Víctor de Currea-Lugo | 22 de agosto de 2014
A las pésimas noticias que llegan de Ucrania, Palestina e Irak, se suman las de Siria, inmerso en una guerra desde hace más de tres años. Un informe de la ONU sobre Siria publicado esta semana, que cubre de marzo de 2011 hasta abril de 2014, cifra el número de muertos de la guerra en 191.369, alrededor de 175 muertos al día, de los cuales 85% son varones. Pero el número real es desconocido, siendo éste el cálculo más bajo posible.
Uno de los problemas que explica detalladamente el informe es cómo contar, las dificultades para recoger información y procesarla, lo que hace que datos tan simples como la edad promedio de las víctimas sea de difícil precisión, aunque se sabe que, por lo menos, más de 2.165 niños entre 0 y 9 años han sido asesinados.
Un problema mayor, más allá del académico de cómo contar, es para qué. ¿Cambia el curso de la guerra cuando los muertos pasan de cientos a miles? ¿Hasta qué punto nos hemos quedado en la frase atribuida a Stalin de que un muerto es un crimen y un millón es una estadística? Un programa de televisión de Suecia se llama Cinco hormigas son más que cuatro elefantes, para enseñar que los números cuentan, no califican, pero no es así en los conflictos.
Las Abuelas de Plaza de Mayo me enseñaron que lo mejor es hablar de algunas historias reales detrás de los números y luego decir que, como en el caso de Pedro y María, hay 30.000 desaparecidos, para así romper un poco el frío de los números.
El conteo de muertos en Siria, al igual que en Gaza, Ucrania e Irak, debe llevar a acciones concretas, pero como vemos, esas acciones no dependen del número de muertos ni de su naturaleza de civiles sino de su potencial peso en el ajedrez internacional. Por eso, frente a dos guerras más o menos simultáneas, como fueron las de Yugoslavia y Somalia, la llamada comunidad internacional actuó de dos maneras diferentes, estableciendo unas víctimas de primera y otras de segunda.
El genocidio de yazidíes en Irak hace que Obama actúe, pero no el de palestinos en Gaza. Claro, ni Gaza tiene petróleo ni el califa del Estado Islámico tiene el apoyo del lobby judío. Cosas de las matemáticas y de que en los conflictos cuatro elefantes sí son más que cinco hormigas.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/opinion/el-arte-de-contar-victimas-columna-512225