Aunque House es un hijo directo de Sherlock Holmes: su amigo Wilson (con la misma letra inicial de Watson), su amor por la música, sus dolores crónicos, su adicción a una droga y, sobre todo, su lógica, no es ajeno a las tensiones y debates sobre lo correcto que se expresan en la novela de Stevenson. En ambos hay una búsqueda del sentido de la vida que los lleva al borde de la locura, así como al uso de sustancias que terminan por vencerlos (el Vicodin™ en el caso de House y el “elixir” en el caso de Jekyll). Jekyll tiene un sólo amigo en quien confiar –el Dr. Lanyon- mientras House cuenta únicamente con Wilson.

House se engaña cuando dice que él reconoce que es adicto pero que eso “no es un problema”, igual hace Jekyll: “puedo deshacerme de mister Hyde en el momento que lo desee”. Cuando Jekyll decide recurrir a otro amigo, Utterson, le confiesa: “quiero que decidas por mí, he perdido la confianza en mis decisiones”, lo que recuerda cuando House decide voluntariamente ingresar a un hospital psiquiátrico porque duda de sí mismo y lo acepta públicamente (final de la quinta temporada).

En la sexta temporada, una vez House sale del hospital psiquiátrico, él decide dejar la práctica médica pero sucumbe porque ésta es tan adictiva como el Vicodin™. Cuando Jekyll decide dejar de convertirse en Hyde le pasa lo mismo: finalmente recae. Como dice Stevenson, por boca de Jekyll: “cuando intentamos liberarnos de la carga, sólo conseguimos que ésta vuelva a nosotros ejerciendo una nueva y más terrible presión”. 

Una de las grandes diferencias con Jekyll es que las sustancias que consume House no lo transforman sino que lo perpetúan. Pero ambos piensan y hacen, no dejan que la naturaleza haga lo suyo, la desafían, la despiertan con drogas, la perturban con sobredosis. La naturaleza es pues un campo de juego, ambos juegan a Dios, ambos crean sus propios infiernos.

Al final, la lucha por negar la naturaleza múltiple del ser humano termina en tragedia en el caso de Jekyll. En el caso de House el proceso es al contrario. House no lucha contra su naturaleza, se la impone a los otros (que igualmente tienen “varias” naturalezas), dice en voz alta lo que otros murmuran, sabe que, como dijo Hipócrates “la vida es corta, la ciencia extensa y la ocasión fugaz” y entonces hay que decir lo que se piensa a riesgo de ser arrogante e irrespetuoso.

Bibliografía

ABRAMS, Jerold: “La lógica de las conjeturas en Sherlock Holmes y House”, en JACOBY, Henry; IRWING, William: La filosofía de House, todos mienten, Continente, Madrid, 2009

GONZALEZ-TORRE, Ángel Pelayo: La intervención jurídica de la Actividad Médica, Dykinson, Madrid, 1997

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KANT, Emmanuel: Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Espasa-Calpe, Madrid, 1983

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MARTI TUSQUETS, José Luis: El descubrimiento científico de la salud. Anthropos, Barcelona, 1999, p. 13-19

RAWLS, John: “Derecho de gentes”, en: VV.AA.: De los derechos humanos, Trotta, Madrid, 1998, Traducción de Hernando Valencia Villa.

STEVENSON, Robert Louis: Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde, London, 1886

 

Publicado en: ANAMNESIS ,Revista de bioética