Trump, sin máscara y vale todo

Víctor de Currea-Lugo | 5 de febrero de 2025

Donald Trump le declaró la guerra a la migración interna; lo que no es, en esencia, un problema jurídico, sino político. Y con ello le declaró la guerra específicamente a algunos países como Colombia Venezuela y México.

Con las medidas económicas que ha ido tomando, Trump apunta a Canadá, China y México. Y, en su ignorancia, al error de incluir a España en los BRICS, envía un mensaje a todo aquel país que sea potencialmente desobediente.

El Trump 2.0 no ve en Europa un aliado, sino un sirviente; costoso por demás y poco útil en, por ejemplo, la guerra de Ucrania. Ve a Europa tan poco socio que no duda en pensar en quedarse con Groenlandia.

Sabe que Latinoamérica está más cerca de una realidad fragmentada que de un sueño unitario y, por eso, negocia por aparte con cada uno, evaluando sus fragilidades.

Trump sabe que, en América Latina, desafortunadamente, una buena parte de la sociedad actúa como si Miami fuera la capital de los Estados Unidos y como si el sueño americano no fuera muchas veces una pesadilla.

Trump entiende que su presencia en Ucrania es meramente económica y por eso pragmáticamente supedita la ayuda a Volodímir Zelensky a que este le ceda el control de las llamadas «tierras raras» a Estados Unidos, porque lo que está en juego no tiene que ver con la dignidad de ningún pueblo.

Trump decidió jugar fuerte en la agenda internacional contra la Corte Penal Internacional y contra el Consejo de Derechos Humanos de la ONU; no solo porque allí hay un reducto modesto de oposición a sus políticas, sino porque desenmascara algo que todos ya sabemos: esas instancias no constituyen un poder real frente al imperio, sino un simple espacio formal desprovisto de fuerza.

Trump (o sus asesores) sabe que la izquierda está fragmentada y edulcorada; y que tiene una capacidad de autocanibalismo, que le impide convertirse en un frente de lucha que represente un peligro real; que el camino del progresismo y de las fuerzas alternativas está tapizado por puñales.

El gobierno de Estados Unidos, rodeado por los hombres más ricos del mundo y dueño de los medios de comunicación y de las redes sociales, tiene claro que les basta renombrar el golfo de México para entretenernos peleando en los simbólico y en lo semántico, cuando la realidad va por otro lado. Joseph Goebbels ha resucitado.

Ellos, Trump y los suyos, saben que el movimiento de solidaridad con Palestina tiene un gran apoyo en la comunidad universitaria y, por tanto, no duda en perseguir como delincuentes a aquellos que se oponen al sionismo, incluyendo estudiantes extranjeros. Y eso mismo hará en la ONU y en toda su política exterior.

Usaid, la agencia de cooperación de Estados Unidos, siempre ha sido una agencia oficial; pero Trump sabe que financiar proyectos de organizaciones de la sociedad civil le permite manipularla, volverla tibia, dependiente de fondos, enredada en la burocracia y pendiente más del indicador que de la luchas sociales. E, incluso así, se atreve a revisar las políticas de Usaid.

Los dueños de las redes sociales que acompañan a Trump no tienen ningún problema en eliminar sus filtros contra las fake news. Y, entonces, el propio presidente Trump dice que envió 50 millones de dólares a Gaza solo en condones y que Hamas los usó para construir bombas, entre muchas otras mentiras.

Los dueños de esas redes son conscientes de que la gran masa creerá lo que se publique como si fuera la novela “1984” y que lo más arriesgado para algunos será escribir “Yankee go Home” en las plataformas sociales que nos imponen la verdad.

Ellos saben que el país con más petróleo en el mundo se llama Venezuela y que las medidas económicas en su contra los han golpeado duramente. Ahora Trump busca conjugar el palo y la zanahoria para tratar de doblegar a Venezuela, lo que incluye la reactivación de los negocios con un solo objetivo: el petróleo venezolano.

Trump no está solo en su lucha

Trump no está solo, ni solo con tres ricos, sino que refleja parte de Estados Unidos y del mundo entero. Por ejemplo: el trato dado a los inmigrantes en los aviones llenos de personas camino a América Latina es de delincuentes y de ciudadanos de segunda, pero eso no es más que una prolongación de lo que ya se vivía en Estados Unidos en una sociedad racista y xenófoba; no solamente en su cultura, sino en sus instituciones. Así que Trump no hace otra cosa más que reflejar la América profunda.

Trump, al igual que los gobiernos estadounidenses anteriores, está absolutamente perdido en Oriente Medio; pero si algo tiene claro es su apoyo irrestricto al sionismo y, por eso, desarrolla un plan que es potencialmente más grave que el genocidio palestino de los últimos meses: la deportación masiva de millones de palestinos a Jordania y Egipto.

Y esto se haría con el beneplácito de una parte de los líderes del mundo árabe y la alegría de los sionistas. Trump lo propone y sabe que puede hacerlo, porque finalmente los poderes del mundo, a pesar de los movimientos sociales que estuvieron del lado palestino, están a favor del sionismo ya sea por acción o por omisión. Y mientras se cumple su sueño, le quita la financiación a Unrwa para que los palestinos sigan muriendo lentamente sin siquiera ayuda humanitaria.

Trump va a “limpiar Gaza”, a desmantelar lo poco que queda, a limpiar hasta las bombas que no explotaron, a pavimentar la zona para que los sionistas entren en ella a ampliar la ocupación, a “legalizarla” y a fortalecer la ambición del “Gran Israel”. Y una parte del mundo creerá que una limpieza técnica “aséptica” es diferente a un genocidio.

Pero no se trata de Trump, como el fascismo no se trataba solo de Mussolini, ni el nazismo solo de Hitler; él solo refleja lo que es una política de un imperio que va cuesta abajo y desesperado, pero que no está muerto ni va a morir en dos días.

Trump sabe que tampoco hay hoy una propuesta real alternativa a su capitalismo, aunque algunos crean que los BRICS son algo diferente. Pero el imperio antes de caer desplomado arrastrará por delante todo lo que pueda llevarse con él.

A Trump y al resto de los ricos que lo rodean no les importa la vida, de los migrantes ni de los palestinos, ni tampoco de los propios estadounidenses: por eso no tomarán medidas contra el aumento de las tasas de suicido, de la compra de armas, del consumo de fentanilo, de los ataques violentos en escuelas públicas, del deterioro de la vida de sus ciudadanos y de su creciente degradación social.

Claro que habrá focos de resistencia en muchas partes del mundo frente a Trump y más exactamente a todo lo que él representa, y esas batallas hay que darlas. Pero no por ello serán necesariamente ganadoras.

Una de las conclusiones para la derecha mundial del genocidio en Gaza es la consciencia de que puede repetirlo con total impunidad. Por eso, lo que no pudieron hacer con la fuerza lo van a hacer ahora con más fuerza, pero con otros métodos; y, como lo anunció Donald Trump, tratarán de echar a los palestinos de Gaza para siempre.

Podemos decir que lo único «bueno» del gobierno de Trump es que coloca las cartas sobre la mesa y desenmascara las intenciones reales del poder. Lo más malo de todo esto es que no tenemos estrategia para combatir a ese poder real, pero sobre todo desatado. Y lo más feo: que el mundo está polarizado y no entiende razones.

Trump dice querer recuperar para Estados Unidos el canal de Panamá, envía bombas de una tonelada a Israel y rompe con los formales (y hasta inútiles) espacios de la ONU; ese Trump es hoy, como decían en las reglas de lucha libre: sin árbitro (aunque yo prefiero decir: sin máscara) y vale todo.