Felipe Sahagún | 2 de febrero de 2006
La aplastante victoria de Hamas, los Hermanos Musulmanes palestinos, el 25 de enero en las segundas elecciones legislativas celebradas en los territorios ocupados coloca a Israel y a Occidente en una difícil disyuntiva: negociar con un movimiento que, desde poco después del 11-S, incluye entre los grupos terroristas del mundo o rechazar la democracia de las urnas cuando los elegidos no son de su agrado.
Adelantándose a lo sucedido, En Palestina, entre la trampa del muro y el fracaso del derecho (Icaria), el cirujano y especialista en derechos humanos Víctor de Currea-Lugo describe con claridad meridiana el proceso de deslegitimación interno y externo de la Autoridad Palestina, con Arafat y después de Arafat, que ha conducido, por culpa sobre todo de Israel y de los Estados Unidos, al punto en que hoy nos encontramos en un conflicto causado desde hace más de un siglo por las aspiraciones de dos pueblos a construir, respectivamente, su hogar nacional y su estado independiente sobre un mismo territorio.
El profesor palestino afincado en Nueva York Edward Said, a quien cita ampliamente, le habría felicitado por el estudio de no haber fallecido en 2003. En Cubriendo el Islam, uno de sus 18 libros publicados antes de su muerte, que, por iniciativa de Bernardino León, actual secretario de Estado de Exteriores, acaba de editar Debate, Said analiza las enormes dificultades para comprender correctamente este conflicto a pesar de “las tergiversaciones y distorsiones empleadas para retratar el islam de hoy”. Veinticuatro años después de su publicación original, el libro de Said, actualizado por el autor a mediados de los 90, sigue siendo el mejor texto escrito sobre la imagen del islam en Occidente y sobre la influencia nefasta que en esa imagen tienen las maquinarias de propaganda gubernamentales, los medios de comunicación supuestamente independientes y muchos académicos.
Entre los académicos dilapidados por Said en otro libro anterior, Orientalismo, destaca el santón conservador Bernard Lewis, a quien, en Cubriendo el islam, acusa de “observación maliciosa, uso fraudulento de la etimología (…) y, lo que no es menos reprochable, su total incapacidad para conceder que los pueblos islámicos tienen derecho a mantener sus propias prácticas históricas, políticas y culturales” (p. 53).
La primera de las cuatro partes en que se dividen las 255 páginas del libro de Currea-Lugo es una breve síntesis de algunos de esos prejuicios tan brillantemente explicados por Said que impiden una aproximación rigurosa al conflicto palestino-israelí. Acertado en lo fundamental, el autor no ha tenido en cuenta, sin embargo, la contrapropaganda que, con los años, han aprendido a hacer los palestinos y el resto del mundo musulmán. Cadenas de televisión como Al Yasira y Al Arabiya son sólo una pequeña pero parte de esa lección aprendida. Cierto que esta contrapropaganda sigue calando poco y mal en Occidente. En la segunda parte, el autor analiza las violaciones flagrantes del derecho internacional que se vienen cometiendo en los territorios y se detiene, de manera especial, en las violaciones del derecho humanitario y en los obstáculos permanentes para el acceso de muchos palestinos a los servicios de salud.
La tercera parte del libro es un estudio muy crítico del muro de 720 kilómetros proyectado por Israel, según los palestinos y el autor para expropiar definitivamente las tierras más fértiles de Cisjordania, según Israel para impedir los ataques terroristas. “El muro no es un elemento suelto”, escribe el autor, sino “el resultado de un largo proceso que nace con la misma guerra de ocupación de 1967, continúa con el establecimiento de (…) bloqueos de carreteras y busca perpetuar la política de cierres y toques de queda”. En la cuarta y última parte del libro denuncia la impunidad con que Israel sigue consolidando la ocupación y la falta de respuestas internacionales eficaces. Ahí encuentran Hamas, la Yihad, Al Qaeda y sus numerosos seguidores el caldo de cultivo ideal para seguir creciendo.
“La sin salida en Palestina”, concluye, “depende en buena parte de la inexistencia de un contrato social tanto dentro de las dos sociedades en conflicto como entre todos los países involucrados (…) para construir un Estado de derecho”. Pocos israelíes aceptarían la nula importancia que Currea-Lugo da a las razones de Israel para hacer lo que hace y de las grandes potencias para permitirlo, pero el autor no engaña a nadie. Nunca pretendió ser neutral. Está, claramente, con los palestinos, como la inmensa mayoría de los españoles, sorprendente sí, como afirma Said, nuestras imágenes están tan manipuladas en contra del Islam.
“Mi postura a favor de la existencia de Israel y de su derecho a defenderse de los fanáticos […] no ha variado un ápice”, mantiene Mario Vargas Llosa en el prólogo de Israel Palestina. Paz o Guerra Santa (Aguilar), en el que se defiende de las virulentas críticas que desataron estos artículos, publicados en diversos medios, y que le acusaban de antisemita. En sus lúcidas crónicas -acompañadas por las elocuentes fotografías de su hija Morgana que capta en sus instantáneas la cotidianidad del terror, donde conviven el pescador palestino, el desfile militar de Hamas o el soldado árabe que abandona el fusil para rezar- Vargas Llosa analiza las luces y sombras de Israel, su evolución desde que se formó como Estado en 1948 y su salto del tercer al primer mundo.
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