Víctor de Currea-Lugo | 2 de julio de 2013
En enero de 2011, inspirados en parte por la experiencia tunecina, los egipcios empezaron a manifestarse contra Mubarak y en menos de 20 días tumbaron un gobierno de más de 30 años.
El problema no fue lograr el consenso sobre lo que se rechazaba sino lo que se quería. Esto, más la falta de organizaciones políticas en las que la gente se sintiera representada, llevó a un vacío de poder que intentó ser llenado incluso por seguidores de Mubarak reciclados. Fue el caso del general Suleiman, que contaba con el apoyo de los Estados Unidos.
Finalmente los militares, que se habían erigido como “neutrales” entre los manifestantes y el Gobierno, se autonombraron guardianes de la revolución y lideraron un gobierno de transición bajo el cual se realizaron, en 2012, las únicas elecciones democráticas en la milenaria historia de Egipto.
Con el gobierno de transición, los militares sumaban a su poder militar y económico el poder político. Por eso pusieron trabas a que civiles se hicieran cargo del país. Finalmente, las elecciones dieron el triunfo a la más sólida de las organizaciones: los Hermanos Musulmanes.
Para ganar adeptos, Mursi prometió un gobierno nacional, se acercó a los cristianos coptos, a los liberales, a la izquierda y a los salafistas; es decir a toda la oposición a Mubarak. Pero una vez en el poder, el cisma entre militares y civiles fue reemplazado por uno nuevo entre islamistas y laicos, a pesar de que el 90% de la población egipcia es musulmana.
Muchas decisiones de orden judicial y policial se fueron concentrando en las manos de Mursi. Esa concentración de poder —y de cargos entre miembros de los Hermanos Musulmanes— generó una segunda ola de protestas por la democracia.
El país aparece dividido, pues hay marchas a favor y en contra del actual presidente. La lista de fracasos del gobierno Mursi en seguridad, empleo, economía y apertura política ha sido recogida como un memorial de agravios de las nuevas protestas y de un descontento que ya toca al Gobierno: cuatro ministros renunciaron.
En medio de las multitudinarias marchas, el ejército trata de repetir su farsa de hace dos años: erigirse como el guardián de las protestas, y ha dado al Gobierno un ultimátum de 48 horas. Así, la tensión entre el poder civil y el militar se suma a la tensión entre islamistas y laicos. Si los militares toman el poder, sólo seguirán la herencia de regímenes como los de Nasser, Sadat y Mubarak, tres militares que construyeron un Egipto desigual, autocrático y excluyente, contra el cual precisamente la gente se manifiesta en la calle.
Publicado originalmente en El Espectador:https://www.elespectador.com/opinion/egipto-dos-anos-y-contando